Como todas las mañanas fui a las clases de la autoescuela, me hacía bien madrugar, al volver a casa desayunaba en el Rincón, un bar que hay al lado de la farmacia de Puerta Cerrada.
Subí y estuve archivando documentos, a media mañana me llamó Inés, me dijo que quería verme después de comer.
Nada más llegar, me abrazó y comenzó a llorar.

—No me abraces así mamá, me duele la espalda. Me ha dado latigazos con el cinturón.
Me quedé de piedra, le abrí la camisa despacio y se la quité. Tenía contusiones por toda la espalda y heridas alargadas a carne viva.
Pensé: «Ernesto, hijo de puta, de esto te vas a acordar durante toda tu vida. Mal nacido, pegar así a mi hija. Te crees muy valiente, pues prepárate, vas a saber lo que es una suegra».
Busqué la crema para las heridas, me senté en el sofá y le dije que se tumbara boca abajo poniendo la cabeza en mi pierna y comencé a dársela.

—Cuando nos fuimos el otro día, después de cenar—comenzó Inés a contarme—, fue todo el camino callado, mirándome fijamente y al llegar a casa me dijo: “Prepárate”. Comencé a temblar, me quedé de pie en el salón, le vi ir a nuestra habitación, se desnudó, vi cómo se excitaba mirándose al espejo, luego vino hacia mí con el cinturón cogido por la hebilla. Me dijo: “Desnúdate guarra, ¡túmbate en la cama! Siempre me dejas en evidencia delante de tu madre, no aprenderás nunca. ¿Qué harías sin mí? ¡No hay nadie que te ame como yo!”

—¡Me aprietas mucho mamá, más suave! —Se le notaban los latigazos, rojos, con gotas de sangre. Pasaba los dedos con crema suavemente y se me agarraba la rabia al corazón, tenía que calmarme.

—¿Mamá —prosiguió—, que le habré hecho para que me trate así? Le tengo mucho miedo, y a la vez le amo con locura. Comenzó a pegarme latigazos, fueron cinco esta vez, aún tengo la espalda en carne viva, casi no me puedo tumbar y luego me hizo el amor.

—Eso no es hacer el amor, eso es violarte. ¿Lo ha hecho más veces?

—Después del funeral de papá, solo me dio tres latigazos y luego lo hicimos otra vez.

—Yo si sé que hacer, vamos a urgencias para que te curen las heridas y luego a la comisaria para poner una denuncia…

—A comisaría no voy, ¿quieres que me mate? Ernesto es un bestia, no le voy a delatar, sería mi perdición. Tendría que retirar mi declaración —Me dijo muy seria.

—¿Entonces qué vas a hacer? No puedes dejarle que te pegue cuando quiera.
Le ayudé a ponerse la camisa y sentarse en el borde del sillón.

—Solamente me pega cuando va con los amigos y bebe, una vez al mes o dos. Creo que puedo curarle, si no le llevo la contraria, si hago lo que quiere y no le contradigo, se olvidará de pegarme.

—Inés, nunca le vas a cambiar. — Le cogí las manos, las tenía frías. Me fijé en su cara, la tenía más chupada que nunca.

—No mamá, todavía me quiere ¡Lo sé! y yo también le quiero. Cuando éramos novios no era así: era tierno, amable y cariñoso. Es buena persona ¡Me ha prometido que cambiará! Me pidió perdón, dijo que es la última vez, que no volverá a ocurrir. Soy la culpable de que sufra tanto, no te das cuenta, no le cuido bien. Sufre mucho y debo de sufrir con él, por amor. —Continuó llorando—. Ha cambiado a partir de que nos casamos, el alcohol y los amigotes le han cambiado. ¿Por qué?

Se me rompía el corazón al verla llorar, tenía que convencerla para que dejara a Ernesto, era mala persona, quería anularla por completo.

—No te entiendo, no sé cómo puedes decir eso. ¿Cómo te va a querer si te pega?

—Es su forma de decírmelo mamá, él me quiere.

La abracé con mucho cuidado, debía protegerla del sinvergüenza de su marido.

—Cariño, siempre estaré para ayudarte en todo, ten mucho cuidado, Ernesto es un mal hombre y te puede destrozar, no te quiere.

—Si no puedo con él en estos meses vamos a la comisaria a denunciarlo ¿Te parece?

—Claro, cariño. No esperes tanto tiempo.

Estuvimos hablando toda la tarde, no pude convencerla de que se viniera a vivir a mi casa, tenía aún su habitación. No quiso. Se fue para hacerle la cena a su marido. Me quede muy apenada y triste. Tener una hija que este ciega de amor por un cantamañanas, es insoportable. Como mi hija vuelva a decirme que le pega ¡A ese cabrón le mato!

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