Tengo poco tiempo de vida, un par de años, no sé cuántos, no sé cómo se mide el tiempo. No entiendo las decisiones de los mayores. Sé que me abandonaron porque no había suficiente para alimentarme. ¡La mejor solución era dejarme en la calle a mi suerte! Tal vez más adelante comprenda, no soy el único que vaga en estas calles, hay decenas en las mismas condiciones. De vez en cuando somos una jauría que asalta los basureros, algunos se han perdido en la red para luego ser asesinados o, milagrosamente, ser adquiridos. Ladramos de hambre en la oscuridad de los fríos callejones. Así nos tocó.

Un día después de una estruendosa lluvia me dejaron en medio de una carretera muy transitada por esos automóviles, mi familia me dejó ahí para ser aplastado por una llanta. Estuve desconcertado, no tuvieron el valor de matarme, si ese era su objetivo. Digamos que lloré al verlos alejarse. No entiendo cómo sobreviví en esa carretera. Fue obvio que nadie se detendría para ayudar a un ser como yo.

Empiezo a olvidar el sonido de mi nombre en otras voces. Ignoto artificio de mi locura a causa de soledad callejera. Cuando estoy en grupo, no hay convivencia de la que espero. Me huelen el trasero. Me muerden. Me gruñen. Somos animales, “productos irracionales”, máquinas que comen basura. No me gustan esos grupos, prefiero estar solo, pero a veces se necesita compañía de la misma raza. En ocasiones espero que alguien quiera a alguien como yo, que quiera unirme a su familia, quiero eso a pesar de ser lastimado por unos de ellos.

Un día me encontré frente a un grupo del mismo género. No les caí bien como esperaba. Me patearon sin piedad, no importó cuánto lloré, cuánto pedí que me dejaran en paz. Sangré, lloré, ladré. Fui su diversión. “Pinche perro”. Quedé débil, moribundo, mis patas no querían reaccionar. El rutinario ruido de la ciudad apagaba mis lamentos. La gente pasaba, ignoraban mi presencia. Tomé fuerzas, no sé de dónde, para levantarme y huir. Cojeaba. Pude arrinconarme en un montón de cajas, me sentía agotado. El cartón me brindó algo de calor. Dormí.

Muchas veces he visto cómo las personas andan con mucha prisa, como si el tiempo se les arrebatara de las manos. Yo tengo de sobra. Veo que se preocupan de muchas cosas. Ellos tienen oportunidades excelentes. Mis preocupaciones son otras, mi vida y mis necesidades. Quisiera jugar, correr, comer decentemente, hacer popó y pipí sin temor de que me saquen a patadas, dormir sin que me molesten, tomar agua de un recipiente bonito y que me llamen por un nombre.

A veces quisiera que me entendieran, pero ellos sólo escuchan “guau guau guau”, y ven cómo mi cola expresa cosas que ellos ignoran.

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