El silencio no existe. El silencio no es más que una suposición. Una palabra que intenta definir un estado mental tranquilo. Más que tranquilo, diría: vacío.

No existe el silencio en ninguna parte de nuestro planeta. Pues mucho menos existe dentro de nuestra cabeza. Aunque muchas veces eso sea algo que intentamos y deseamos, el silencio no vendrá para apoderarse del mundo de las ideas y echar allí la tarde. No. Eso es algo con lo que tendremos que vivir. Algo que tengo que asumir. Nunca estaré tranquilo. Nunca mantendré mis pensamientos en orden y con la boca cerrada.

Aunque pareciese que el paso del tiempo y las nuevas preocupaciones, que éste lleva de la mano consigo, ocuparon mi cabeza para no dejarme pensar más allá de lo que ocurría en mi día a día, algo dentro de mí sabía que aún hacían ruido las antiguas ideas que no me dejaron dormir durante años. No obstante, esto ocurrió hace ya mucho tiempo y mi vida actual no me daba pie a focalizar mi atención en otra cosa que no fuera el presente.

Hace un par de días me encontraba haciendo una limpieza general de mi casa, la cual había prometido hacer a Laura hace tiempo, y, tras semanas de evasión de dicho trabajo, opté por terminarlo de una vez. También tuve una motivación externa por parte de mi queridísima mujer, Laura, pues el ánimo que me aportó su furiosa mirada y la conversación a favor de la abstinencia sexual durante una larga temporada, ayudaron a que cogiera la escoba con mucha más fuerza.

Después de haber limpiado durante horas, me encontraba con ánimos hasta de hacerme cargo de tirar a la basura los viejos objetos que no hacen más que coger polvo. Guardábamos gran parte de ellos en un altillo en la habitación de nuestro hijo. Allí se resguardaban mis antiguos libros de la universidad, las maletas de viaje, antiguos electrodomésticos y un montón de cajas que guardaba de cuando vivía en mi pisito de soltero de Madrid, llenas de más trastos innecesarios.

Cuando ya estaba abriendo la última de las cajas para desechar todo su contenido, al igual que hice con las anteriores, observé que esta última guardaba una serie de viejos cuadernos en los que garabateaba un gran número de pensamientos que se me pasaban por la cabeza cuando tenía algo más de una veintena de años. Qué aprecio le tenía yo a todas esas ideas. Pues éstas no eran ideas únicamente. Éstas iban acompañadas de grandes sentimientos; sentimientos de disconformidad; de melancolía; de vergüenza; de ira; de alegría; de emoción; pero, sobre todo, estas ideas y sentimientos estaban aliñados con algo muy importante, por no decir lo que más me importaba en aquel entonces, estaban acompañados de Ella.

Ella era… Ella… bueno, no existen definiciones exactas para la inteligencia o felicidad, así que tampoco podremos definir algo tan abstracto como Ella. Ahora mismo, únicamente diremos que Ella era el noventa y nueve por ciento de mis pensamientos y que el resto de ellos, de una forma u otra, también terminaban relacionándose con Ella.

Fue entonces cuando vi de cerca el cuaderno en el que más tiempo pasé anotando la mayor parte de mis designios. En ese momento mi corazón paró de funcionar durante algunos segundos. Digo algunos segundos porque sé que hubo una medida de tiempo real, pero, en la realidad en la que yo vivo, esos segundos fueron semanas, meses e incluso años. El mundo se paró de golpe. El tiempo se detuvo, al igual que se detendría si volviera a verla pasar cerca de mí. Allí estaba ese cuaderno y allí mismo pareciera que Ella también estuviera. No hubo ritmo cardíaco. No hubo respiración. Sólo hubo un colapso de conexiones sinápticas intentando emitir y recibir algún mensaje. Un mensaje complicado. Un mensaje abstracto y tan controvertido como lo era Ella.

A día de hoy pensaba que ese silencio del que hablaba antes se hizo cargo de aquel pasado en el que no paraba de cuestionarme el por qué quería tanto a una persona. Pero, el silencio, también como explicaba, no existe.

-Papá -,escuché desde la puerta de la habitación a mi hijo con tono impaciente -¿Has acabado ya de coger cosas de mi cuarto? Quiero jugar a la play y mamá está viendo la tele en el salón.

-Sí –le contesté a mi hijo -.Cojo esta última caja y te dejo tranquilo.

Esa inocente voz de mi hijo de ocho años me trajo de vuelta al mundo en el que me encontraba. Así que, recogí todas las bolsas de basura y las puse en el pasillo mientras escondía ese pequeño cuaderno en el bolsillo trasero de mis vaqueros.

Han pasado ya dos días desde que limpié la casa de arriba abajo. Han pasado ya cuarenta y ocho horas desde que guardé el famoso cuaderno. Han pasado ya dos mil ochocientos ochenta minutos desde que intento evitar a mi mujer. Obviamente, eso es muy difícil viviendo en la misma casa, pero, llevamos estos días sin mantener ninguna conversación fluida o algún contacto visual incómodo.

No sé cómo explicar lo que me pasa. Quiero a mi mujer. Adoro a mi familia. Me siento seguro con Laura y mi hijo, Daniel. Pero, tras mirar la cubierta de ese cuaderno, siento que un capítulo de mi historia no se llegó a cerrar completamente. Siento que dejé algo a medias. Que lo que siento ahora junto a mi familia está muy bien, sin embargo, lo que sentía en esa época y cuando estaba junto a Ella era, inconfundiblemente, más intenso, una montaña rusa de emociones que me hacían sentir diferente al resto del mundo.

Saqué el cuaderno de donde lo guardé, con intención de volver a leerlo después de todo este tiempo. Lo abrí y leí la portada en la que se disponía un título: <<Diario del Pensamiento> y justo debajo ponía: <<Ella>>.

Leer esto bastó para asustarme y volver a dejar el cuaderno a buen recaudo en el armario.

Allí me encontraba, sentado en el borde de la cama con la mirada perdida, sin saber en qué estaba pensando.

-Cris, -me decía Laura mientras entraba a nuestra habitación -¿Qué te pasa? Llevas un par de días muy raro. Me estás empezando a poner nerviosa. ¿Al final mañana nos vamos de vacaciones o no?

El inconfundible tono de impaciencia de Laura era motivo de preocupación. Así que, intenté dejar de lado todos los hechos pasados y corregí el gesto de mi cara para mirarla a los ojos y decirle: -Sí, claro. Perdona. Me pasó un asunto en el trabajo y estaba preocupado. Mañana a primera hora salimos a la playa. Tú sigue haciendo tu maleta.

-Bueno, -me contestó ahora Laura –pero habla un poco chico, que menuda alegría desprendes.

Mi mujer era una chica agradable y muy guapa, pero a veces daba un poco de miedo. La conocí saliendo de cervezas con unos amigos hace ya nueve años. Estuvimos saliendo cuatro meses y de un día a otro me dijo que estaba embarazada.

En esos momentos yo estaba completamente loco por Laura y con un trabajo estable, así que decidimos seguir hacia delante con la aventura de tener un hijo.

Nos casamos por lo civil cuando Dani tenía cuatro años. Dani es un encanto de niño, solo que pareciera como que su madre le dirige la mayoría de sus movimientos. Tan poca parece ser su personalidad y autonomía que, no sé cómo, pero no veo que se sienta bien cuando se encuentra conmigo a solas. Supongo que es porque intento empujarle a pensar por sí mismo, y eso le pone nervioso, y acaba recurriendo a su madre de nuevo.

Pasaron doce horas y ya nos encontrábamos de nuevo despiertos, en el coche y dirección a un apartamento que alquilamos en Almería. Nuestro equipaje no era demasiado excesivo, pero sí que llevaba escondido aquel cuaderno que no me dejaba la mente tranquila.

En el viaje hice el esfuerzo por devolver a la normalidad nuestras vidas. Y lo conseguí. Hablamos de todo un poco y llegamos tan felices a la playa.

Después de dejar el equipaje, les dije a Laura y Dani que bajaran a la playa, que yo bajaría en un rato.

Y, tras sentarme en una silla de la terraza del apartamento, allí me encontré de nuevo, nervioso, mirando fijamente la portada de mi antiguo cuaderno.

Esta vez tuve más agallas y comencé a leerlo. Página tras página. En él hablaba de muchas cosas mundanas, como lo mal que me parecía mi trabajo o lo poco que soportaba a la gente, pero sobre todo se podía distinguir la palabra <<Ella>> en todas sus páginas.

Cada vez que leía esa palabra se me encogía el estómago. Ella estaba en mi mente en aquel entonces. Estaba escrita en la historia de mi vida. Estaba escondida en lo más profundo de mi corazón.

No recuerdo muy bien porqué terminamos nuestra relación, pero era auténtica y llena de cariño. Supongo que éramos muy jóvenes entonces.

Pero, y ahora ¿Qué más me da? No volveré a verla nunca más. Está claro que lo que sentía o siento cuando pienso en Ella no se compara en lo que pueda ver en Laura. Pero, Laura está aquí y tenemos un hijo. Y ese es mi presente, por mucho que me atormente mi pasado. Ese pasado ahora tendrá que permanecer callado. Al igual que lo ha estado durante todo este tiempo.

Ella era increíble, pero Laura me quiere. No es que me conforme, es que estoy haciendo lo correcto.

En un instante cerré el cuaderno de golpe y me bajé a la calle dispuesto a tirar a la basura todas las ideas que se opusieran a mi vida aparentemente feliz junto a mi familia.

Así que, caminé por la calle confuso y cabreado conmigo mismo.

El cuaderno lejos y yo dispuesto a seguir mostrando mi felicidad junto a Laura y Dani.

Y, tras girar una esquina y poder ver la orilla del mar en la que había quedado con mi familia, algo me invadió la vista. Había algo en la parte periférica de mi mirada que me estaba nublando la mente. Paré en seco y observé una de las grandes ventanas de una cafetería que hacía esquina.

Miré con claridad la figura que se distinguía en una de las mesas, desayunando. Allí, sentada en una silla junto a una amiga, casual e increíblemente, volvía a estar Ella.

La luz del día se apagó para dejar un simple foco de iluminación hacia donde se dirigía mi mirada, hacia Ella.

Yo no supe qué hacer. Sólo me quedé mirando desde lejos. Pensando en qué debería de decir, si es que acaso debería de acercarme.

No reaccioné. Mi corazón no latía. Mis pulmones no funcionaban correctamente. Mi boca dejó de salivar.

La miré durante, supongo, cinco minutos. Pero, para mí, pasó toda una vida por delante de mis ojos. Pude ver cómo entraba dentro de la cafetería y cómo le daba un beso sin mediar palabra. Pude ver cómo cambiaba mi actual vida fingida por una vida de verdad. Pude ver lo que sería ser feliz y estar enamorado cada día de mi vida. Pude ver lo que realmente merece la pena de vivir. Pude verme sin miedo y decidido a hacer lo que de verdad merece la pena. Pude convertir un mundo de fantasía en realidad.

Pero no fue así. En ese momento me volví a nuestro apartamento. Recogí el cuaderno. Volví a abrirlo para ver por última vez la palabra <<Ella>> y lo hice pedazos. Destrocé mi mundo perfecto para conformarme con el de ahora.

No tuve valor para cambiar mi vida. No lo tuve antes y tampoco lo tendré más tarde. Sé que el silencio nunca se apoderará de mis pensamientos. Sé que nunca tendré lo que pude tener junto a Ella. Sin embargo, tomé otro camino para llegar a la playa y juntarme de nuevo con Laura y Dani para vivir una vida perfecta llena de infelicidad.

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