El hielo se mece con suavidad en la copa, tanteando las paredes circulares. Lenta y casi voluntariamente se funde en el sinuoso líquido tostado tornándolo más amable al paladar. ¡CLAP! Un golpe seco hace saltar por los aires mi ensoñación. La caja aterriza en la mesa. Aprovecho para tomar un sorbo corto mientras lanzo otra rápida ojeada a mis compañeros de juego. Todos sabemos lo que contiene. Se hace un momento de silencio en el que cobran protagonismo los girones de humo bajo el resplandor de la única lámpara de la estancia. Ésta, desciende del techo hacia la mesa y proyecta un cilindro de luz blanca que se va debilitando conforme avanza hacia los bordes, –en busca de su propio abismo-, me digo.Y me suena familiar. Saboreo las palabras y esbozo una ridícula sonrisa apenas perceptible. Parece que todo transcurre a cámara lenta. Regreso al habitual diálogo conmigo mismo:

Sí, he de reconocer que soy un tipo… diferente. A quién quiero engañar. Hace prácticamente seis años que no veo la luz, encerrado en mi cálido y oscuro piso cual bicho en crisálida. Entre libros y más libros. Quién me iba a decir que lo que empezó siendo un hobby inofensivo me llevaría a esta situación a mí, al tímido, al aburrido, al hombre invisible.

Nos presentan a nuestro compañero de juegos, al habitante de la caja y Máster de la partida. Parecía más inofensivo, pero una vez liberado y empuñado cobra una fuerza fría y seca ante mis ojos. Brilla como un condenado demonio y diría que nos devuelve la mirada con su único ojo.

“Nagant Modelo 1985” – Son sólo letras y números. Se me acelera el corazón.

La estrella rojo sangre grabada en la culata sugiere una historia y hace que me pregunte en qué lugares habrá estado y cómo se han juntado nuestros caminos. A decir verdad, la visión de esta gente me suscita la misma cuestión. Ciertamente sus vidas me importan desde un punto de vista meramente científico. Y parece que la mía corre la misma suerte.

La radio de la esquina emite una estúpida canción de ritmo animado y letra triste. Todo ocurre sobre un trasfondo sordo donde escandalosas tragaperras y demás máquinas se confunden con el gentío que las frecuenta. Deben de haber más de trescientas personas allí abajo entre clientes y personal del casino. Sólo ocho aquí arriba, sólo seis jugamos. Todos buscando.

  • Se carga el revólver con una bala, giráis el tambor. Apuntáis a la sien. Cada jugador aprieta el gatillo tantas veces como quiera. El siguiente jugador gira el tambor y vuelta a empezar. Si alguien quiere echarse atrás, este es el momento.

El hombre cachas de camisa arremangada recita esa nana como quien se lava los dientes cada noche. Su compañero nos mira divertido, acomodado en una silla girada del revés con los escuálidos codos apoyados en el respaldo y un cigarrillo agotado en la comisura de los labios.

Vuelvo conmigo mismo.

Me confieso enamorado. Sí. De la física y mecánica cuántica, mi fiel y críptica amante particular, ya que en el plano humano no he obtenido resultados concluyentes satisfactorios… Me entra la risa (que no me esfuerzo en retener) y me doy cuenta que debo parecerles un loco a este atajo de histéricos contenidos que me miran de reojo. Perdonadme si no estoy a la altura de las circunstancias, pero es que yo no voy a morir hoy. Estoy seguro de que podría tranquilizarles explicándoles lo de los universos múltiples, lo de la inmortalidad cuántica. Pero, ¿quién soy yo para arruinarle la fiesta a nadie?

Me pregunto entonces cuántas veces se ha repetido esta misma escena con distintos actores a lo largo de los años. En el último mes. Esta semana. En parte me siento un extra más en la sesión golfa de una obra barata. Ah, pero nadie me ha obligado a estar aquí, fuera el melodrama, eso lo dejo para vosotros. Cada uno carga con sus buenas razones para jugársela. Y apuesto a que las mías son las mejores. Suena prepotente, lo sé, pero a veces la verdad lo es.

Está bien, repaso rápido de mi futuro inmediato: cada vez que apriete el gatillo dividiré el universo en seis universos paralelos, tantos como orificios tiene el cargador del Nagant. Sólo en uno de los seis moriré, al dispararse la única bala cargada del revólver. En los otros cinco seguiré vivo puesto que se disparará un cargador vacío. Y lo mismo para todos vosotros, ilusos ignorantes. Que empiece el juego.

Nos jugamos a los dados quién empieza para luego seguir en el sentido de las agujas del reloj. Empieza la mujer de azul. Hace como una hora y media, en el bar del casino, estábamos sentados tan cerca como para invitarla a una copa. Si me hubiera atrevido a hablarle, claro. Entonces me encuentro con su mirada justo al otro lado de la mesa y, sin saber muy bien qué pasa por mi cabeza, me levanto, la cojo de la mano y atravesamos el umbral a toda velocidad dejando toda aquella locura enajenante atrás y…

*Dispara el revólver*

Nada…

…vuelvo a mi realidad. Temblándole levemente la mano, deja el revólver sobre la mesa y retoma el aliento. Me fijo en su boca, en sus ojos, en sus mejillas y cejas. Una extraña noche para maquillarse. O puede que la mejor. En algún lugar cuántico yace muerta con su elegante vestido azul de escote cuadrado.

Y sigue mi vorágine de reflexiones: cada uno tiene sus razones, las que nos han traído aquí. Puede que también el destino haya hecho de las suyas, si a uno le gusta creer en eso. Esta gente puede ser la última para mí y el tiempo corre. Moriré en uno de los multiversos. En todos los demás seguiré vivo siempre, para siempre. Esa es la guinda de mi hermoso pastel de nata agria. Lo que me ha traído aquí :la inmortalidad cuántica. Me sorprende un espasmo en la espina dorsal. ¿Sí? ¿Seguro? Me invade cierta rabia repentina. ¿Amo tanto el mundo como para abrir sus tripas y desentrañar sus misterios… a mi costa? ¿Es eso por lo que estoy aquí, por lo que me he recluido “los mejores años de mi vida”? ¿Curiosidad existencial? Me asalta la duda.

*Dispara el revólver*

Sigue el juego.

Parece que no es la primera vez para algunos. El tercer participante realiza el ritual como un mero trámite antes de encenderse el enésimo cigarrillo. Ah, un tic en el ojo derecho le delata.

*Dispara el revólver*

Seguimos con la proliferación de universos.

Y cambia de manos, continuando con el avance de este macabro reloj. Es mi turno.

Pienso, pienso. Claro que… lo de inmortalidad cuántica vendría a ser la versión optimista de todo esto. Nunca he sido muy optimista, no he tenido la oportunidad. Y no se me podría reprochar si echamos la vista atrás… ya estamos con la autocompasión. Inútil. Casi que me encaja más lo del suicidio cuántico. Esto es un jodido suicidio cuántico si lo que quiero es acabar en ese maldito multiverso número seis, el de la bala que se aloja en mi cabeza y acaba con todo esto. Con todo lo que no merece la pena en mi vida, o sea, con toda mi jodida vida…

Empuño el revolver. El metal aún caliente. Se adapta a mi mano a la perfección, casi resulta reconfortante, casi parece que esté hecho a mi medida.

Sudor frío. La boca del estómago se cierra de golpe y parece subir un telón que deja al descubierto una escena de lucidez. Pero ¿qué? ¿Qué hago en una jodida ruleta rusa? ¡Yo! ¡El aburrido! ¡El tímido! ¡El hombre invisible! ¿Cómo he llegado a todo esto? Trampa, trampa. ¿Acaso algún oscuro pasajero en mi mente ha estado confabulando todos estos años para que acabe así, empuñando un puto revolver contra mí mismo? Todo lo que hasta el momento parecía una aventura cósmica rebozada de entusiasmo hipotético-científico ahora me parece una ridícula excusa que encubría mi cobardía, mi suspenso en el mundo. Pues no. Lo siento, amigo. No hay vuelta atrás.

Giro el tambor.

Se acabó el momento histérico, volvamos a mi característica frialdad. Bien está lo que bien acaba. Hago caso omiso de las alarmas que aún aúllan en algún rincón.

Coloco el dedo en el gatillo.

Regreso al origen de todo esto. ¿Inmortalidad cuántica? Reconozco que suena genial ahora mismo. Lo gracioso de todo este asunto es que no sé lo que quiero que pase. Qué he hecho con mi vida, qué voy a hacer con ella tras mi estallido de universos, qué no voy a hacer. Si no cambia nada, si no cambio nada, prefiero la puerta número seis.

El peso del metal compensa el temblor de mi mano durante el eterno recorrido de la mesa a la sien. Me entrego finalmente a mi amante.

Pase lo que pase, no voy a morir. Intento convencerme a mí mismo.

Cierro los ojos. Probabilidad, relatividad, azar. Bienvenidos seáis.

Está bien, esto está bien. Y, si no es así, si mis sesos vuelan… bien jugado, Oscuro Pasajero. Tú ganas.

Ahí va, mi propio reset.

…el hombre invisible que vivió eternamente… suena bien.

*Dispara el revólver*

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