Ocho de la mañana, Carmen ya empezaba con sus WhatsApp: buenos días, estupendo día, cariño buenos días. Y así hasta alcanzar los treinta, cuarenta mensajes diarios. El último: buenas noches amor mío. Paco al principio lo encontró divertido pero luego empezó a agobiarse y la bloqueó en su móvil cuando vuasapeó desesperada, con su hijo.
Paco a los sesenta y tantos, con un corazón encallecido, unos problemas físicos sin solución y pocas ganas de follar, iba acumulando reminiscencias para poder ocupar su desamparo. Carmen, soltera de toda una vida, apareció como dependienta adjunta en la charcutería del barrio. Carmen habló a Paco de lo bueno que estaba el jamón de york. Paco pagó y Carmen, con sus sesenta y poco, se enamoró de él.
− Conozco un sitio donde se puede comer por seis euros ¿vamos Paco?
Al principio él notó una cierta insistencia. Se preguntaba: “¿Qué quiere, qué busca?”. Ella se metió allá donde le pareció encontrar el apoyo justo para hacer palanca: la soledad. Pero se equivocó: confundió el culto de él a la soledad con la soledad misma.
− ¿Mercado del usado, este finde?
Él le habló de sus historias, de sus libros, de sus películas preferidas, que luego miraban juntos. ¡Él pensó que podía sincerarse de sus pasiones con ella! Paco creyó recuperar su perdida virginidad.
¡Y no fue así!
− Te quiero tanto Paco, ¡pero no lo digas a nadie!
Él, ¡al contrario!, anhelaba gritar al mundo que tenía un nuevo amor.
− Mañana estoy de reunión de familia.
− ¡Qué bien así conoceré a tus hermanos! ¿Me los presentarás?
» Estás loco se van a reír de mí. Iré sola como siempre.
Paco se sintió herido: “¿No estoy a la altura de su familia?”. Lo contó a su hijo.
− Dale tiempo − Opinó su hijo. − A vuestra edad todo es más complicado.
Optó por callarse. Y no preguntar. Quizá se equivocó. Ella, ofendida por el silencio, se enfadó. Cuando Paco le escribió el WhatsApp: tú sabrás qué quieres!, Carmen le contestó que no tenía derecho a aconsejarla en aprender nada de su mundo de novelas y de ficción cinematográfica, que prefería aprender de la vida real y de las relaciones humanas reales y que sabía retirarse sin mendigar ninguna atención.“¿Retirarse de qué?”, razonó Paco. Con el móvil bloqueado, Carmen utilizó el correo electrónico: …debí respetar tu silencio me precipité insistí y encima involucré a tu hijo tengo estos prontos SOY ASI te pido que me perdones no somos perfectos y hemos de aceptarlo. Él lo pasó a spam. Y también: …hay muchas cosas de las que me gustaría hablar contigo en persona y creo que nos haría bien. ¡Otro spam! Y luego un post: foto de niña asiática al lado de un enorme elefante, texto NO CAMINE DETRÁS DE MÍ, PUEDO NO VERTE. NO ANDES DELANTE DE MÍ, PUEDO APLASTARTE. SIMPLEMENTE CAMINA A MI LADO Y SÉ MI AMIGO. Paco se asustó. Meditó si era oportuno hablar con la familia de ella y acabó contándolo, sin segunda intenciones, a un amigo abogado.
− ¡Un clásico! Es acoso por parte de un amor rechazado. ¿Guardas todos los WhatsApp , mensajes y correos?
− Sí, sí.
Un domingo Carmen fue en coche hasta casa de Paco y lo esperó.
− Subes porfa vamos a comer a mi casa.
A regañadientes, Paco aceptó y se subió en el coche.
Carmen residía en un heredado y enorme piso en el Eixample. Una típica vivienda del siglo diecinueve distribuida por múltiples habitaciones, pasillos, galerías, cantos, rincones y concavidades. Desde la ventana abierta del comedor, que daba al interior de la manzana, lejos se oía la calle; en el salón las películas prestadas estaban abandonadas encima de la mesita de centro y Tokyo blues tirado en el suelo esperando ser leído. El piso olía a obras nuevas.
Con la tacita del café en la mano, Carmen lo arengó amenazante:
− Mi alma tiene prisa. ¡Sí! tengo prisa por vivir y con ¡intensidad! La intensidad que sólo puede dar la madurez.
“¿Qué se había perdido Carmen en su vida?” Pensó Paco.
− ¡Pues no cuentes conmigo! ¡Pero, si quieres, podemos languidecer a dúo!
Paco se levantó de la silla, se puso la americana y se encaminó hacia la puerta para marcharse. De pronto se desplomó.
Unas bombillas de LED, empotradas en el techo, iluminaban la habitación. No había interruptores. Un retrete y un mini-fregadero ocupaban una esquina. Una cama, una silla y un viejo escritorio de madera los únicos muebles. No había cuadros, ni un calendario. No se veían ni puertas y ni ventanas. Encima del escritorio un viejo televisor de tubo catódico, encendido y mudo, sin mandos ni siquiera el manual y con el cable eléctrico empotrado en la pared. Ningún enchufe. Estaban trasmitiendo Solo ante el peligro del director Fred Zinnenmann, interpretado por Gary Cooper y Grace Kelly. Tendido en la cama, Paco, con la cabeza apoyada sobre la almohada y vuelta hacía el techo. Después de un tiempo indeterminado y con un proceso lento pero irreversible, Paco empezó a tomar conciencia de la situación. Iba despertándose. La boca empastada y un sabor amargo como de almendras en mal estados le procuraron arcadas. Finalmente dirigió una mirada dubitativa a su alrededor. Y se preguntó: “¿Donde estoy?” “¿Qué hago aquí?” E intentó recordar. Tras una rejilla, a un metro y medio de altura, en la pared opuesta a la cama, Carmen, lo saludó:
− Hola cariño. ¿Despertaste?
» Pronto te traigo algo para comer.
» ¡Ahora vivimos juntos! ¿Sabes?
» ¡Ya verás qué bien lo pasaremos!
» ¡Tú, yo, las películas, tus libros! ¡Juntos para siempre!
El hijo de Paco fue a la charcutería para preguntar a Carmen si sabía donde estaba su padre.
− ¿Tu padre? ¡Y yo qué sé!
Paco ya lleva unos tres años con Carmen.
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