La dulzura en sus manos

La dulzura en sus manos

Alfonso Álvarez

26/04/2017

La leche hervía en aquel cazo viejo; la corteza de limón se hundía y reflotaba en un aromático baile, donde la rama de canela era su efluvio y damisela; combinada mezcla heterogénea sobre unas llamas, más de leña que de amor.

Un cucharón de madera removía y fusionaba los ingredientes.

Poco después, mantequilla; nunca margarina. La densidad siempre fue para ella, el punto fuerte de la buena comida.

Pequeños cubos de espesor animal derretidos al calor del hogar que comenzaba a fraguarse entre espuma y vapores. Olores alimentados por la gula del oliente; glándulas salivares, nacimiento de un agua que, a raudales, presagiaba la llegada de un placer inminente.

Y aquellas manos, temblorosas y ancianas, sumergían y anegaban la galleta en tibia leche. Una a una, sin prisa y con deleite, reblandeciendo su porosa textura en un manantial de desnatada dulzura.

Primera capa de empapada masa distribuida y uniforme sobre el molde de aluminio. Ansiosas, las redondas, esperaban con impaciencia el baño sublime del chocolate fundido. Y, por fin, la primera capa de delicia obscura cubría con un manto de noche la superficie de galletas. Una capa tras otra, alternando esa magia licuada y sabrosa con la embriagada y esponjosa oblea.

Una vez terminada y fresca, daba comienzo la repartición.

Los platos, expectantes, daban refugio a un tesoro menguante derruido por cucharillas de plata frustrada, llorosas por no haber nacido más grandes.

Los comensales, silenciosos, saboreábamos la esencia exquisita de un plato barato y sencillo. No se quejaban nuestras papilas por la ausencia de exotismo; la degustación de aquel postre tosco, burdo y, tal vez, algo primitivo, resultaba en un cielo de mullida nube, un sueño pueril y un éxtasis teresiano para el más mundano de nuestros sentidos.

Y aprendí que los cinco se encuentran conectados; que mucho tienen que ver las manos con el disfrute gustativo; que existe emoción en el olfato y recuerdos de tiempos vividos; que anticipamos a través de la vista el sabor de lo desconocido.

E incluso hoy, pasados los años, sigo escuchando en las burbujas del cazo la voz de aquella cocinera; veo a través de los vapores la silueta de aquellas manos; huelo a galletas y a canela al leer el papel manchado, donde mi abuela escribió la receta que describo y detallo en este relato.

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