Lo que ese héroe me enseñó

Lo que ese héroe me enseñó

Denisse Meza

27/11/2018

Me llegó de sorpresa. Siendo sincera la sorpresa se debió a que intenté con todas mis fuerzas convencerme de que no era real lo que percibía. Pero pasó. Llegó el día en que tuve que encontrar todo el valor que una niña de 13 años podía tener para preguntarle a mi madre “¿Es tu novio?”.

El inicio fue duro para todos. Estaba acostumbrada a tener a mi mamá sólo para mí, la compartía eventualmente con mis hermanos, pero ellos me simpatizaban así que no era problema. No sé qué fue más duro, ver a mi madre teniendo nuevas prioridades o mudarme de una pequeña ciudad provinciana a la más grande del mundo porque ahí estaba el trabajo de Paco, con boda en puerta, la cosa era seria así que la mudanza no era negociable.

En mi lucha por entender mi nueva realidad y mi adolescencia llena de hormonas rebeldes, Paco fue el blanco de mis ataques durante los primeros años. Había sido novio de mi mamá cuando tenían 18 pero la distancia entre ellos y la irreverente personalidad del susodicho, no fueron la combinación ganadora en ese momento. 20 años después fue diferente.

Rechazaba sus abrazos, cerraba la comunicación cuando intentaba saber más de mí, me escurría por el pasillo que llevaba a mi cuarto con tal de no tener contacto visual con él. Y él, pacientemente esperaba y lo intentaba una y otra vez, día tras día.

Poco a poco fui cediendo con mi sonrisa, pidiendo ayuda con mis labores escolares ya que parecía tener la enciclopedia encarta grabada en sus neuronas, me robó un par de abrazos que empezaron a hacer magia y construyeron ese lazo que se fortaleció con el paso del tiempo y con las largas pláticas nocturnas que compartíamos. Se ganó mi corazón y se volvió un héroe en mi historia.

Humor negro, burlas y no tomarse nada muy enserio erael sello que distinguía todas las conversaciones en las comidas familiares gracias a Paco. Yo me reía mucho. Ya lo amaba como a mi padre.

Años de buenas cosas después y a unas pocas horas de haber enterrado al abuelo, el ambiente estaba triste aún y su irreverencia no tardó en aparecer junto con algunos rones con coca light. Yo estaba molesta y él también. Nos peleamos por las llaves de un coche que yo no le quería dar (por lo que ahora sé que era venganza por presentarse borracho) no era novedad, pero ese día no tenía ganas de comprender, así que dije NO. Paco, aún en sus borracheras, era un hombre muy tranquilo, pero ese día algo pasó, algo se rompió en mí después de escucharlo decirme que lo trataba como una basura. No podía entender cómo alguien a quien yo amaba tanto podía hacerlo sentir como “basura” y esa falta de comprensión me hirió. No tuve la capacidad de hacerlo distinto y alcé la barrera que más dolor me ha causado.

Pasaron un par de años y la vida siguió más o menos normal pero esa herida en mí no había sanado, no sabía si estaba enojada conmigo o con él, pero sabía que algo me estorbaba.

Después de 13 años de matrimonio, mi mamá y Paco deciden separarse. Él ya tenía un gran lugar en mi corazón así que la relación con él continuaba, con algunos raspones, pero continuaba. Creo que la libertad que le dio su nueva soltería exacerbó lo que pasó de ser irreverencia a falta de respeto desde donde yo lo vivía. Cada reunión con él hacía algún comentario de mi mamá que a mí no me gustaba así que le pedía que parara….y lo hacía, hasta la siguiente reunión.

Mi enojo contenido y el nuevo se iban acumulando hasta que dejé de buscarlo y ya nos veíamos muy poco.

Un día me llamó y dejó un mensaje en mi buzón de voz. Se escuchaba raro “creo que está borracho” pensé. Pero el mensaje decía que no se sentía bien, que iría al doctor el siguiente día. Mi hermana me llamó para que lo acompañáramos y cuando llegué a verlo me di cuenta de que algo no estaba bien.

No tardó mucho el diagnóstico médico: Glioblastoma multiforme. Paco tenía un tumor en el cerebro, tenía cáncer en etapa 4 con metástasis en varias partes del cuerpo. La cirugía que le realizaron sólo sirvió para liberar presión en el cráneo, pero al daño era irreparable.

Tuvimos un par de meses de convivencia, donde pudimos pedirnos perdón, decirnos todo eso que nos habíamos guardado. Él siempre se consideró ateo y estando en cama quiso bautizarse y me eligió como madrina. Yo apresuré mis planes de boda para que pudiera estar presente y ser testigo en el acta. Nos amamos hasta que su cuerpo no pudo más y se fue.

Parecía que él y yo habíamos hecho las paces, que estábamos bien pero yo no estaba bien, no podía perdonarme el haber perdido tanto tiempo enojada con él, tanto tiempo lejos. ¿Cuánto de lo que dijo o hizo no habría sido bajo la influencia de eso que crecía en su cabeza? Me cuestionaba. ¿Y si hubiera sido más comprensiva? ¿Más compasiva? ¿Más tolerante?. Y si hubiera aceptado las tantas invitaciones a cenar y hubiera hablado más. Y si le hubiera dicho más veces cuánto lo quería ¿me sentiría menos destrozada hoy?

Me costó mucho trabajo y tiempo perdonarme y perdonarlo a él por haberme hecho tan difícil convivir los últimos años. Pero lo logré. Hoy sé que es una de las historias más amorosas que guardo en el corazón. Acoger a 3 niños y su mamá comprometiéndose a criarlos, educarlos y amarlos es cosa de héroes, es de corazones grandes, es de valientes. Honro las lecciones de vida que me dejó y hoy vivo bajo la filosofía de amar más y ser más compasiva cada vez que tengo la oportunidad de serlo. Gracias a Paco yo soy una mucho, muchísimo mejor persona.

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