Capítulo 1
«Tanto vagar para no conservar nunca nada…»
Un mar gigante y desierto. Un azul medio claro y la luz del sol mezclando sus rayos con el agua; atravesando el agua transparente y cálida. Un cuerpo flotando en esa enorme calma, apenas mecido por el juego de las olas, ese ir y venir eterno, incansable y elemental, y yo mirándolo todo desde arriba. Desde el fuego de una hoguera, del crujir de las ramas y el baile amarillo o naranja de las llamas, a veces un poco azul. La forma cambiante que obnubila y no permite quitarle los ojos de encima al calor de esa belleza… Lentamente el mar se vuelve un poco más agitado y las nubes comienzan a cubrir en parte al sol radiante, alguna ola nos deja caer más fuerte que antes y entonces empezamos a entender que ese cuerpo es el nuestro y que no estamos en control de la situación. Ya no nos vemos desde lejos o de arriba, ahora estamos ahí en ese escenario que empieza a ser de terror. A lo lejos lo que parece ser la luz de un rayo. Ahora las llamas se descontrolan y cobran enorme fuerza y tamaño, parece ser todo amarillo y enceguecedor, las ramas ya se parten en explosiones violentas. El cielo encapotado, totalmente gris y relámpagos por doquier. El agua me sacude ya con vehemencia y me hunde cada tanto, después más seguido hasta que tengo que esforzarme por respirar. Las llamas se expanden hacia los costados velozmente y comienzan a formar un círculo en torno mío. La lluvia cae sobre el agua salada y los truenos me estremecen los oídos, el cuerpo se hace muy pesado y ese círculo de fuego de a ratos cubre el cielo y se cierne sobre mí, a veces las llamas se acercan tanto que están a punto de quemarme. El cielo se incendia a pesar de la lluvia, relámpagos entre el fuego, crujir violento de las ramas que retumban más fuerte que los truenos; el ruido es ensordecedor. Las olas, el fuego, la lluvia, los truenos, todo se cierne sobre mí y ya no floto en el agua. El mar antes calmo me tragó por completo y las llamas bajo el agua me queman la cara, el cuerpo. En medio de ese cadalso, la cara de la loba, con su mueca de horror viéndome sucumbir. Sordo en las profundidades, ciego de luz furiosa en las profundidades, me retuerzo como una lombriz en el barro. Inútil luchar contra esa fuerza… así morí por segunda vez, y acá sigo.
Me desperté en una cama de hospital, lleno de cables y agujas que salían de mi cuerpo. Por la ventana entraba aún algo de sol. El panorama no era ni por mucho desolador, a pesar de la cama, del hospital, los cables y todo… Una tele de fondo rompía el silencio de la modesta habitación, nadie la estaba mirando. Advertí que una enfermera me tomaba la presión; yo esperaba que corriera —o algo así— a llamar a los médicos para avisarles, pero después supe que ya había estado consciente varias veces días antes, sólo que no lo recordaba, por lo demás, ya estaba fuera de peligro. Cuando salió la enfermera la vi; a los pies de la cama estaba, esbozando una leve sonrisa, Soledad, esa chica maravillosa o la creación de mi mente perturbada, la que de alguna manera me había estado llamando el día del accidente. Los dos solos en la habitación, no tenía a quién preguntarle si también la veía, así que hablamos como si fuera de verdad y la pregunta no tardó en llegar. —¿Por qué lo hiciste? —inquirió casi con desdén. Si hubiera una respuesta a eso, si tuviera una explicación para lo que hice —para lo que intenté hacer— tal vez entonces no lo habría hecho. Y además había fracasado… ¡qué triste! Es cierto que un intento fallido no era razón para abandonar el plan, en general soy bastante tenaz, pero iba a tener que pensar en algo más violento. —Creo que estaba aburrido —dije, esperando una actitud reprobatoria. Pero no ocurrió así, había diseñado a Soledad como un ser casi supremo, y los lugares comunes no encajaban en ella. —Entonces vas a tener que encontrar algo que te divierta —dijo antes de que volviera a dormirme.
Luego voy a ir agregando algunos capítulos más… ¡gracias! a quien haya leído.
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