Desinteresada y sola por los despoblados rumbos de mi existencia. Mi vida era la vida plana de una pintura mala. Estaba aprisionada aunque no me sabía atrapada. ¿Cómo hubiese podido sentirme así sí el único saber que poseía era el de existir?
Siempre bajo la misma realidad absurda, limitada a la vez por todo y nada. Siempre bajo los límites de lo posible. Caminando hacia el infinito sobre una pista negra. Rodeada por un enorme fondo azul, imposible de tocar, y por el reflejo de mi incredulidad. Solo con dos nociones en mi mente, existir y dónde. Ambas con poca profundidad y muchos sin sentidos.
Así pasaba la vida. El tiempo discurría, pero ¿qué me iba a importar a mí eso?, sí para una pintura el tiempo es mucho, es nada y lo único. Dentro de la monotonía pensaba poco, pero intentaba hacer del pensamiento algo largo y duradero, como sí esperase saborearlo hasta la eternidad. Era ardua tarea, pues el pensamiento se difuminaba lentamente y por más que intentase reanimarlo, poco a poco se marchitaba y diluía. Moría. Y me dedicaba entonces a pensar en pensar en qué pensar y sólo así, entre pensamientos, el existir podía encontrar razón.
Cuestionamientos recurrentes que comenzaban como un “¿Qué rayos?”, solían desarrollarse y diversificarse en algunos otros, “¿Quién me puso aquí y dónde puedo quejarme?” o “¿Decidí yo estar aquí, bajo estas condiciones?”, pero, “¿Qué es aquí de todas formas?”. Era una estupidez que lo que podía ver fuese lo único que existiera. ¿Mis ideas, el entorno, y yo? Me negaba a creerlo así. Quizás la respuesta se encontrarse tangible al final de la pista, quizás más allá de mi reflejo, o a través del fondo azul. Pero siendo así me era imposible de conocer.
Cada pregunta terminaba siendo una puñalada hacia mi consciencia, que estaba harta de mí, casi tanto como yo de ella. Toda pregunta me hacía más pequeña. Me perdía cada vez más entre mi propio “yo”. Debí de haber cruzado algún límite sin darme cuenta, porque de un momento a otro, me encontraba rota, tirada y fría. Mi consciencia había ya abandonado mi cuerpo, solo para darse cuenta, de que éramos la misma cosa. Nos hizo un favor al sacarnos de esa pesadilla. Y ahora que he muerto, no he hecho más que despertar.
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