De todo lo que he tenido que aguantar en esta cuarentena el resistirme a no lanzarme a la alambrada ha sido la tarea más difícil. Esa de no querer dar un paso más para sanar mi pasado, ese vacío inmediato e irreparable que queda después de querer conocer a un alero para esta salida, la inseguridad de dar un paso entre la vida o la muerte amorosa. La soledad irremediable pero saludable, el egoísmo escudero de mi carácter dominante; esa alambrada de sentimientos que al tocarla me dan chispazos de ternura, y amabilidad desmesurada.
No sé qué más sigue si cambio de página, y el temor de que el pasado aparezca a querer arruinarlo todo, es uno de mis mayores miedos.
No quiero lanzarme a la alambrada sentimental para salvarme de estar sola, entre una comunidad virtual irreconocible, la vida académica no es suficiente para tapar ese agujero que me pide que salga; y la comparación entre la libertad y saber estar sola tampoco sirve, no en estos tiempos que estoy prisionera conmigo y que temo al chirmol burlesco del contacto físico y profundo, saben a lo que me refiero si le decimos chateo. Y es que esta es la única forma que tengo para dejar fluir lo que me asfixia, lo que me incomoda la paz interna. Rechazar aquella idea con la que me retenían en el campo, que no habría felicidad afuera, que no encontraría una vida nueva y próspera en el amor. Ahora comprendo al psicólogo del pueblo cuando se sentía agobiado ante la impotencia de no poderse liberar así mismo, es una difícil tarea pretender hacerte de la vista gorda, y dejarte morir es más fácil que querer luchar.Es un problema, dejar entrar a mi cauce a quien pretenda ser la luz del día, en lugar de empezar de cero y dejar el lodazal atrás. Sin duda, algún día podré ver nuevo los pastizales y el bosque, ese aroma a primavera.
Intento, no lanzarme a la alambrada…
Autor de la foto: desconocido.
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