Algo perfecto exigió mi editora. ¿Perfecto?, ¿qué es perfecto? Puro, prístino, impoluto, cien por ciento las cualidades intrínsecas exaltadas y toda máxima insuperable. Un árbol es el máximo de sí mismo: no descansa, no se rinde, es siempre el cien por ciento de su ser. Árbol es árbol y no medio árbol o un cuarto… El vago, ¿no es cien por ciento vago? Quizá no, quizá decida bañarse un día, ¿deja de ser vago por un momento? No… Esto se parece a la cacería de ideas primeras, de esencias.

Se dice que un poeta no puede ser dos hombres —o te dedicas a ser poeta o nada —: cuando no hace nada se inspira. Entonces el poeta es siempre poeta al igual que el pintor y todo hombre de artes. Y el mozo, sosteniendo sobre su palma abierta una amplia bandeja ovalada, metálica y plateada, sobre esta platos limpios o usados recientemente, es mozo. Cuando tiene el traje puesto fumando un cigarrillo en su tiempo libre frente al restaurante, es mozo —incluso más mozo en ese instante que cuando lleva los platos—. Pero, en su casa mientras mira el techo, no se inspira aires de artista-mozo, solo mira el techo. El mozo es dos hombres. Circunspecto y cordial, en un bar con una linda muchacha, ¿es mozo o buen-mozo u otra persona? Pongamos, por caso, aunque suene algo hilarante, y, más aún, absurdo, lo siguiente:

Día franco. Por alguna casualidad de la vida pasa este mozo enfrente del restaurante en el que trabaja. Un hombre le apunta con un arma y le entrega una bolsa. Vea lo que hay adentro. ¡Sorpresa! Es su ropa de trabajo. ¡Póngaselo! El chico obedece al arma. Ahora fume —le prende un cigarrillo en la boca—. Al acto siguiente, el misterioso hombre desaparece. Está vestido de mozo, en frente del restaurante donde trabaja, fumando un cigarrillo ¡para colmo se da cuenta que hoy no era franco! ¿Es mozo?…

¿Sos persona?

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