Mi cordura acabó en las yemas de sus dedos

Colapsó mi mundo, formando una galaxia en sus pupilas y un rastro de recuerdos en sus labios.
Inmóvil se quedó mi ser, observando incrédulo la magia que despertaba sus caricias en mi piel.

Me llenó de dudas inquietas, de miedos irracionales, de lágrimas frágiles y de pensamientos absurdos. Así me dejó, perplejo ante su cuerpo, desconcertado con su sonrisa y mirando esos ojos atónita.

La miré a los ojos y supe que llevaba escrito en la palma de su mano mi destino. Mi condena atada a su boca, me arrastra al abismo de la locura y la cordura devora mi último pensamiento.
Como arde el infierno bajo su falda, mientras el corazón se derrite empapando mis zapatos!

Ese instante en que el mundo dejó de mentir, abrí los ojos y allí la vi.
Era ella, una sencilla belleza dibujada con pinceladas vaporosas. Esa chica de la que todo loco saca su inspiración, aparece en sueños haciendo trizas la cordura, esa nota que todo músico espera encontrar a lo largo de sus cuerdas. Ese color en sus pupilas difícil de plasmar en el lienzo que todo artista ansía.
Esa fina línea entre el todo y la nada, donde el aire tiene otro tinte, donde la felicidad juega a quedarse a dormir en mi regazo, donde el vacío acaricia mis pies, mientras mis ojos lloran y la sonrisa brilla.
Era el final de esos dedos quemándome la espalda en cada despedida, el sabor tatuado en mis labios de sus besos, ese copo de nieve que se queda a dormir en mis pestañas. Ese libro que no quiero que acabe y ese cuerpo donde quiero quedarme a vivir.

La traté como corcel, sin ver su espíritu bravío, sin comprender la fiera que habitaba en ese rincón.

La miraba como si de arte se tratara, sus imperfectos trazos, sus delicadas pinceladas, esos colores tornadizos con el fulgor de las estrellas. Esa luz que la descubría más bella si cabe, con esa silueta de claroscuro que teñía su cuero tostado con el sol de salinas.

Bajó del cielo para hacerme arder en su pecho y esparcir mis cenizas bajo sus pies.
Un huracán arrasando todo a su paso, una tormenta sin previo aviso, el oleaje que te engulle para luego escupir sus restos en la orilla de sus sueños.
Te devuelve a la vida con sólo besarte y luego te arrebata el alma si te los niega. Un veneno que conquista cada poro de tu piel, capaz de hacerte invencible y a la vez un simple mortal, si te mira.
Ella, belleza dibujada a mano alzada, encanto divino que te amarra, un trozo de cielo sujetando tu vida.
En sus manos se creó el Big bang, formando mis galaxias en sus pupilas y mi mundo en sus ojos. Su sonrisa me dió la vida y su aliento en mi nuca el placer. Te devora, perfecta en su esencia y te eleva a las estrellas.

Entró en mi vida sin apenas darme cuenta, empezó cambiando los muebles de sitio. Al principio no lo percibí, pero poco a poco el entorno tenía un olor distinto, un tono cálido impregnado con un poco de temor. Ese temor que se tiene al entrar en el Amazonas, que te embriaga su belleza pero desconoces sus peligros.
Así era, un encanto capaz de enloquecer al más cuerdo, de quemarte la piel sin rozarte.
Robaba mis días y sus noches, me despojaba de mis miedos, usurpaba cada suspiro, hasta dejarme el alma desnuda.
Contradicción explicaba muy bien mi estado de desconcierto, perdida en sus palabras, volaba hasta los lugares más recónditos de su cuerpo, arañando su armadura y anhelando sus deseos.
Era un torbellino, tal como aparecía se iba. Instalando el caos en mis entrañas, su mordida era devastadora, no habían secretos para su mirada. Pero lo mejor de ella era su sublime inteligencia, de la cual te hacía preso y sediento de más. A su lado nunca podías estar saciado porque siempre tenía un as en la manga.

Contonea mi cuerpo al son de sus palabras, tiene ese poder que hace de mi un ser invencible, esa magia en las yemas de sus dedos que me hace frágil cuando me rozas.
Baila para mi una noche, que se detenga un segundo su reflejo en mi pupila, mientras me susurra lo cerca que estuve de la felicidad, y que se asome por la ventana para observar que ya no quedan estrellas, que un manto de terciopelo lo cubre.
Sonrió! Porque escondía el firmamento en sus bolsillos, en sus manos besos robados, en sus hoyuelos el secreto de la existencia y en su corazón mi todo.
Que me devuelva cada aliento de vida que exhalo al recordarla.
Entristezco sino la tengo al lado, muero por segundos en cada movimiento de su pecho. Me preparo a perder el último aliento con su nombre en mis labios y se me va la vida tras su sombra. Su paso vacilante enmudece mis sentidos, su contoneo insinúa mi sonrisa, penetra el sonido de sus tacones en mi alma dormida. Pues ella es quien despierta con el ronroneo de su cuerpo toda mi atención. Encandilada me hallo pues no hay más perdición que no encontrar sus labios.

Se fue arrebatando mi último suspiro, arrancando de mi un grito. Ese grito que ahoga el silencio que dejaste tras tu sombra.
Desde ese día eres el pensamiento monótono que ahorca mi vida, ese caminar firme que me ata al asfalto de la realidad, ese goteo insaciable y penetrante de vacío en un cuerpo errante.
Me dejaste una vida sin sentido, una vida que no quiero, una vida vagabunda por los suburbios de la mediocridad.
Y esperas que te espere, en el lugar de siempre, sin sonrisa y sin color, con exceso de sol y falta de ganas. Pues siento decepcionarte, me fui, me perdí en una sonrisa cualquiera, en unos ojos llenos de mentiras y una boca que ni besa.
El alma se rompió en mil pedazos cuando su sonrisa dejó de brillar. Me perdí en un mar de sentimientos, el día que cerró los luceros y mi corazón hundido dejó de nadar en su pecho.
Ahogado en sangre, sudor y gritos me encuentro en este puerto, donde los barcos ya no amarran, tiñendo de crudo las sombras de sus fantasmas.
Un grito oprimido clama su nombre, la desesperación sentada en la esquina de la sala, sonríe con sarcasmo, ella percibe el terrible desenlace que aguarda.
Mientras el no y el quizás se disputan la decisión final, pero tarde se da cuenta que un quizás jamás será un principio y mucho menos un final.
Exhaustos se rinden pues ninguno será feliz sin estar en tus brazos. La tristeza dueña de cualquier lucha, exhala el último grito de esta guerra.

Me fumé la vida a trompicones y en mi última calada se escapó, inerte se quedó mi cuerpo mientras mi alma la seguía. Arrastro este amasijo anhelando sus suspiros suspendidos el tiempo. De un alambre colgué mi corazón, llenando de espinas su alrededor. Ese libro sin final, donde nunca existió el jamás, ni el por siempre y ya ni el quizás. Mis pasos se guían solos, esperando su destino, ese destino que un día pintó de colores y llenó de tiritas. Dibujó nuestras vidas adornándola con flores.

La miro intentando averiguar, buscando entre mis bolsillos la llave, sólo hallo cachivaches que consiguen que viva a pedazos, la miro pero a veces se me nubla el juicio.

La perdí por amarla a quemarropa!
El disparo del eco de su pecho, me rompió la vida.
Deseando en silencio un final sin sentido, de esos que encuentras en lo más oscuro del abismo.
Así me dejó, sin mares, ni payasos, sin circos que me bailen, ni sirenas que alarmen.
Apoyado en su almohada esperando sin esperas una muerte que no llega.
Estallé su nombre a la noche, con pólvora en la boca y los ojos prendidos, que no soy el perdedor ni perdí los sentidos, sólo soy esa herida en su pecho que su bala hizo hueco.
Olvidé el baile de sus caderas a cada paso que daba, tambaleando el eje de mi mundo, causando el caos más absoluto en mis entrañas. Me abrió en canal dejando al descubierto un ser desnudo, tímido y que se perdió en su boca.

Cerré los ojos y en ese instante pude ver como se quebraban los sueños que una vez fueron mis anhelos.
Devastada quedó mi alma en una orilla viendo ponerse las alegrías, acariciada por la nostalgia.
Tras tus pasos va la esperanza de un quizás, huellas desconcertadas, sombras desconsoladas, siguen ciegas a un futuro sin suerte.
En un rincón encuentro mi sonrisa, temblorosa y empapada en llanto, recordando lo que un día fue y jamás volverá a ser.
Balbuceo palabras sin sentidos, con un cerebro desconectado y un corazón que ya no palpita.

Y así fue, una primavera sin flores y una taza de soledad me aguardaba aquella mañana, sin saber lo que venía, me senté a esperar. Unas cuantas canas después, me di cuenta que se hacía tarde, que helaba esos años, que ni el tiempo ni el amor regresa.
Arrugas tatuadas en un rostro apagado, unos ojos sin pupilas y unos labios quebrados. Era el único legado de ese amor improvisado.

Me desbordó el corazón, arrancando de él un suspiro, quebrando un alma dormida, y en ese instante un dolor punzante ardió mi vida.
Me gritó en silencio que se iba, que dejaba las maletas en el descansillo de mi alma, que no volvería a ver su sombra frente a la mía, y me dejó con un pincel en la mano y en la otra un escudo.

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