Rara situación era la que pasaba en aquel campo y en aquel recoveco urbano donde estaba aquel árbol, dando la nota por dar el verde de las calles, por dar las hojas que en otoño perdía.
Se rumoreaba por ahí, entre las conversaciones de los gigantes que se inclinan al cielo, de los pájaros que paraban en sus ramas, e incluso del arroyo que de la misma agua carecía, entre la soledad abrupta que atestiguaban entre la noche y el día, sin importar su calor o penumbra; que había llegado una cura.
Un árbol supo confirmar dicho rumor. Muy estrepitoso, pero aún así, con felicidad; ya que había olvidado que tenía una rama, en aquel lugar, donde siempre había una bolsa de nylon envolviendo aquella zona. Ahora respiraba mejor, y el pájaro que venía cada mañana a cantar podía pararse de vez en cuando por allí.
En seguida, se asomó la pequeña corriente del arroyo , que con bastante fuerza arrastraba una botella de plástico para poder decir unas palabras. Sin embargo fue insuficiente, y su destreza no pudo darle lugar a colaborar en la discusión.
El aire furiosamente dio su palabra. El no creía que había llegado la cura, pero de igual modo, confirmó que podía respirar mejor.
El rumor siguió creciendo hasta que se transformó en su realidad. La realidad siguió creciendo hasta que se convirtió en su felicidad. Las pequeñas horas se hicieron días, y los días se hacían inmensamente largos. Aquel campo y aquel árbol si que sabían disfrutar de los minutos que pasaban.
-¿Será para siempre esta cura?- Preguntó aquel ser curioso que quería romper aquel momento armonioso, con la cuestión futura de ese hermoso presente.
Parecía ser que nadie quería responder, hasta que por fin el viento contó lo que vió.
-Están escondidos-… y no quiso agregar más nada.
Porque nada estuvo nunca tan escondido, como el profundo deseo, de vivir, lo que aquel campo y aquel árbol, estaban viviendo.
En honor a la naturaleza.
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