Un mes desde la partida de Querubín Rosas y su familia. Dos días sin fósforos, dos días sin fuego. Supe iluminarme de la luna, supe alimentarme de la montaña, supe pedir ayuda; hoy no sé animarme. El sol ya arriba y yo todavía sobre estos pellejos de cabra.

Empecé a confiar en esa voz tan a menudo reprimida desde mi renuncia a la oficina. Desde mi liberación de las ciudades, de esas formaciones capitalista donde escacea la verdad, pasé a habitar la tierra abierta. Migré. Viví las profundidades del silencio, las poesías del cielo, los calores del sol. Árboles y aves me dieron la bienvenida.

Los Rosas fueron a la capital a ser educados y posicionados hacia el progreso. Hartos de la pobreza, van al mercado a cambiar trabajo por dinero para comprar lo que les vendan. Van a asegurar el futuro de sus hijos, van conquistados por la civilización. Ilusionados marcharon hacia sus fauces.

No hablábamos mucho, no era necesario. Lo que había que hacer o lo leíamos del momento o se lo escuchábamos a esa voz. Fue un tiempo largo de convivencia, un tiempo que nunca apuró. Recogíamos leña y setas, llevábamos agua a la choza, ordeñábamos las cabras con cría. Si no echados viendo las nubes, corriendo cerro abajo. Los mejores deseos para ustedes, última familia.

Dejé a mi familia original en las ciudades. No pude ni bien despedirme ni bien explicarme. De ellos aprendí a valorar los instintos, estas pulsaciones. Aunque distantes, con los ojos cerrados y el corazón suave, los veo y amo aún. Cada uno con sus manos ahora, cada uno propio, viviendo vamos. Para ustedes, mi primera tribu, el agradecimiento más profundo por hacer lo que hicieron de mí.

Solté lo que tenía. Me cuestioné, me soñé, me reescribí. Lejos del ruido, bailé mi propia música. Hoy, después de tanta lucha, me empieza a cambiar el sentir. Sin los Rosas, solo con las cabras, sin motivos, sin fuego, me pregunto si debería regresar. ¿Cuándo acaba la revolución?

Rompí el pacto social cuando empecé a sentir que el humano no cabe en el ciudadano. O se vive de acuerdo al sistema o ¿qué se hace? Renunciar a la sociedad no significa que uno ya no ame o ya no vea el misterio que somos, se trata de advertir y liberar al actor del personaje, al ser de la definición. Hay algo que urge y late, eso hay que hacer. Esa voz dice verdades. La realidad no cabe en la mente y la consciencia ve muy poco.

Ahora, ya escrito el desasociego, paso a vivir el resto del día. Me lavaré en el río, recogeré setas e iré con las cabras por la quebrada hasta los pastos del valle. Allí, como Querubín hacía, pagando con setas, compraré fósforos para prender un fuego que me permita cocinar.

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