Mi nombre es Sterling Jones y tengo un trabajo, cuanto menos, diferente. Prácticamente ninguna noche duermo en casa, es más, ni siquiera lo hago en mi propia era. Me dedico a cumplir encargos, pero no se trata de llevar el traje del jefe a la tintorería ni de hacer la compra a octogenarios. Lo mío es más complicado. Viajo, viajo mucho. No me verás en un avión, barco, coche o tren. Viajo en el tiempo, gracias a un tele-transportador que me lleva a una época anterior. Y allí permanezco hasta que logro realizar la misión que mi empresa me ha encomendado.

Soy un exterminador. Lo que hago es eliminar cucarachas, si bien ellas prefieren ser llamadas personas. En cualquier caso, me llevan a tiempos pasados para evitar que esos desechos sociales se propaguen. Ya perdí la cuenta del número de encargos que me han solicitado. Una cosa sí tengo clara, he finalizado con éxito todos. No soy el único que desempeña este trabajo, pero les aseguro que yo soy el mejor.

Creo que en mi época sería incapaz de matar a una persona. Pienso en cómo reaccionarían sus familias y se me desgarra el alma. Pero, ¿dónde está el problema cuando matas a hombres y mujeres que vivieron siglos antes que tú? En ese caso no tienes que preocuparte por las consecuencias. Llegas, matas y regresas. No voy a mentir, la compensación económica ayuda a callar las voces de mi conciencia, pero también es cierto que he pensado en dejar este trabajo. Ese pensamiento cada vez es más recurrente, aunque procuro no verbalizarlo por temor a las consecuencias. Es fácil entrar en este empleo, pero todavía nadie ha sido capaz de abandonarlo.

Lo complicado de los encargos es encontrar la manera de acabar con la víctima. En algunos casos son realmente sencillos, simplemente aparezco en una cocina, cojo un cuchillo y solo tengo que rajar el cuello a la persona indicada. Otros me llevan más tiempo y son más enrevesados, me obligan a pasar días e incluso semanas buscando al objetivo, para después averiguar cómo destruirlo. Pero siempre encuentro la manera.

Esta vez me han trasladado hasta 1898. Mi objetivo es un tal Joseph Vacher, una especie de Jack el Destripador francés que mató a once personas. «Exterminador Jones, en el informe adjunto tienes todos los datos que necesitas para acabar con tu objetivo. Hazlo antes de que la guillotina termine con él», dice el mensaje que me ha enviado mi compañía.

En la misiva viene toda la información sobre el asesino. Criado en una familia de granjeros, en su infancia se dedicó a torturar animales e incluso a violar un niño. Intentó suicidarse en dos ocasiones. Una cortándose la garganta, otra pegándose dos tiros después de que su novia declinara su propuesta de matrimonio. No murió, pero una de las balas se le quedó alojada en el cráneo y le paralizó los músculos de la parte derecha de su cara. No pudo quitarse su vida, pero sí se ensañó con otras personas, a las que mutiló brutalmente para incluso mantener relaciones sexuales una vez muertas.

Este caso me resulta extraño, porque me piden eliminar a un preso condenado a muerte. Supongo que el cliente anónimo que ha pedido acabar con Vacher prefiere un final más sádico para él, acorde a sus pillerías, y por eso ha pedido que vaya el mejor exterminador de la organización. Quiere asegurarse de que sus peticiones se hagan realidad. «Atáquele en la celda, ábrale en canal y quítele despacio sus órganos», son las órdenes que quieren que cumpla. Y pienso recrearme con él, como Vacher hacía con sus víctimas, aunque espero que no aguante vivo muchos minutos una vez le haya abierto las tripas. No me gusta oír a la gente gritar. Odio cuando suplican por su vida, entorpecen mi trabajo.

He aparecido a escasos cincuenta metros de la prisión en la que se encuentra recluido. No creo que vaya a tener mayores problemas en desarrollar mi plan. En la puerta de la cárcel se encuentra un funcionario, quien me pide autorización.

Mi nombre es Adolphe Grévy le digo en un francés que he perfeccionado a lo largo de mis encargos. Es lo bueno de mi trabajo, que me permite conocer diferentes épocas, regiones e idiomas–. Soy sacerdote y vengo a visitar a Joseph Vacher.

Ya lo he hecho otras veces. Los curas suelen ser considerados gente de bien, incapaces de hacer ningún mal. Ponerte la sotana siempre ayuda a abrir puertas, especialmente si el motivo de tu visita es contribuir a que un condenado a muerte se marche en paz. Además, el hábito también es una vestimenta ideal para ocultar armas, como por ejemplo el cuchillo de grandes dimensiones que guardo en estos momentos. El funcionario, después de recorrerme con la mirada, asiente con la cabeza y no duda en acompañarme por el interior del centro penitenciario. Sin embargo, me pide que aguarde en una pequeña sala. «Protocolo de la cárcel», me dice. Le hago caso y me siento a esperar, inquieto ante las ganas que tengo de incrustar mi cuchillo en el vientre de Vacher.

¿Sacerdote Grévy? oigo a mi espalda después de unos cinco minutos.

Sí, soy yo digo mientras me levanto y me giro para ver quién ha abierto la puerta de la sala.

¿O debería decir exterminador Sterling Jones?

Acaba de decir mi nombre real. ¡Mierda!

¿Quién eres? es lo único que me sale por la boca. No me gusta el cariz que está tomando la situación.

Soy tu compañero Graham. También me han mandado un encargo me habla mientras luce una sonrisa irónica.

Pensaba que de Joseph Vacher me encargaba yo.

Mi objetivo es otro dice a la par que saca un enorme machete-. Olvídate de abandonar la empresa.

Se abalanza sobre mí con saña y me impide cualquier opción de defenderme. Tras el primer machetazo siento un dolor penetrante y grito intensamente. Al segundo noto que se me escapa la vida. Los siguientes golpes ya no los sufro, aunque soy consciente de que voy a morir. En mis últimos alientos, solo me da tiempo a escuchar una frase:

Al habla el exterminador Graham. Ya pueden llevarme a mi época, acabo de cumplir el encargo.

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