Es la sombra del silencio la que habla en estos días de tiempos detenidos y de imágenes mudas y abstractas.
Hundida en el abismo de la incertidumbre, busco el lenguaje de la calle ahora desierta y me cuenta que solo el eco de lo que arrastra el viento y de lo inhumano que se mueve en ella, será por mucho tiempo la voz que entretendrá a los prisioneros.
Como un canto de muerte que se propaga por la ciudad, se oye el bamboleo de ramas que se estrujan por los vientos alisios de marzo; me hundo en el sonido de un vaso plástico que se arrastra en un alucinador viaje sin destino, y me pregunto cuándo se liberarán nuestros cuerpos del claustro de un demonio desconocido.
Percibo siluetas de gatos descoloridos que juegan en las techumbres y de salamandras envueltas en la hoguera amarillenta de la luz de las farolas.
Las aves nocturnas despliegan sus alas sin los escollos humanos que las aprisionaban , porque huían de nosotros y se escondían entre los árboles.¡Es sorprendente que ahora ellas salgan, cuando yo tengo que esconderme!
Regresa la voz de la torcaza que anida en el hueco parapetado de un viejo tronco; el viento juega con las plumas de los polluelos y una bolsa negra de plástico, alza el vuelo y me despierta de mi ensoñación.
Sigo buscando el rostro de la noche y veo imágenes mudas de duendes encendiendo el fuego de mis miedos por culpa de un enemigo invisible que trastocó la armonía universal.
A lo lejos, el canto diáfano de un Bienvenido me regresa de la pesadilla del confinamiento.
Cierro los ojos y aparecen las oscuras golondrinas vestidas de algarabía y perfumadas de las frituras callejeras; un mendigo extiende sus manos sin lavar; el vendedor ambulante pregona a todo pulmón las viandas…
Autos que pitan, motos expulsando gases, peleas, gritos: es el Caribe que bulle y el que prefiero para liberarme de este claustro.
Escribo para conjurar la muerte que me rodea.
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