Tomàs agarrò el zapato con las dos manos. Pesado con plataforma. Intentò calzarlo. Una diferencia de dos centímetros, en el largo de las piernas los había obligado a usarlo en los últimos años. Los dejo.

Descalzo, con la otra mano, puso la muleta debajo de la axila del otro brazo. Apretò con la palma de la mano izquierda contra la pared. Temblò. El brazo derecho sobre la frente. Secò la transpiración. Las gotas, seguían hacia el costado hasta llegar a los cachetes y las orejas.

El pie izquierdo se doblò para adentro. La rodilla derecha no respondió. Trastabillò. El pie derecho hacia afuera. Largò la muleta y la tirò. Los ojos màs chicos, los labios secos y ni una queja. Nada dolía.

La mano izquierda todavía apoyada en la pared. La derecha en el aire. El aliento se había ido. Hasta que, la mano a la deriva llegó a el corazón y volvió a la cara. Hizo un pellizco al cachete y ante el espejo del alma agradeció.

En la ventana de la vida aparecieron los primeros rayos del sol.

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