El mártir de las estrellas

El mártir de las estrellas

Sofia Lopez

22/04/2017

La oscuridad que entraba por las ventanas no dejaba de minarle la moral. Su nostalgia por un lugar donde el sol aparecía llameante y cálido por la línea del horizonte y que se mantenía clavado en el firmamento durante horas, era algo que no conseguía sacudirse, pero muy a su pesar debía acostumbrarse a esa ausencia.

Porque hoy era el día.

El despertador chillaba desde la mesita de noche, y al pobre Roy no le quedó otra que levantarse, con una mezcla de resignación y algo de ganas. La estancia comenzó a iluminarse con sutileza, para no dañar la visión del huésped. El joven Roy se encontraba en una de las suites de la afamada fortaleza Ozimov, sede del gigante de los transportes interestelares Ozimov. Pero dicha construcción no se trataba de una fortaleza per sé, si bien es cierto que sus medidas de seguridad y diseño la hacían uno de los lugares más seguros del universo, sino una nave de proporciones monstruosas (no paraban de decir que podría dar sombra a todo el estado de Texas, aunque este lugar quedó sumergido hace ya casi dos siglos).

¿El motivo por el que Roy se encontraba ahí? Fácil, para heredar el imperio de su padre, el rey de los transportes, Sirius Ozimov. Muchos eran los rumores acerca de esta eminente figura, cosas tales como que si su nombre rozaba lo profético, que si se trataba del Leonardo da Vinci estelar y multitud de teorías conspiratorias que necesitarían muchas páginas. Roy era el hijo único de Sirius y Mar, quien murió al poco de dar a luz, y tras lo cual Sirius no volvió a compartir su vida con nadie.

Tras una rápida ducha, se enfundó un traje que le daba una apariencia respetable, con la cual se sentía completamente violento, y salió al pasillo en busca del despacho de su padre. Su paso era rápido pero no firme mientras recorría los infinitos pasillos y subía por los muchos ascensores, llegando por fin a la zona de oficinas. El guardia, a pesar de reconocerle, le obligó a realizar el escáner dactilar y de retina antes de continuar.

Poco después, Roy golpeó con suavidad la puerta del despacho de su padre, tras saludar con la cabeza a su secretaria. Entró y lo encontró como de costumbre, volcado sobre su mesa de cristal, vacía e impoluta, pero con miles de ventanas emergentes, documentos y archivos que deslizaba con agilidad bajo sus dedos. A sus espaldas, una imponente cristalera con vistas a millones de estrellas, y una cantidad abrumadora de ellas, conectadas gracias a él.

— Pasa Roy, siéntate — informó, procediendo a cerrar la puerta tras Roy y a oscurecer la mesa arrastrando su palma a escasos centímetros de esta.

Roy tragó saliva y se acercó, siendo consciente de todos y cada uno de los movimientos de su cuerpo, como si en lugar de su padre se hallara ante una multitud deseosa de juzgar y sacar faltas. Al llegar a la mesa, Sirius le indicó que se sentase en uno de los sillones oscuros que había ante la mesa, con un sutil gesto de su mano y una cálida sonrisa. Su relación con su padre nunca había sido cálida, así que el gesto le sorprendió.

— Mi secretaria me ha contado que llegaste ayer noche en una lanzadera exprés de la Tierra, ¿Fue un buen viaje?

No. Eso es lo que hubiera deseado gritar. Con “lanzadera exprés” se refería a un viaje de dos semanas a través de miles de kilómetros de oscuridad para el que, encima, criogenizarse era algo básico. “Para que el viaje sea realmente exprés”. Dos inquietantes semanas de sueño, sin ningún sueño que recordar.

— Seguí sin soñar — sentenció con neutralidad, aunque añadió una pequeña sonrisa.

— Bueno, últimamente andamos trabajando en la adaptación de un criosueño donde la mente del pasajero sea capaz de soñar sin importar los periodos de inactividad a los que se la someta — colocó los codos sobre la mesa, y entrelazó sus manos — con suerte es algo de lo que te encargarás con éxito.

Roy bajó la mirada, temeroso de lo rápido que la conversación avanzaba hacia el tema. Como si su padre hubiera leído sus pensamientos, resopló y se levantó con dificultad del asiento, volviéndose hacia el ventanal.

— Roy sé que este es un tema que ninguno de los dos deseamos tratar. Para ti, porque siempre has odiado todo esto; para mí, porque se trata de otra forma más de afianzar lo poco que me queda habitando este mundo, pero es algo que no podemos posponer más. He prolongado mi vida hasta la extenuación, y pronto no podré estirarla más — se volvió, con el ceño algo fruncido. — Hace mucho tiempo, en la Tierra, se hablaba de un imperio, un imperio tan poderoso y tan extenso, que nunca se ponía el sol. Yo he creado un imperio con miles de soles, Roy. No solo no se pone el sol, sino que hasta la luz de sus muchos soles tarda en recorrerlo. — Sirius miraba con honestidad y fiereza a su hijo, creyendo firmemente sus palabras. Roy soltó una pequeña risa. Sirius se acercó de nuevo a su hijo.

— A día de hoy sigo sin entender porq- — Roy le cortó.

— Porque no todos sentimos esa enorme fascinación por lo que hay fuera, padre. Porque el vacío que tanto idolatras no es lo natural. Y es algo que sigo sin comprender y compartir. Lo…lo siento.

— Ah Roy — Comenzó a rodear la mesa en dirección a Roy lentamente — Tú y tu debilidad por la Tierra. El por qué reducir tus horizontes a algo tan minúsculo, cuando tienes el universo a tus pies es algo que jamás comprenderé. La Tierra no es más que una roca cubierta de musgo y gases, de metal y de criaturas, de guerras y muerte, de—

— De vida, padre. De una vida por la que estás hoy aquí. Puedes… despegar tu mente todo lo que quieras, pero no olvides de dónde vienes. Por mucho que te alejes, por muchos… años luz que te distancies, tus debilidades siempre te acompañarán y se las debes a ella. ¿O ya habéis conseguido salir al exterior sin tanque de oxígeno y traje? — ironizó Roy, claramente molesto.

— Muy gracioso pero no, por desgracia el cuerpo humano sigue siendo débil y lento frente al trepidante avance de la tecnología — Sirius se sentó de nuevo en su silla, frente a Roy. — Quiero que sepas que a pesar de no compartir tus opiniones, he optado por respetarlas — Roy abrió los ojos, sorprendido ante una respuesta que jamás había escuchado de su padre, perdón — Pero me temo que no voy a estar ahí para respetarlas.

Roy escuchó como la puerta se abría silenciosamente a sus espaldas, pero se sintió incapaz de apartar la mirada de su padre, mientras la tensión aparecía en la estancia.

— Bueno, más bien vas a ser el que no vas a estar. — Sirius le apartó la mirada en dirección hacia la puerta mientras una sonrisa inundaba su cara. Roy se volvió y clavó la mirada en la figura que acababa de entrar.

Apretó las uñas en los brazos del sillón mientras sentía como su mandíbula se descolgaba. Avanzando con paso firme y seguro, Roy Ozimov se dirigía hacia la mesa.

— Tú eres el único heredero de este imperio, Roy. Así que no me quedaba otra opción. Forzarte hubiera sido inútil, si en toda tu vida no he conseguido que sigas este camino, este no iba a ser el momento. Además sé que él no me va a fallar. — El nuevo Roy sonrió con frialdad, clavando su mirada en el Roy sentado que se encontraba al borde del desmayo.

— Si él dirige la empresa q-que va a ser de mí — Se odió por haber titubeado, pero su mente no sabía encajar los acontecimientos que estaban ocurriendo.

— La opción de que te retires a algún rincón apartado y olvidado en la Tierra es bastante tentadora, además de que no te sería muy desagradable — Roy asintió levemente, con las uñas aún clavadas en el cuero del asiento.

— Pero todos sabemos que en una empresa tan grande como ésta, con la misión de conectar mundos, no se puede dejar ningún cabo suelto — sentenció Roy a sus espaldas, el sonido de sus pasos aproximándose.

— Hijo mío, considérate mártir de las estrellas — sentenció Sirius.

Fue aquí cuando los instintos de Roy saltaron y corrió a levantarse de la silla, haciendo que ésta chirriase contra el suelo, pero un abrazo mortal atrapó su garganta, escurriendo y estrujando el aire que quedaba en ella, forcejeando consigo mismo, hasta que solo quedó un Roy en aquella sala.

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