El viento en el rostro

El viento en el rostro

Yván Vera

29/01/2020

Odiaba a mi madre… desde pequeño… ¿por qué?:

La había culpado por haberme parido con un mal congénito (había llegado a este mundo imposibilitado de mover las piernas, de sentirlas, de sentirme normal) debido al excesivo consumo de estupefacientes en el submundo en el que convivía trabajando para poder subsistir de la precaria situación en la que nos mantenía…

Odiaba a todos quienes sin quererlo, se compadecían de mí, odiaba sentirme un estorbo… los odiaba.

Una noche mientras ella trabajaba, decidí irme de su lado …. la nota que le había dejado sobre su mesa de noche, decía: “Me voy para hacer mi vida lejos de todo recuerdo de un pasado que quiero desaparecer, no te preocupes por mí, estaré muy bien donde el tío Isaac». Me sentí libre.

Permanecía el día sentado en la inseparable silla de ruedas, viendo cómo la gente corría por el malecón, sintiendo el viento refrescar sus rostros cansados, disfrutando la brisa del mar, corriendo ataviados de colores alegres, mientras respondían a mi saludo a distancia… soñando ser uno de ellos.

Una de esas tardes, en el ocaso del día, mientras disfrutaba de la gente corriendo por el mismo malecón; un desplazamiento abrupto llama mi atención. Giro lentamente la mirada, y puedo distinguir a mi madre camino a casa de su hermano, allí, justamente donde estaba yo.

Era mi madre, en otro intento por ir a mi encuentro, esta vez no fue el estruendo del portazo quien se lo impedía; esta vez no fui yo. Mientras ella, cruzando a toda prisa, impulsada por la emoción, vi aquella imagen desgraciada del auto arrollándola, lanzándola violentamente contra un poste, destrozándole así, las ilusiones de lograr su objetivo luego de incontables intentos mutilados…

No supe que hacer, solo atinaba a mirar como un mar de transeúntes y corredores, iban a su auxilio mientras yo impávido por ver a mi madre quizá en sus últimos minutos de vida; pensaba si lo que le había deseado, terminaba al fin por cumplirse… mi madre iba a morir y seguramente iba a saldar su error.

Recordé cuando de niño me cargaba y lanzaba a lo alto haciéndome volar y sentir mi rostro y su contacto con el viento, que era lo que más me hacía sentir esa sensación de movilidad plena, vertiginosa, y que disfruto ahora viéndolos en otros, recordaba cada cumpleaños, prometiéndome que pronto saldríamos a correr y sentir juntos el viento en el rostro, y yo siendo feliz… Maldito regalo, sabía que era el fin… una silla de ruedas.

Empujado por los recuerdos, decidí buscarla.

Estando ya en su habitación, me acerqué mientras la veía conectada a una serie de instrumentos y sondas que desprendían de su cuerpo hacía la vida:

─Hola mamá, soy yo.

(Sonaba el pitido del monitor)

─Hola mamá, he venido a despedirme… pedirte perdón ─se me quebraba la voz.

─Hijo, hijo… estás aquí ─pudo decir mientras buscaba mi mano.

─Si mamá, vine a verte.

Mi madre empezó a temblar, buscándome la mirada…

─Te quiero hijo, te quiero más que a nada en este mundo.

─Yo también te quiero mamá ─me acercaba poniendo mi rostro en su débil mano.

─Perdóname hijo, nunca quise hacerte daño, perdóname, por favor…

─No digas eso mamá, el que tiene que pedir perdón soy yo, ¡te quiero mamá!… no te mueras por favor…

Los doctores entraron raudos al escuchar el monitor cardíaco acelerado… Huí.

Muchas tardes, en los meses que transcurrieron, gozaba viendo a los corredores del malecón disfrutando las caricias del viento. mientras el recuerdo de mi madre me atropellaba del sosiego.

Fui a comprar ese uniforme deportivo, como los de aquellos corredores y verme como ellos , sentirme como ellos.

La mañana siguiente, me acerco a la reja del patio (sonrojado de vergüenza) me preparo a salir ataviado con mi camiseta amarilla fosforescente, cruzo la pista con mi inseparable silla de ruedas y sentirme uno más…

Mientras paseaba ataviado de corredor (una imagen que me hacía dudar que lo que estaba viviendo era o no real) vi a mi madre acercarse (caminando con mucha dificultad) se aproximaba mientras mi corazón se sala del pecho. Caminaba zigzagueando, pero con la firmeza de la madre que lucha para resarcir un pasado lleno de dolor…

─ ¿Mamá? ─pregunté asombrado.

─Hola mi amor… sí, soy yo, tu madre ─me decía mientras caminaba hacía mi… y continuaba ─te he extrañado tanto hijo…

Intenté gritar, pero el nudo en la garganta me lo impedía… Me dolía en el alma verla así. Sus piernas ortopédicas dificultaban su movilidad…

─Ven hijo, ven mi amor ─lloraba y tomaba aire para continuar ─he soñado tanto en volverte abrazar… ¡Te quiero hijo! ─lloraba, mientras me acariciaba, mientras me besaba…

─Perdóname mamá ─decía yo con la voz entrecortada, perdóname… mira lo que te he hecho mamá… perdóname (la abrace con toda mi alma). Perdóname ─he sido un mal hijo…

─No digas eso mi amor, ahora estoy a tu lado. Olvidemos el pasado para siempre ─decía, mientras me llenaba de besos con desesperación… y continuaba:

─Pero mira que guapo estas con ese uniforme, hijo ─dijo poniéndose de pie sin dejar de escrutarme…

En ese momento mi madre, tomando las empuñaduras de empuje de la silla de ruedas ─¿Estás listo hijo?

─Mamá, ¿qué haces?, estás loca mamá, pero si apenas puedes caminar, mamá…

─Nunca olvidé la promesa que te hice mi amor ─lloraba ella…

─Mamá, no podrás, mamá no puedes cami…

─Vamos hijo. Vamos a volar y sentir el viento en el rostro como te lo prometí, ¿lo recuerdas mi amor? Vamos hijo, … vamos a correr, a correr más rápido que todos, vamos amor…

─Te quiero mamá… te quiero ─ lloraba como un niño.

Recuerdo el viento en el rostro secando mis lágrimas con la misma sonrisa de cuando mi madre me levantaba hacia el cielo y sentía mi rostro y su contacto con el viento, mientras superaba corredores que competían ante el asombro de todos quienes me conocían y quizá compadecían, pero ahora no, ahora era uno de ellos, pero doblemente feliz…

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