SOBRE LA LIBERTAD

SOBRE LA LIBERTAD

Lolo Viejo

20/02/2019

-Carlos, no te hundas, por favor. No me puedes hacer eso ahora. Si te hundes, ¿que voy a hacer yo?

Clara tenía cogidas las manos de Carlos con fuerza. Repitió otra vez su nombre y sacudió sus manos, como si quisiera que la ola que provocó en sus brazos, y en su cuerpo, fuera a despertar su mente, bloqueada, absorta. Violentada por lo peor que le pueden hacer a una persona: anular su libertad personal sin haber infringido ninguna norma ni ninguna ley. Girando en un bucle en el que se preguntaba una y otra vez por qué tenía que pedir a la persona que más quería que renunciara a sus ideas. Y por perder su trabajo.

Al cabo de unos minutos Carlos levanto la cabeza , miró a su novia a los ojos, y empezó a hablar, aunque en realidad se hablaba a sí mismo:

-No lo entiendo. Leí mi contrato cuidadosamente. No había nada que exigiera determinadas condiciones en mi vida privada. No tienen derecho a exigirme esto. No es posible que…

Clara le puso su dedo índice sobre sus labios, interrumpiendo sus lamentos . Y le dijo con voz serena:

-Ayer hablé con el cura de San Miguel. Ya tenemos fecha para la boda. No será la primera novia que se casa embarazada de seis meses

-No. No voy a pasar por eso, le respondió Carlos con firmeza.

Carlos había sido despedido como profesor del Centro Educativo donde trabajaba, un colegio religioso. La razón, según decía la escueta carta de despido que le dieron fue:

“No llevar una vida acorde con la moral cristiana que el Centro exige a su profesorado”.

Llevaba trabajando allí 6 años.

Era una persona intelectualmente muy brillante. Estudió Teología llevado por su pasión por las enseñanzas de San Agustín , después Filosofía (la Teología intentaba justificar demasiados dogmas y cosas supuestas, decía) y, por último, Matemáticas. En la Facultad de Matemáticas conoció a Clara, joven estudiante marxista y atea. Conectaron enseguida por su amor por la Filosofía. Se pasaban las horas charlando sobre todo tipo de textos filosóficos. Ella le hablaba de Marx, Engels y Nietzsche. El le hablaba de Sócrates, Platón y San Agustín. Pero pronto surgió entre ellos bastante más que el amor por la filosofía.

Un día ella le dijo:.

-Oye eso de Platón me suena a lo de amor platónico. Y a mí no me gustan los amores platónicos.

Tres meses después estaban viviendo juntos.

Y llegó el día en el que el director del Colegio conoció la situación convivencial de Carlos. Le llamó a su despachó y fue directo al grano:

-Carlos sabemos que vive maritalmente con su novia sin haberse casado. Cuando le contratamos sabía de las características especiales que tiene este Centro educativo.

Carlos no le habló de su contrato. Sabía que la obligación que tenía era de tipo “moral”. Intentó convencerle de que su elección, fruto de su libertad personal, podía ser compatible con el ideario del Centro. Estuvo casi diez minutos hablando sobre la idea de San Agustín de la primacía pasajera del amor al prójimo en la vida terrenal sobre el Amor a Dios. Acabó citando la famosa sentencia del santo filósofo: «Ama y haz lo que quieras, porque de esa raíz sólo puede nacer el bien». Pero no coló

El Director, un viejo sacerdote que llevaba muchos años en tareas burocráticas y estaba totalmente alejado de de los conocimientos teológicos y filosóficos de los que le hablaba Carlos, lo único que se le ocurrió decir es:

-¿Carlos, y por qué no se casa?

Carlos esperaba esta pregunta. Respiró profundamente y contestó:

-Señor Director, quien en esta vida ha encontrado el amor, el verdadero amor, cuando has encontrado a la persona que necesitas y que ella te necesita a tí de la misma forma, cuando has encontrado la felicidad, comprendes que no puedes pedirle que abdique de sus principios morales para imponer los que te exigen en tu trabajo, máxime cuando la integración de las libertades de los dos no impide que pueda seguir amando a Dios y desempeñar mi labor con total normalidad.

El Director, al escuchar aquello hizo una mueca de desaprobación y concluyó:

-Pronto le comunicaremos nuestra decisión.

Dos semanas después de aquella conversación le dieron su carta de despido.

Pasados unos días, Carlos volvió al Colegio pero no entró en él. Llegó en su coche y lo aparcó en una pequeña plaza junto al Colegio. Sacó dificultosamente del interior del vehículo un gran tablero plegado y dos trípodes. Después se dirigió hacia el asiento delantero derecho y ayudo a salir a Clara. Montó el tablero en los trípodes. ¡Era una pizarra!. Y se puso a dar clase. En plena calle. Frente a la salida del Colegio. Escribió en la parte superior en letras grandes

“SOBRE LA LIBERTAD”

Debajo escribió:

“La libertad según John Stuart Mill ( Siglo XIX)”.

Abrió una llave y empezó a escribir distintos aspectos de la libertad según este filósofo. Su única “alumna” era Clara que le escuchaba con lágrimas en los ojos. Pero Carlos no hablaba solo a Clara. Explicaba en voz alta, como si tuviera un auditorio de decenas de personas. No pasó mucho tiempo sin que pararan varias personas. Hablaba con gran fluidez haciendo esquemas en su pizarra.

Pasaron dos profesores y se quedaron escuchando también, entró uno al Colegio y salieron 4 más. Pronto había más de 30 personas, entre profesores, transeúntes y algunos alumnos.

Desde lo alto del edificio, el Director contemplaba la escena con un rictus de incredulidad. Al cabo de un rato llegó una pareja de la policía local. Uno de ellos le dijo al otro:

-Ha solicitado al Ayuntamiento realizar un actividad cultural en la calle pero no imaginaba que fuera una clase. El compañero le guiñó y le respondió:

-Bueno, nunca viene mal aprender algo de Filosofía.

Una semana después de dar clase en la calle Carlos fue readmitido y enviado a un Colegio de la Congregación en otra ciudad.

Carlos y Clara nunca se casaron.

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