La pequeña bailarina que al quebrarse ya no podrá bailar más, al igual que aquel pájaro que al romperse un ala el cielo nunca volverá a surcar.
Nuestra joven vivió tan intensamente que quemó cada uno de sus días con una rapidez asombrosa, quizás su existencia debía ser efímera, para que su recuerdo durara eternamente.
Cuentan que era un ángel que deseoso de conocer este mundo, bajó a él disfrazado. Dicen que en sus ojos se podía contemplar el universo entero, pero la realidad es que desde el momento en que la joven puso un pie en la tierra, deseó con todo su corazón poder surcar de nuevo los cielos. Era su estigma, estar sola en el mundo sin nadie que entendiera su dolor.
Pero algo en su interior la llevó a vivir una vida tras otra, todas llenas de angustia y tinieblas, para poder ofrecer a las personas un instante de extrema felicidad. Mostrarles que la belleza está en las pequeñas cosas, que siempre hay, aunque solo sea por un segundo, algo que nos hace brillar.
Cuando la conocí no era más que una joven llena de promesas vacías que olía a sangre, mundo y derrota. Un ángel ya desvaído, cansado de vivir una y otra vez sin poder volver a alzar el vuelo, condenado a vagar en el límite de la oscuridad, absorbiendo los demonios de aquellos a los que creía debía dar una segunda oportunidad.
Siempre soñaba con mundos extraños, llenos de música y extravagantes colores, de esos que enloquecen la mente y embriagan el corazón de un complejo júbilo difícil de explicar. A mí me tocó poder compartir un poco de aquella dicha; unos instantes en los que sentí que era único en su mundo y que veía en mí todo aquello que nadie más había sido capaz de ver: Las cosas buenas.
Continuamente me hablaba de una ventana en la que se sentaba de chica. A través de ese cristal veía a las personas pasar y con ellas a sus demonios, decía que nadie está exento de ellos. Que cada uno carga una pena, un dolor en el pecho y una sombra continua en la mente. Desde pequeña supo que ella no duraría mucho en este mundo y por eso, en cuanto pudo, echó a correr lejos de la ventana de todos aquellos infiernos que a lo largo de los días había ido acumulando. Entonces no lo sabía, pero al final comprendió que toda aquella oscuridad había sido su intento por sembrar una sonrisa en las personas que pasaban por esa angosta calle y que después se sentían mejor, más libres y un poco más felices.
Corrió durante toda su vida sin llegar a entenderse, no sabía quién era y si lo intuía se lo ocultaba a sí misma. No recordaba nada de sus otras vidas.
Un día que salimos a pasear, ella se quedó observando una pequeña rosa negra. Durante unos largos minutos yo la miré sin entender qué podía haber de interesante en una flor. Entonces se giró y me sonrió.
–Esta rosa, una vez fue blanca, pero ahora que ha absorbido tanto dolor ajeno, sólo puede reflejar eso.
–Pero aun así es hermosa –le rebatí.
–El infierno es hermoso y no por ello deja de ser menos aterrador. ¿No la oyes gritar? En ella hay mil demonios alojados.
Con el paso de los años, ya demasiado tarde, comprendí que en todo momento se había referido a ella misma. Pero yo jamás la vi gritar a través de sus ojos grises, quizás porque sólo me quedé con la luz que irradiaban y no me atreví a ver nada más.
La luz se cernía plomiza sobre la habitación cuando la encontré, muerta, apoyada contra la ventana que desde pequeña había sido, para ella, una puerta a otro mundo. Un lugar donde nadie podía alcanzarla. Pero, el problema de las sombras es que, vayas donde vayas, te encuentran.
Su mirada gris se perdía en el horizonte y en su rostro sólo lucía una tristeza infinita. En el último momento había comprendido que, su sitio, siempre había sido aquel, al lado de la ventana, lejos de las personas para no dañarlas, consumida en la oscuridad. Y que todos esos años de continua carrera no habían servido para nada.
Ahora sólo puedo recordarla como lo que era, un lienzo lleno de matices, de rasgos jóvenes y un alma vieja, que se escondía siempre detrás del humo de su cigarro. La última vez que la vi, hace ya tanto, la lluvia caía furiosa sobre las calles de la ciudad. Recuerdo su silueta y su extraño caminar mientras se perdía en la inmensidad.
Ojalá hubiera podido hacer algo para que viera que se la necesitaba, aunque en el fondo sé que el problema era precisamente ese, todo el que la conocía acababa ansiando su presencia, pero nadie fue capaz de darle lo que ella quería; sus alas y un cielo azul que surcar.
Ahora que ya no está me pregunto dónde habrá renacido, qué nueva vida le esperará y si será en esa donde encuentre por fin a alguien que la pueda ayudar. Porque yo no pude, cegado por toda la luz que irradiaba. En el fondo, egoísta por mi parte, sólo quería que se quedara conmigo un rato más.
No puedo decir mucho de ella y sin embargo puedo decirlo todo: era tan intensa, con esa extraña forma de ver las cosas… Nunca había sabido de la existencia de aquel piso, ni oído las historias de su infancia, jamás. Pero la noche anterior a el momento había recibido su llamada, diciéndome dónde encontrarla y siempre, desde el último instante que la vi, supe que nuestros caminos, tarde o temprano, se volverían a entrelazar. Aunque parece que lo primero triunfó sobre lo segundo y solo resplandecerá en mi memoria; ella.
Nunca me pidió que lo hiciera, pero ahora, al verla ahí, en calma bajo los rayos del sol, sé que debo contar su historia para que nada de esto se pierda. Es una promesa, supongo que como todas las que ella hizo. Son tantos los recuerdos y todos tan borrosos que me da miedo no ser capaz de retratarla como lo que era, sin exagerar. Porque no era ya el ángel que fue, pero tampoco era el demonio que ella se pensaba.
Puede que mis palabras suenen duras; nunca le deseé ese destino, jamás, de poder haberlo evitado, no habría dejado que se consumiera de aquella forma, apagándose lentamente como una vela. ¿Acaso ya sabía su final? ¿Desde el principio? Puede que en realidad fuera así, que acabaría sus días ahí sentada, frente a la ventana. Rodeada de dolor y miseria, sólo para al final conseguir encontrar la calma. Al menos hasta que la historia se volviera a repetir.
Niego lentamente con la cabeza mientras que las lágrimas terminan de surcar mis mejillas; jamás quise verla así y ahora tendré que vivir con ese recuerdo el resto de mis días. Porque a lo mejor ella había sabido desde siempre que nunca me atreví a ver su dolor, que me quedé detrás del cristal, observando la cara radiante. Y así a su modo me castigaba, por no haberle dado la libertad que ella tanto ansiaba.
Entre sus cosas, encontré esta carta, he de decir que más que un alivio a mí me llenó de congoja, supongo que la culpa se ha alojado ya en mi interior y no puedo más que pensar en qué podría haber hecho para ayudarla, dejando mi egoísmo a un lado. Pero no encuentro la respuesta, pues no soy más que un simple mortal al que se le dio la oportunidad de conocer a la luz.
Estas son sus palabras:
“Dicen que en la madrugada se escriben las mejores historias, pero yo sólo sé escribir desde la desesperación de una vida que debió ser mía y que el mundo se encargó de negarme. Porque soy mucho más que aquella joven de la ventana rodeada de demonios. O eso quiero pensar.
Nunca he sabido qué camino debía tomar. Mi vida, siempre ha sido un cúmulo de sorpresas indeseadas y de golpes, justo cuando creía que podría alcanzar la felicidad. Escapé de mi casa pensando que si corría y ponía espacio podría anular toda aquella oscuridad. Pero yo nunca estuve en ella para ser una heroína y mucho menos para luchar. Al menos ya no… Con mi cuerpo cansado y las cicatrices marcando cada parte de mí.
Por eso, después de tanto tiempo, con los años de penurias cargados a mi espalda, me encuentro de nuevo aquí, en mi ventana, observando a la gente pasar por la calle empedrada, viendo como el sol, como único testigo acaricia mi piel y adormece cada vez más mis latidos.
Yo no nací para esta vida, lo siento por todos aquellos que me conocieron y pensaron que yo sólo era luz. Espero de verdad, que tú, que estás leyendo esta carta, encuentres tu lugar en el mundo. Me gustaría decirte que yo no me rendí y que luché con uñas y dientes. Quizás fue así durante un tiempo, pero no ahora.
He conocido a gente maravillosa y lugares extra ordinarios, he reído y hubo periodos en los que fui feliz, feliz de verdad. Momentos en los que hasta los demonios se quedaban callados y las pesadillas no me acorralaban cada noche para despertarme gritando y llena de sudor. Sin duda, mi vida ha sido una continua aventura, pero también una carrera a contra reloj, porque todos estamos condenados. Queramos o no. Algunos antes, otros después. Pero allá donde se va, estoy segura de que el viento canta constantes canciones de cuna y que el sol cuenta historias de mundos mágicos y lejanos.
Hay tantas historias ocultas en cada persona, sonrisas que esconden tantos secretos y ojos que han vivido más de lo que quisieran, que es imposible no amar la vida. Hasta el último momento. Aunque no queden fuerzas y sólo se pueda esperar a la muerte como una vieja amiga, como a la vieja parca.
No me quedan fuerzas y los ojos se me empiezan a cerrar, así que sólo diré que desde esta ventana, sin correr, observando a la gente pasar, sin duda puedo decir que éste siempre ha sido mi lugar. Mi rincón escondido, mi puerta al otro mundo y también a la vida misma.
Con afecto, Chiara.”
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