Gracias, Bulimia

Gracias, Bulimia

Ahí estaba, frente al espejo y sin reconocerme. ¿Cómo habría podido cambiar tanto aquella piel? Cuyas cicatrices no eran compañeras, sino enemigas de un miedo feroz que me devoraba. Bulimia, lo llamaban. Y yo, entre tanto, sin poder escuchar ni pronunciar mi nombre. Intentando lidiar con mis pasados inconclusos hacia un futuro tan incierto que me paralizaba las piernas para avanzar. Juro que saqué los dientes. Cada día al despertar y al no sentir la luz por mi ventana sino mis partes más oscuras. Juro que intenté no mentir a los que más me amaban, a mí. Juro que intenté cambiar mi visión de estar en el mundo; pero el miedo a habitar en mi propio cuerpo me atacaba como un águila a su presa.

Pasé un largo tiempo tras unas sábanas de sangre y ásperas. Desconciertos de mi propio corazón. Fuertes batallas contra mi propia personas.

¿Quién gana la guerra de uno mismo contra uno mismo?

Terapias psicológicas. Ingreso en un hospital. Dejarlo todo para salvarme. Sanar las diez mil mentes que habitaban en mi sola cabeza.

Y lo conseguí.

Logré verme más allá de la ropa, de las tallas, del cuerpo, de unos ojos cansados hacia la vida. Logré levantar la frente y respirar. Activar mis músculos dispuestos al abordaje. Curar mis nudillos desgastados, mi garganta desecha, mi estómago reclamando una tregua.

Comencé un tiempo de descanso: liberarme de mis patrones automatizados para sobrevivir, de mis creencias auto-impuestas o heredadas por otros; de los temores a sentirme sola en el mundo.

Ya nunca más estuve sola, sino conmigo.

Y entonces decidí que quería seguir cumpliendo sueños y desplegando alas. Que quería dejar de ser nadie. Que quería estar conmigo y ser mi amiga, mi fiel compañera. Que podía alcanzar cualquier cosa porque me tenía a mí, a mi cuerpo para sostenerme y a mis manos para acariciarlo todo; sobre todas las cosas, a mi propio corazón.

No fue nada fácil. La mayor lucha librada de mi historia. El despertar mi conciencia de después.

Busqué en lo más profundo de mí. Removí entre las heridas. Me limpié la sangre. Cosí el futuro, el pasado y el presente. Medité sobre mis propios demonios, y juntos comenzamos a comprendernos, logrando así aceptar a mis sombras igual que a mis luces.

Me miré frente al espejo y sonreí, reconociendo a mi diosa interna que brilla desde entonces.

Mis dolores de cabeza se desvanecieron. ¡Ya pude dormir tranquila! Vivir con el coraje de una catástrofe vencida, la gloria alcanzada, la temeridad de quererme a mí misma lograda con éxito.

Me desafié y cumplí el reto.

Y hoy soy capaz de amar y amarme en la misma medida, en un equilibrio sano, en paz conmigo y con quien soy. Con la maravillosa vida entre mis manos y un cuerpo al que cuido hoy con cariño, paciencia y milagro.

Hoy, amo quién soy y hasta dónde he llegado. Y doy las gracias por estar viva. Más viva y capaz que nunca.

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