El reo no recordaba un mundo que no fueran esas cuatro paredes de hormigón. Intentaba buscar con la mirada una puerta. Debía existir una salida de aquel sitio, aunque estuviera fuera de su alcance. Su universo había quedado mutilado. Tenía problemas para recordar cualquier cosa anterior a aquel lugar. Estar atado a esa silla se había convertido en su vida. El dolor muscular, el hambre y el frío era todo cuanto podía experimentar. Las únicas medidas de tiempo eran las leves oscilaciones de la bombilla que colgaba lánguida del techo, y su progresiva demencia; recordaba un vago momento de claridad, hacía apenas unos días u horas y una cierta sensación de caída continua desde entonces. Cuando creía que su mente se iba a fracturar, cuando llegaba a un punto en el que no podía aguantar más, cuando parecía que la desesperación iba a rebosar… entonces descubría un nuevo umbral de ansiedad.

Delante suyo su tormentor le observaba. Había hecho acto de presencia hacía unos pocos minutos, lo cual le había dado a esa habitación un elemento completamente nuevo y terrorífico ¿Qué querían de él? No era nadie. No sabía nada. Temía que ese momento llegaría tarde o temprano. Al fin y al cabo, su única compañera hasta ese entonces había sido la bandeja con instrumentos de tortura a su izquierda. El aspecto del torturador era siniestro. Rostro enfundado en una máscara de acero de formas angulares y afiladas. Unos ojos vacíos e inexpresivos ocultos tras dos franjas en la máscara. Un delantal de cuero grueso sobre una bata quirúrgica. Manos enfundadas en goma recia y negra. El reo no sabía cuánto tiempo había estado observándole. Su semblante contrastaba con la forma de tenerse en pie. Estaba cabizbajo, con hombros tensos y pies nerviosos que daban pasitos diminutos de un lado a otro, como si el tacto con el suelo le incomodara.


-Los gráficos son impresionantes, – dijo Al mirando a su alrededor con un nudo en la garganta. El entorno renderizado gracias al nuevo software era indistinguible de la realidad. El moho sobre las paredes húmedas de hormigón ennegrecido; el polvo acumulado alrededor de la bombilla meciéndose como un péndulo de lado a lado; el tipo en la silla… Oh dios, el tipo en la silla.

El personaje estaba vestido en ropa interior manchada de sudor y orina. Al agradecía que la industria del videojuego todavía no hubiera entrado todavía en el mundo de los olores. Por el aspecto de las texturas y la densidad del aire, casi podía olfatear la estancia con los ojos. El hombre temblaba a intervalos irregulares, sollozando, aspirando gemidos por la nariz. La boca estaba cubierta por un parche plateado de cinta americana, arrugada, húmeda de transpiración y aliento condensado. Junto a la silla de madera a la que estaba atado, había una bandeja con una docena de instrumentos de tortura alineados meticulosamente.

Al tomó un bisturí entre sus dedos. El instrumento no pesaba. Esa era una cuestión que habría que abordar tarde o temprano. No obstante, la luz reflejada en el filo del bisturí era de un naturalismo sobrecogedor.

– ¿Qué pensáis hacer con la interacción con objetos? -preguntó Al.

El reo reaccionó. Quiso contestar. Se agitó en la silla y balbuceó incoherencias tapiadas por la cinta.

– Estamos desarrollando un mando multiuso con un sistema de recirculación hidráulico para modificar su peso- le contestó Gabriel, pero la atención de Al estaba enfocada en lo orgánico y vital que resultaba el PNJ, en el realismo de sus reacciones.


– ¿Qué pensáis hacer con la interacción con objetos? – preguntó su tormentor con una voz atronadora pero un tono inseguro.

El reo hizo todo lo posible por contestar. Quería decir algo. Cualquier cosa. Con tal de que le quitaran la cinta de la boca y le dieran una oportunidad de hablar…

Sin embargo su torturador simplemente le observó con curiosidad.

Lentamente se acercó a él, con el bisturí en la mano. Intentó agitarse, liberarse de sus ataduras que se sentían tan rígidas como el hormigón que le rodeaba. Había un jugueteo cruel en su forma de acercarse. Le iba a hacer daño y no sabía por qué. Parecía meditar cómo iba a hacerlo. Se acercaba a él con pasos tímidos, buscando el ángulo adecuado con el instrumento de metal elevado a la altura de la sien. Finalmente le cortó. El reo sólo notó un beso frío en la pómulo. Luego un calor que se derramaba por la mejilla, cuello, pecho. Tardó unos segundos en entender que estaba sangrando.

Su tormentor dio unos pasos torpes hacia atrás y le observó de arriba abajo.

-Es…increíble…. -dijo.


El pulso de Al se aceleró hasta tal punto que sentía que el corazón le iba a salir por la boca. El detalle del sangrado era nauseabundo. El reo empezó a sollozar, inclinando la cabeza hacia abajo como un perro apaleado.

– SepCod, pequeño – dijo Gabriel a través del micro. A pesar de estar completamente inmerso en el entorno virtual y aislado de la realidad a través del casco, Al podía sentir a Gabriel moverse alrededor suyo. – Ese es el motor de los principales simuladores de cirugía.

Al sabía qué era SepCod. Era tester de videojuegos, con lo cual conocer los motores gráficos podía entrar dentro de lo que se consideraba su trabajo. En diez años, cuando el poder de procesado lo permitiera, todos los PNJs de cada shoot’em up utilizarían cuerpos simulados a ese nivel de detalle. Cada bala, cada órgano dañado generaría una reacción específica.

Al dejó el bisturí y tomó el martillo. Comprobó el realismo de la carne y cómo reaccionaban a los golpes. Los mazazos fueron suaves al principio, casi tímidos. El reo se movía en su silla después de cada golpe. La cinta aislante absorbía los gritos, cada vez más agónicos. Un golpe lateral provocó un crujido húmedo, amordazado por capas de tejido simulado. Le había roto la rodilla y el reo se agitaba con espasmos involuntarios de dolor. El hueso sobresalía por su piel. Al empezó a entender la gracia del juego. Sintió una excitación salvaje y empezó a entrar en el oscuro placer que la simulación proporcionaba.


La timidez de su tormentor se había disipado. La actitud fría y distante estaba dando paso a una furia feroz. El reo sabía que su rodilla estaba rota. Su mundo se había empequeñecido más todavía. El universo ya no consistía en aquella habitación, si no en el palpitante dolor de su pierna.

El tormentor soltó el martillo y recuperó el bisturí. Sintió su frío filo una docena de veces. Cada corte hacía que la hoja se desafilara, con lo cual cada nuevo corte ardía más que el anterior. Brazos, pierna, torso…el reo agradeció el cambio. El bisturí era mejor que el martillo. O al menos eso pensó hasta que su tormentor le agarró por la mandíbula y le cegó. El reo intentó resistirse, pero era inútil. Quería suplicar. Quería pedirle que no lo hiciera. Quería decirle su nombre. Mientras sentía como el frío acero estallaba cada uno de sus ojos, derramando un torrente de líquido viscoso sobre sus mejillas, el reo se dio cuenta de que había olvidado cómo se llamaba.


Al observó su obra, no pudiendo contener una sonrisa salvaje y primitiva. El reo se había quedado sin fuerzas, ni ganas de lucha. Ese juego iba a ser una bomba.

Al, con la respiración agitada, le quitó la cinta americana de la boca. Tras un instante, el reo buscó a Al con sus cuencas vacías.

-Por favor…mátame de una vez- lloriqueó el reo. Al sintió náuseas de nuevo. Había algo en el realismo de toda la experiencia que se sentía perverso. Incluso venenoso.

-¿Qué me puedes contar de la IA? -preguntó Al, dándose cuenta de que debía haber preguntado eso mucho antes.

– ¿Qué? -lloriqueó el reo creyendo que Al hablaba con él. El personaje no podía oír lo que Gabriel decía a través del micro.

-Está programada con unas veinte mil frases, incluyendo posibles variaciones. Mientras hablamos estamos desarrollando un par de expansiones del juego. En el futuro, nuestro reo tendrá nombre, familia, trabajo… y algo que ocultar. Así el jugador tendrá algo que poder sonsacarle. Luego podemos sacar expansiones con distintos reos, distintas historias, distintas personalidades… -explicó Gabriel.

-¿Usáis algún tipo de algoritmo para eso? – preguntó Al.

-No sé de qué hablas…por favor acabad con esto – insistió el reo.

-Oh, no. Mucho mejor que eso -dijo Gabriel juguetón. – Utilizamos tecnología SynSim. Es un simulador sináptico. Crea modelos de redes neuronales. Lo que en las noticias llaman «simuladores mentales».

A Al le invadió un escalofrío.

-Eso es tecnología desarrollada por la NSA – dijo Al, a pesar de que eso era lo que menos le preocupaba en ese momento.

-Así es -dijo Gabriel orgulloso. – Dentro de ese cráneo (o lo que queda de él) hay actividad neuronal simulada. De hecho es la parte del juego que se come la mayor porción del poder de procesado.

– ¿Me estás diciendo que ese hombre piensa y siente? – dijo Al, mirando al reo al borde de la consciencia, incapaz de mantener su cabeza erguida.

– No es un hombre, es una simulación. Además, a nivel cognitivo está más cerca de un perro o un ratón. El hecho de que pueda verbalizar algunas sensaciones no supone gran diferencia.

-Supone una gran diferencia. Me estás diciendo que a efectos prácticos he torturado a un animal… -dijo Al sintiendo náuseas y unas profundas ganas de echarse al suelo a llorar.

-A un animal simulado. Su sufrimiento son ceros y unos. Y si eres tan humano deberías hacer lo que te pide y acabar con él.

– Usar esa tecnología para esto debería ser ilegal – dijo Al.

– Si me preguntas a mí esta tecnología debería ser ilegal. Y punto. Pero mientras sea una tecnología que está en pañales y los derechos de las mentes simuladas no estén reguladas, tenemos ésta enorme área gris en el que nadar – dijo Gabriel.

-¿No puedes deshacer lo que he hecho?- preguntó Al con un nudo en la garganta.

-Me temo que no. Su existencia dura para una partida. Nace al principio de cada partida y ésta dura hasta que muere.

-Apágalo.

– Ya puestos, no prefieres…- empezó Gabriel. Pero Al le interrumpió.

-¡Apágalo! – dijo Al.

La habitación se desvaneció en su casco de realidad virtual. Cuando se lo quitó, Al volvía a estar en la sala de pruebas de Tropstar. Al fue directo hacia el cuarto de baño. Sentía la bilis trepando por su esófago hasta su garganta. Iba a vomitar de forma inminente. Mientras corría hacia los servicios y fuera de la sala de pruebas, Al pudo oír a Gabriel a sus espaldas.

– Vamos a ganar una fortuna con este juego- dijo Gabriel. -¡Una fortuna!

Al se preguntó cómo debió ser para el reo que su mundo desapareciera repentinamente. Llegó a la conclusión de que no era muy distinto a que si le hubiera matado con sus propias manos, salvo que él no quería ser el responsable.

Ese juego era monstruoso. Y lo peor es que Gabriel tenía razón. Ganarían una fortuna con él.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS