En la época donde aún los dioses estaban separados y de manera independiente hacían uso de sus poderes que los identificaban, los seres humanos tenían tiempo para el amor.

Pero en este mundo, incluso el dios supremo tenía rotundamente prohibido intervenir en el destino de la humanidad, lo que hacía a la vida un poco más interesante.
Ya ni a la señora muerte se le daba el respeto que merecía. Era típico escuchar, en forma de habladurías, la leyenda de la reencarnación. A pesar de ello, nadie a ciencia cierta daba fe de que, en el aún joven mundo, haya existido alguien con tal poder para burlar a la que, hasta ese entonces, era la única verdad universal.

De forma curiosa, los hombres solían preferir abstenerse de preguntar y creían vivir en paz llenos de ignorancia e interrogantes. Es así que entre todas estas peculiaridades de la primitiva vida, en un pueblo que sólo yo conozco, dos seres empezaron a atraerse. Primero físicamente hasta darse cuenta luego: que les era imposible estar alejado el uno del otro. Surgiendo de forma inusual la segunda verdad universal: el amor.

Tiempo después no solo consagraron su amor con más amor, si no que fruto de él, “la de voz melodiosa” dio vida a un pequeño bebé, siendo noticia por varios meses tanto para los dioses como para los seres humanos, ya que hasta ese entonces la creación era esencialmente obra divina.

«El de grosas manos», como era llamado el joven, murió repentinamente luego de realizar un trabajo de escultura en el cerro donde se rendía homenaje a los dioses, pero eran tantos los escultores que daba igual que uno muera. Así es como desde ese entonces los entierros sólo son llorados por la familia.

En el preciso momento donde la madre daba el último grito de dolor. Ya cuando el cuerpo no escucha más que el pulso de la tierra, “el de grosas manos” se encontraba aturdido caminando hacia la nada en una fila india inmensa de nunca acabar.
Rogó que se le escuche en más de diez ocasiones y esas más de diez ocasiones fueron interrumpidas por el silencio. Viéndose desesperado, optó por gritar que tenía un trato para los dioses o para aquel primer dios que le haga caso.
Sólo así fue cuando un brazo enorme le hizo perder el equilibrio cayendo en la profundidad de la oscuridad donde el tiempo y el espacio so simples palabras.
Mientras su cuerpo se suspendía en el aire, una voz empezó a hablar. Se le reconoció el trabajo que realizó en vida y aun yendo en contra de esa fuerza suprema, aquel dios pasó por alto las reglas preestablecidas, puesto que el beneficio era satisfactorio.

Una vez otorgada su tarea cerraron el trato y “el de grosas manos” despertó en medio de un bosque desnudo y llorando. De pronto se percató que no conocía el lugar y así supo darse cuenta que el horizonte no marca el límite y que existen muchos mundos mas allá con incontables misterios por descubrir.

El único propósito de su reencarnación fue volver a ver a su amada y ver crecer a su hijo.

En ocasiones cuando solía dormir, escuchaba cómo una mujer le cantaba con una suave voz y era eso lo que a él le permitía poder guiarse por el mundo que no conocía.

En su camino a casa “el de grosas manos” iba cumpliendo el trato: eliminaba de las mentes humanas la presencia de otros dioses que no fuese con quien realizó el trato; y a la vez les iba otorgando un nombre para así favorecer al trabajo del dios; acortando la difícil tarea que era juzgar a los muertos sin tener un orden por donde empezar.

Con la barba hasta el piso y el cuerpo aún joven, tardó cinco años en llegar a casa. Para entonces ya más de medio mundo tenía nombre y empezaba a reinar un monoteísmo en los humanos, salvo en el pueblo donde vivió.

Con la esperanza hecha trizas luego de enterarse de que su amada “la de voz melodiosa”, motivada por la tristeza y el llanto que le había causado su muerte, se había ido sin rumbo conocido lejos del pueblo, llevándose en brazos a su ya crecido hijo.
Repudiando al cielo por haberle timado y sabiendo lo difícil que sería encontrarla en un nuevo mundo donde ya todos posen un código, “el grosas manos” juró venganza.

La reencarnación y el nunca poder huir de la vida fue su castigo. Mientras en el cielo un dios se mofaba. En la tierra había un hombre que nunca se dio por vencido y buscó a su familia siempre hasta el último día de sus vidas.

Y sin poder hacerlo, un día el nuevo único dios se percató del caso y con un poco de misericordia en el corazón, le obsequió al pobre hombre una muerte digna, donde fue conocido como “el hombre de grosas manos que le dio pelea a dios”.

Dios así juró nunca más intervenir en su creación e hizo varios pactos individuales para poder otorgar al hombre su libre albedrío. Sin saber que antes de morir “el de las grosas manos” había podido encontrar a una persona que, siguiendo su árbol genealógico, aún llevaba su sangre bombeando en las venas.

Luego de pasados muchos siglos y advirtiéndole le dejo una tarea a este muchacho.

En estos días dios, aún arrepentido por el gran error que cometió, tuvo que ver cómo aquella persona cumplía su objetivo y enojado por no poder hacer nada decidió sentarse a esperar en un sueño eterno y advirtiendo su futura llegada cerró los ojos y se mostró indiferente ante un mundo que cada vez evolucionaba más entorno a la tecnología.

Debido a eso en estos días existen cada vez más personas que no creen en él, como si de generación en generación al nacer se nos hubiese impregnado en la mente el hecho de que: no se cree en lo que no se ve.

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