La vida no es un mar

La vida no es un mar

Valeria Perilla

12/11/2018

Caminaba sobre las piedras y sentía el agua rozando los dedos de mis pies, iba en puntas. Nunca quise que mi talón tocara algo que no fuera la tan cálida madera de mi hogar. No se si fue el sonar del árbol que me hizo poner los pies en la tierra. Al mirar al suelo me vi lleno de una espesa y mojada capa negra cubriendo mi talón. Seguí mi camino hasta llegar al lugar de donde venía el sonido extraño. ¡te vi! Exclamé. Una hermosa y pequeña ardilla color madera merodeaba por ahí, se veía que no era un inocente animal, era uno de esos que desearías tener, pero mueres de miedo a perder y dejas ir. Pero esta vez supe que no tenía miedo así que quise atraparla, pero fue imposible, nunca creí que tan pequeño animal fuera tan ágil al momento de huir. Volví al rio a mojar mis pies y a esperar a la ardilla otra vez.

Escuché ese detestable grito de mi hermana llamándome, caminé muy silencioso como nunca antes lo había hecho, pues seguía esperando a la pequeña criatura. Tardé en llegar a mi casa, la ardilla siguió el camino del rio hacía el lado opuesto al mío, mientras caminaba noté que tenía justo en el pie izquierdo tierra sobre mi dedo anular, volví al agua a limpiarlo, no podía dejar de verlo y pensar en esa horrible sensación sobre mí. No tenía preocupación alguna en llegar. Finalmente somos humanos, no supe diferenciar entre caminar en silencio y caminar al ritmo habitual. Tardé.

Al llegar a casa encontré a mi hermana en el suelo, al lado de las zanahorias color verdoso, nunca esperaba a que estuvieran anaranjadas para recogerlas. Solía apresurarse y al cocinarlas no las comía, eran igual de detestables a ella. La vi cubierta en esa espesa capa de tierra que nunca pude tolerar, tenía muy pocas verduras en su mano para todo el tiempo que estuvo recolectándolas. Escuché nuevamente ese sonido que me llamaba desde el árbol cerca al agua con piedras, así que decidí sentarme sobre un arbusto que sostenía la cabeza de mi hermana agonizando, fijaba su mirada sobre mi. Decidí dejarla caer sobre la tierra que ya la cubría y a la vez callar para escuchar. Fueron menos de 2 segundos para que entrara mi hermana con un sonido extraño desde su garganta, escuché que dijo “el mar” y cuando volteé ya no estaba, la dejé morir y si, lo supe. “Maté a mi hermana”.

Sentí en ese momento como la última lagrima que dejó sobre su rostro podía matar a las 6 zanahorias que tenía a su lado si la usaba para regarlas. Era lindo después de todo. Detesto de toda una vida esa verdura, color de esperanza y extraversión. Usé su lagrima o lo poco que pude coger de ella para regarlas junto al balde que tenía a su lado derecho, planté las zanahorias otra vez, tenía esperanza que a diferencia de mi hermana ellas no vivieran lo suficiente, no era el trabajo que solía hacer alguien como yo con asco a la tierra, aún así lo hice. Fui a lavar mis manos y sentía como la madera de mi hogar ya era mía, como la chimenea humeaba por mí, sentí como después de diecisiete años en medio del bosque se pueden escuchar las olas del mar, por primera vez supe que era yo el que podía estar en paz, hasta encontrar la ardilla. Volví al rio, volví a la ardilla, justo cuando estuve a punto de preguntarle el porqué mató a mi hermana desapareció, fue entonces cuando decidí irme tras ella, pues pensé que la ardilla con su sonido quería llevarme al mar. Era tan fácil como seguir al rio, el mismo en el que lavé mis pies, el que me enseñó cosas nuevas, el que limpió la asquerosa tierra de mi talón y el que por último mató a mi hermana.

Es por eso que la vida no es un mar, la vida es el rio que levanta, despierta y mata. Ese mismo que al terminar desemboca en el agua tranquila e infinita, pero a su vez con millones de incógnitas sobre las mil piedras que nunca quiso llevar al mar.

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