Don Arnoldo despertó ese día con ochenta y dos años, pero no recordó que era su cumpleaños. Hacía tiempo que no recordaba las fechas y había perdido de cierta forma la noción del tiempo, porque sus días no los medía por horas, sino por matices de luz entre sus cortinas o sombras en su patio. Sabía, por ejemplo, que se iría a la cama al oscurecer y se levantaría con el alba, pero no la duración del transcurso.

Los días del calendario trascurrían para él sin número ni significado. Después de todo “¿qué es el tiempo para nosotros?”- pensaba su viejo perro Cocker mientras lo miraba absortamente pidiendo comida con la mirada.

Eso sí sabía Don Arnoldo. Sabía que Nene comía todas las mañanas, pero había muchas cosas que olvidaba. Cosas simples que se le fueron borrando a fuerza de repetirlas a lo largo de tantos años. Por eso despertaba y se sentaba en la sala a observarlo todo sin entenderlo mucho. Veía las repisas repletas de fotos y de gente desconocida en dónde a veces estaba él.

Un sentimiento de miedo lo invadía todas las mañanas al sentirse solo sin entender tantas cosas. Entonces gritaba a todo pulmón “¡Hey ¿Dónde están?!”-

Para este punto, Amelia sabía que Don Arnoldo había despertado. Ella vivía en un pequeño apartamento contiguo dentro de la casa y era su ama de llaves. A él lo tranquilizaba verla entrar por aquella puerta y no saberse solo. Incluso si no sabía quién era aquella mujer, lo tranquilizaba tenerla a su lado.

“Buen día Don Arnoldo” – le sonrió Amelia amablemente mientras recogía de la barra de la cocina algunas sobras de pan. “Hoy vienen a verlo…hay que bañarse temprano. ¿Está listo?”

“¿Quién viene?”- preguntó Don Arnoldo con desconcierto. “Sus hijos y sus nietos…hoy es su cumpleaños”.

El repartidor de periódicos llamó a la puerta. Amelia salió y recogió el diario.

Mientras ponía el picaporte leyó en primera plana- “COVID-19 Fase 3 en México”.

“¿Qué dice?” preguntó Don Arnoldo. “Dice que hay que bañarnos…” le contestó Amelia con una sonrisa de complicidad.

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