La mesa alargada

La mesa alargada

Tomas Lapido

22/10/2018

Como corresponde al efecto cinematográfico, llueve. El aterrizaje, sin embargo, no se dilató. Desde la autopista, primero los bosques, después los edificios, se entrevén a través de una cortina de bruma que, más que disimular, comprueba que está en casa. Allí le espera un vacío cuya irrefutable confirmación recibió en pleno viaje. El taxi lo podría haber dejado en la puerta y sin embargo le pide que lo deje unas cuadras antes para alargar los pasos y dejarse mojar, porque cree saber que son pasos definitivos. Ya dentro, la madera y la cera siguen perfumando el ambiente con la tenacidad de lo que escapa el vicio del tiempo. Lo esperaba, tendido en la cama, un hueco, un vacío, con la distorsionada apariencia de lo que supo ser y no será más. Como esa casa. Como esa madera y ese perfume.

El cortejo es sobrio, casi alegre, porque así corresponde a un final largamente conocido y en las postrimerías esperado.

—¿Por qué no te cocinás algo, chef, y nos juntamos, el domingo, los más cercanos? —le proponen.

Acepta, porque a eso se dedica (para eso dejó todo —su familia, una carrera aburrida y prometedora— y se largó detrás del sueño a aprender lo que le gustaba con los que supuestamente saben), por eso y porque no sabe decir que no. Lo que hubiera querido habría sido cocinarle un almuerzo gourmet bien piripipí, de esos que tanto le gustaban a ella. Ahora, en cambio, un guiso de lentejas se le antoja una muchísimo mejor opción. Lo prepara como la había visto hacerlo tantas veces: dos cacerolas, lentejas, zanahoria y zapallo en una, en la otra panceta ahumada, chorizo colorado, cebollas y ajo. Juntar el contenido de las dos cacerolas y nada más, sal y pimienta, fuego bajo y mucho tiempo, que el zapallo se deshaga y le de ese dulzor y esa textura cremosa que hace la diferencia cuando ella prepara su guiso (usar el tiempo pasado, tan pronto, le parece forzado).

El almuerzo transcurre —en la mesa alargada, porque los cercanos no son tan pocos— caluroso y a los gritos como de costumbre. No se evitan los temas eternos: el destino del país, ni los escabrosos: el destino de las cenizas, ni los apremiantes: el destino de la casa y de los muebles. El guiso —muy caliente y un poco picante— corre y atrás corre —más ligero— el vino. Del otro lado de la ventana el frío y la lluvia pasan desapercibidos y en medio del barullo, también desapercibidamente, el vacío se achica y desaparece, o se hace aparente, o virtual, o al menos inverosímil.

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