Un Clavel Rosado

Un Clavel Rosado

JCA (José)

21/02/2020

Llegué a casa tras dejar a los niños en el colegio, ir al banco para arreglar algunos papeles, cruzarme con una decena de personas y haber hecho la compra; una rutina que en general variaba poco y que solía seguir con la verificación del buzón de casa, todo, tal y como estaba previsto en mi día a día.

Entre el correo recibido se encontraba, para no faltar a la cita de principios de mes, la factura de la luz y del agua, la revista mensual sobre recetas a la que me inscribí hace cuatro meses por recomendación de la vecina y que hasta el momento no había leído ni una sola y, para sorpresa mía, una carta escrita a mano y sin remitente; ni siquiera se indicaba mi dirección, tan solo rezaba : «Para mi clavel rosado, María». Dejé las bolsas de la compra en un rincón de la cocina, y me senté en el sofá para poder leer aquella carta, que despertó mi curiosidad.

Al abrirla, encontré una hoja de papel plegada con un gran texto y otro sobre cerrado. Muerta de curiosidad, leí :

«Estimado clavel rosado,

Por favor, no abras el segundo sobre hasta que hayas leído esta letra.

Sé que hace mucho tiempo que no nos vemos, y es que la distancia no es siempre fácil de solventar; tus niños, tu marido, al fin has conseguido la vida que tanto buscabas, y me alegro realmente por ello. Aun así, hoy te escribo estas palabras para confirmarte, por si acaso no lo sabías ya, que tú eres y serás siempre mi clavel, mi clavel rosado. Aquel que tanto me hizo sonreír, soñar y vivir.»

Apenas daba crédito a lo que leía. ¿Quién sería aquella persona? ¿Por qué aparecía justo en aquel momento? Por un lado, me sentía halagada, pero por el otro, desconcertada e incluso enojada por descubrir que alguien se estaba metiendo en mi vida. Debía seguir leyendo y descubrir toda la información posible.

«Reconozco que no he sido la mejor persona con la que te has cruzado, a veces he conseguido hacerte enfadar hasta tal punto que las venas sobresalían de tu cuello y tu tez se coloreaba como tu apodo; hemos discutido, llorado y reído, y nunca, repito, nunca, me he arrepentido de nada de ello.

Hoy vengo a pedírtelo de nuevo, quiero que vuelvas a ser mi clavel rosado. No me importa lo que me cueste conseguirlo, ni con cuántas personas tenga que explicarme, pondré patas arriba todo lo que haga falta, pero no puedo dejarlo pasar por mucho más tiempo. Te necesito, y sé que tú a mí también me necesitas.»

–¿Pero qué se ha creído ? –Dije cabreada. El vientre me hervía y estaba pensando en tirar la carta a la basura. El problema era que si lo hacía, ya no tendría pruebas para mostrar a mi marido–. Como me entere de quién… Aunque… ¡Podría ser una broma! Sí, seguro era eso.

La duda me remordía a pesar de mi enfado. Respiré profundo y decidí seguir la lectura.

«No pretendo hacerte cambiar tu vida, ni siquiera vengo a alterarla, me alegra muchísimo que te vaya bien con tu esposo, y que tus hijos sean los ángeles que son hoy en día; has podido construir con ellos el hogar con el que tanto soñabas y batir una familia espléndida y rebosante de felicidad.»

¿Me va a contar ahora a mí lo que he hecho o dejado de hacer con mi vida? –Me pregunté a mí misma–. ¡Decidido! No sigo leyendo hasta que llegue mi marido.

Comencé a recoger las compras y organizarlas según tenía acostumbrado tras dejar la carta sobre la mesa.

A pesar de mi propósito de no continuar leyendo, la cabeza no paraba de darme vueltas intentando descubrir la persona que se escondía detrás de aquel mensaje. Me hablaba en voz alta, enojada, y a cada instante miraba de reojo a la mesa; soltaba pequeños puñetazos a la pared, frustrada, y me intentaba convencer de que hacía lo correcto.

No obstante, tras varios minutos luchando contra mi orgullo, mordiéndome los labios y las uñas y sin poder concentrarme en ninguna tarea rutinaria, no pude evitarlo, volví a leer.

«No te hago esperar más, ya puedes abrir el otro sobre que he preparado para ti, en recuerdo a nuestro pasado. ¡10 años sin vernos, mi clavel! Pero no un clavel cualquiera, no; ni blanco, ni rojo, un clavel rosado»

La última frase consiguió despertar una especie de Déjà vu en mí, haciéndome abrir los párpados completamente, incrédula ante mi nula imaginación.

–¡No puede ser! –Exclamé con una mezcla de decepción y burla hacia mí misma y abrí la segunda carta, que guardaba una foto, precipitadamente, con las manos temblorosas y riendo– ¿Seré tonta? ¡Cómo no lo había pensado antes!

Al verla, confirmé mi teoría. Las lágrimas rebotaron repentinamente de mis ojos recordando momentos pasados y mi corazón se aceleró. Dí la vuelta a la carta y descubrí que había una frase más escrita en ella:

«Te espero en casa de la vecina»

Corrí como pude, sin soltar la foto de entre mis dedos, fui a casa de Gloria, colindante a la mía, y allí la encontré. Mi hermana.

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