El rincón diván de Leandro y la vida triste de Paula.

El rincón diván de Leandro y la vida triste de Paula.

Luis Valdés

29/01/2020

-No recuerdo que me afectara tanto la despedida de Paula- dijo Leandro mientras exhalaba el humo de su cigarro.

-Deja de lamentarte, no tiene sentido el estar así- respondí mientras endulzaba el café.

Es algo estúpido y un tanto irónico el mirar llorar a un hombre que siempre ha sido una piedra, y mucho menos, beber desenfrenadamente por una mujer a la cual nunca valoró, y lo más irónico de todo, es que su alcoholismo fue la causa de su ruptura. El pobre diablo pensaba que podía rehacer su efímero matrimonio marcando ebrio por las madrugadas a Paula.

Recuerdo que la última vez que la vi iba cargando con dificultad una maleta que apenas podía, traté de detenerla, pero me eludió con esa sonrisa de manicomio y me hizo la seña de hasta luego descansando su pesado equipaje en la acera.

¡Pobre chica! Me dije, pero también pensé que no era asunto mío el tratar de hacer algo por mi hermano y mi cuñada, porque la última vez que intenté calmarlos del escándalo que ocasionaba su pelea, Leandro me dio un puñetazo con tanta rabia que me hizo recordar las palizas que me daban en la secundaria, y por un momento, sentí el temor que ya había olvidado, así que me marché de aquel sitio en medio del aguacero.

Años antes, parecía que dicho matrimonio iba a durar bastante y también que las absurdas promesas de felicidad iban a encadenarse a un cuento de hadas, es decir, el anillo de compromiso dentro del tulipán, el viaje costoso que realizaron a Cuba para esa propuesta y el disgusto que causo entre sus padres sus quince días de ausencia no fueron para menos.

A veces el amor impide ver el lado cruel de la vida; es entonces cuando el matrimonio echa el balde de agua fría en la cara y es cuando comienza el caos entre las supuestas almas gemelas.

El caso de Leandro y Paula no es la excepción, ni tampoco el último sobre la faz de la tierra y el fin de los tiempos, pero resulta inquietante todo aquello que acarrean las peleas incómodas en medio de las reuniones sociales.

Que estúpido se ve Leandro hablando con todo el mundo y ofreciendo copas a los abstemios que le hacen gestos de incomodidad. Que ilusa es Paula si piensa que Leandro va a tomar en cuenta su expresión de ya vayámonos porque estás haciendo el ridículo, piensa un poco en mí.

No obstante, pasados los años, se escucha en el buzón de voz de teléfono de Paula el típico ¡amor mío! Solamente quiero decirte que estoy perdido sin ti, intentemos de nuevo, ¿a caso ya no me quieres? Responde en cuanto puedas, pero lo gracioso es que nunca hay respuesta.

Supongo entonces que recuerda las tardes de películas en su casa y el miedo que sintieron al hacerlo por primera vez, según me confeso medio borracho Leandro un día que lo llevé todo orinado y vomitado al sofá.

-¿Qué le hiciste, malnacido?- Me pregunto en la mente mientras lo miro llorar ahogado y quedarse dormido.

Leandro ha perdido ya dos trabajos, de Paula no sé nada, pero de seguro vive con su madre en Morelia, no tiene a dónde ir una mujer que odia la soledad, de seguro sigue trabajando como maestra de preescolar y supongo que también sigue aguantando los acosos de su supervisor, quien clava sus lascivos ojos en su busto y en sus caderas.

¡Que la glorifiquen! Se lo merece, pues ha sido mártir debido a su débil espíritu, más sin en cambio parece una persona incorruptible, piensa que todo tiene que ir por la senda de la rectitud, muchos respetamos su opinión, pero odiamos su ideología.

¿Qué tan amable es la gente que vive en el mundo?

Quizá para santificarse tiene que pasar por un doloroso calvario, pero yendo al meollo del asunto, es Leandro a quien no saco de mi casa, pues llega con la cabeza agachada y entra sin pedir permiso y solamente llega al rincón de la sala donde está la chimenea, el brandy y el cómodo sofá que apenas terminé de pagar la semana pasada. Se pone a beber y parece tan frustrado (no tanto como yo) que me vi obligado a ir en busca de Paula y efectivamente la encontré en casa de su madre, siempre tan desaliñada como siempre, no sé qué le mira el supervisor a esa escuálida figura de mujer; a lo mejor aplica el dicho popular que dice que las flacas son insaciables en la cama y que son más ardientes que el abrasante calor de julio.

En fin, yo solamente le propuse a Paula que platicase con mi hermano porque definitivamente estaba perdido sin ella y más perdido (incómodo) estaba yo porque tenía que soportar sus estupideces.

Me dijo entre lágrimas y rabia que no tenía ganas de platicar con ese ingrato y también me confeso que cuando aún podían rescatar el matrimonio, cada que se le daba la gana, el robusto Leandro la golpeaba en la cara porque no aguantaba el reproche y porque ya no se quería acostar con él, no mientras no moderase su forma de beber o buscase terapia.

Pasado todo, abrió las puertas de su casa para echarme de allí de una forma prudente y cortés.

-Bien, mi querido Luis, con lo que me has contado no te quedará otra alternativa que poner un diván en vez de un sofá y también estudiar a Jung y Freud para entender el subconsciente de un ebrio empedernido- dijo, pero pensé que era sarcasmo o burla, quizá lo segundo.

-Al menos intenta pedirle que ya no beba tanto o se va a morir, solamente te pido seas prudente y lo hagas por mí, pero también por él- respondí

-Mejor vete, desgraciado, vete a ver llorar a tu hermano y recuerda cambiarle los pantalones por unos nuevos y ponerle huevos para que pueda apretar un gatillo.-

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