Yo nunca he leído “El Quijote”. No soy como esos que dicen conocer la “obra cumbre de la literatura hispánica” como si fuera un pasaporte a la intelectualidad. En su defecto, prefiero los pasajes de Don Amadís de Gaula, caballero, cuyas aventuras enloquecieron a Alonso Quijano.Aunque, me queda claro y confieso no ser un gran lector. Lejos de soñar con algo escrito, prefiero vivirlo en hechos reales. Tanto así, que aquella noche toledana, alguien había hablado de las rutas del Quijote cercanas a Toledo. Estas discurren por los mismos espacios, parajes, pueblos en los que Cervantes situó a su jinete y escudero.Para entendernos de una y que alguien no piense que Alonso Quijano existió alguna vez, como sucede en un pueblo de Chile cuyo monumento central “atesora” un peroné del mismísimo Don Quijote de la Mancha; y cuya población se siente orgullosa de ello; debo explicar que estas rutas fueron declaradas Itinerario Cultural Europeo por su belleza natural, y lo hubieran sido si Cervantes hubiera perdido o no su mano. El tema es que son rutas equiparables en importancia al Camino de Santiago o las Rutas de los Sefardíes. Hermosos parajes para disfrutar.Yo, viajo a la supervivencia y estas atracciones están creadas para que sueltes tus buenos euros cada vez. Amén de que están recomendadas sus 2.500 km para ir en auto; y este cubano rutea a pata.Sin embargo, siempre hay un buen samaritano que te recoge, o un bus descarriado cuyo importe es asequible al bolsillo. Así andaba yo por Castilla La Mancha. Cual hidalgo medieval viviendo en mi mochila con el bosque de jardín y con mi típica dieta de pan, cerveza y vino.Las rutas se dividen entre lo turístico y lo literario y plantean de forma fidedigna las aventuras de los protagonistas, pero pasando lugares que ya formaban parte de mapas del siglo XVIII demás de crear un itinerario que recorra los espacios donde suceden las aventuras y otros que merecen ser vistos por su interés histórico, gastronómico y cultural; la literaria, en cambio, busca mucho más la precisión el orden de las salidas de Don Quijote para establecer itinerarios más fieles, lo que ha hecho que más de algún iluso, como en Chile, crean que el Hidalgo fuese real.Yo, particularmente desdeño las rutas turísticas y prefiero lo natural. Lo pragmático. Sin espejismos propios. Y aquello de la ruta literaria, no me convencía…así que decidí seguir el instinto partiendo del mismísimo Tajo y continué una marcha contemplante entre carreteras, olivares, tierras de cultivo y llanuras, de vez en cuando, alteradas por la presencia de castillos como el de Almonacid de Toledo. En aquella etapa inicial del viaje, aún no había hecho grandes recorridos. Máximos los 30 km desde La Habana hasta El Cotorro; o aquella caminata inmensa con mi amigo Mario Escobar, ¡40 km de elevaciones del Escambray entre San Blas y Cuatro Vientos! ¡Así que 108 km hasta El Toboso!, eran una salvajada. Pero era mi salvajada; y soy yo…que, ante la duda, siempre avanzo.Caminé. Caminé toda la tarde iluminada de paisajes y olivos. Caminé la tarde noche signada por el friachuelo que en noviembre se percibe de rigor en estas regiones ibéricas.El Toboso porque sí. Por Dulcinea. Por la curiosidad del pueblo me parecía una parada interesante. Por qué en esta localidad Cervantes situó la morada de Dulcinea. Por qué tardó tanto el héroe literario en llegar a su encuentro. Además, podía disfrutar del Museo Cervantino y entenderlo todo sin pasar horas leyendo el mamotreto quijotesco. Pasó el tiempo y pasaron los pasos, las zancadas, los metros y Km mientras me dirigía al Toboso. Pero soy yo, y en algún momento los puntos de giro iban a alcanzar mi travesía.108 km decía Google map, me separaraban de mi destino por una ruta señalada y hasta turística. En algún momento entré en una taberna de La Guardia, recuerdo que pasada la Plaza del Pilar y buscando la que llaman Casa Rural de Don Qujote; pero nuevamente mi brújula borracha me hizo de las suyas mientras giraba al sur y continué caminando entre olivos, siguiendo las luces lejanas de lo que luego supe era una carretera directo a Andalucía.Como la noche estaba linda y la ruta se prestaba, continué por La Mancha sin presión ni apuro. Me alcanzó la madrugada con una garrafa de vino producto de mis último euracos y necesidades etílicas. Dormí bajo un seto aferrado a mi For Clas 50 como si fuera Dulcinea y yo su caballero errante. Desperté con las luces mañaneras con el paisaje más idílico que achacan a Cervantes. Los molinos. De alguna manera había llegado a Consuegra. Y allí, frente a mí, en una colina cercana, los cuatro gigantes contra los que arremetiera el Hidalgo me daban la bienvenida a la vida real del Ingenioso. Y me quedé sin conocer El Toboso, pero amanecía con alma resaquera frente a los molinos sintiéndome protagonista de aquella novela que aún no he leído.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS