Querida abuela,
Hoy has venido a visitarme…, a pesar de la cuarentena. No te esperaba, ha sido una gran sorpresa. ¡Qué guapa estabas, con tu pañuelo anudado al cuello y tu perpetua sonrisa iluminando tu rostro! Y, cómo no, esa mirada…
Has hecho un largo viaje para traerme un regalo, que necesito, que apreciaré, me dices.
«¡Qué ilusión!», respondo mientras lo recojo de tus delicadas manos, las mismas que me han transmitido siempre tanta fuerza.
Se trata de una caja de hojalata con una imagen ya desdibujada y unas letras impresas que no consigo leer. Siento cómo me observas en silencio mientras la abro.
En su interior descubro una fotografía envejecida por el paso del tiempo. Una niña feliz aferra la mano de una mujer que la mira transmitiéndole seguridad y ternura. Ambas se dejan hechizar por la tormenta que las rodea. En el reverso de la foto leo: “Gijón, año 1976”.
“Cierra los ojos”, me ordenas. No te cuestiono, obedezco. Permanezco en ese trance durante un instante hasta que el azote de la brisa del mar golpea mi cara. El sonido de las olas furiosas rompiendo en el puerto me envuelve y me atrapa. Su olor impregna mi cuerpo, el olor a mar, nuestro mar. Una densa bruma procedente de su interior nos envuelve.
Levanto la vista para decirte que es peligroso estar ahí, pero la niebla me impide verte. Sin embargo, no detiene el sonido de tu voz. “Siempre hemos sido valientes”. Respondes mientras aprietas mi mano aún con más fuerza.
Irrumpe el sonido de la sirena del faro que lucha por abrirse paso en medio de la tempestad. Ya no puedo oírte.
Abro lo ojos y compruebo que ya no estás junto a mí. Mi miedo se ha ido contigo.
Hoy has venido a verme. No te esperaba. Me ha encantado verte.
OPINIONES Y COMENTARIOS