UN BESO CADA MAÑANA

UN BESO CADA MAÑANA

El cimbalillo de la catedral comenzaba a replicar como cada mañana y aunque mi hermana era mayor que yo, tenia que despertarla porque se le pegaban las sábanas, respondiendo a mis llamadas con muy mal talante. Mientras tanto ponía el cazo con leche a calentar en esa cocina de gas que como te descuidaras un momento, la leche ya se había derramado, tocaba limpiar rápido antes de que el olor llegara al olfato de mi madre y oír desde el fondo del pasillo.

– Te lo tengo dicho, que estés atenta al fuegoooo.

El tiempo corría en mi contra, mientras mi hermana se aseaba en el baño, yo desayunaba leche con Colacao y galletas Maria untadas con Tulipán, me aseaba rápidamente y ultimaba mi madre peinándome dos coletas y echándome unas gotas de Petit Cheri, siempre decía que una niña tenia que ir oliendo a limpio.

Vivíamos frente a la plaza de Abastos, donde mi padre tenía el puesto de pescado más grande y bonito que ninguno,en esas cajas de madera donde se encontraban las señoras merluzas de pincho relucientes y presumidas, vestidas con el helecho recién llegado de Galicia y como no, en Navidad con unos invitados de lujo como eran los percebes y las señoras angulas.

Como todos los días, mi hermana y yo antes de ir al colegio, pasábamos a despedirnos de mi padre con un beso, su imagen aún esta en mi retina, peinado a lo Gary Cooper, con su mandil verde a rayas, manguitos blancos y sus manos siempre sonrojadas por el frío pero fuertes picando el hielo para cubrir su pescado fresco.

– Fer, le decían los fruteros, y pescaderos vecinos: «Ahí vienen tus luceros»

Siempre recordaré el brillo de sus ojos verdes al vernos. Esa mañana al salir de la plaza, mi hermana que estaba en plena preadolescencia, con sus pechos dejándose notar y regordeta, tropezó con un escalón, su falda tableada escocesa como si de un estornino se tratara, quiso echar a volar, quedando mi graciosa hermana tendida boca abajo, luciendo las bragas de perle hechas por mi madre y que poco nos gustaban.

Mis carcajadas me impedían tenderle la mano que en un visto y no visto ella solita se levantó como si nada hubiera pasado. Ni que decir tiene que mi hermana estuvo sin dirigirme la palabra todo el camino y yo me moría de la risa recordando su caída.

Esa plaza queda ya solo en mi recuerdo, se resisten algunos puestecillos invadidos por la tristeza y cansancio de sus dueños esperando en breve la jubilación y yo seguiré añorando, aquellos villancicos en Navidad que llenaban de alegría cada rincón y animaban a comprar para esa cena de Nochebuena en familia.

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