Esta palabra tan cortita de sólo dos silabas, se ha convertido en la mayor pesadilla para la humanidad y créeme esta palabra es muy, muy larga. La humanidad es esa y esta heroína que se entrega desinteresadamente a las causas más nobles, que sacrifica su vida en ara de los demás, que de la mañana a la noche piensa sólo en el bien común y con la que un virus puede acabar. Un virus, un concepto que se desliza sobre el filo de una espada entre la vida y la no vida, algo que puede permanecer sine die en ese estado de latencia sin que nadie lo despierte, hasta que algo o alguien lo decida. El virus del que nadie ha oído hablar hasta que alguien lo nombra, el que vemos en las películas o leemos en las novelas de ficción. Ese que nadie ha visto y que ya todos pueden fotografiar, ése, ése es el que dará fin a la humanidad. Ese es el que cerrará una etapa para ella y abrirá otra nueva pero, ya no, para la humanidad; ya será una humanidad nueva a la que no podremos nombrar así. 

La humanidad, ese concepto blandito y blandengue que lleva al sacrificio de una vida por  otra, esa humanidad habrá desaparecido como una madre que nos dejará huérfanos a todos. Ya no reconoceremos su rostro envuelto en una mascarilla, tapados los ojos con una escafandra, detrás de una pantalla y a dos metros de distancia o a través de un cristal ¿Cómo llamaremos a esa nueva humanidad, qué nombre le daremos? 

Entonces sí que cada uno de nosotros seremos enemigos potenciales de los demás a los que podremos infectar, intoxicar y envenenar impunemente sin propósito, por azar, quizás con una probabilidad cuantificada. Entonces sí que no se podrá ceder ni un poco, entonces sí que  no tendremos más remedio que ser inflexibles. Para salvarnos seremos obligados a preservarnos, conminados a ser egoístas, gratificados por pensar sólo en nosotros mismos. No habrá odio, sólo indiferencia. No habrá amor, sólo conveniencia. 

Por qué te alarmas entonces, es sólo la verdad.

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