Son las siete de la tarde de un viernes, hemos quedado a comer en Lamucca de Pez, y a media tarde nos hemos ido a mi casa para poder descalzarnos en todos los sentidos. Estoy en una reunión de amigas del colegio, las redes sociales han permitido que nos reencontremos a estas alturas de nuestras vidas. Han pasado más de veinte años, sin embargo, el ambiente es el mismo del recreo, estamos relajadas, felices de vernos, sonrientes.

Es curioso el reencuentro, sabemos mucho de nuestras vidas, compartimos mil confidencias que no hemos olvidado, la confianza es absoluta, transparente, limpia, sana, de AMIGAS.

Hablamos todas al mismo tiempo y no sabes dónde centrar tu atención, así que Marisa, que siempre fue muy metódica y ordenada, propone que cada una haga un resumen de su vida y se centre en los titulares.

Comienza Elena, que está a mi derecha, estudió turismo, ha vivido por medio mundo, tres hijos, un marido vasco. Recién llegada de Venezuela solo para vernos. Le preguntamos cómo sigue su hermano, que era el amor platónico de media clase. Casado, oh!

A su lado está Laura, que se ha venido desde Sevilla. Una de las más listas de la clase. Sacó una oposición complicadísima y tiene dos hijas adolescentes que le han salido guerreras, las demás, que algunas tenemos hijos pequeños, la escuchamos atónitas pensando: ojalá que los míos no se tuerzan, aunque alguno, ya desde pequeño, apunta maneras.

Nuria, con su pelo rizado, es médico y trabaja en trasplantes, nos deja con la boca abierta cuando nos habla de su día a día. Salva vidas y sufre, porque ve a familias que también lo hacen. Tiene tres hijos y alguno de ellos de los que apuntan maneras.

Y seguimos una tras otra contando lo que nos han cundido estos años, lo que hemos vivido. Alguna historia nos hace emocionarnos, alguna otra nos lleva directamente a repartir kleenex y a ponernos otra copa, a brindar por la vida, por nosotras, porque no vuelvan a pasar veinte años. Nos damos cuenta de la terapia en la que nos hemos inmerso, hablamos sin tapujos, ninguna tiene una vida perfecta… a veces, en otras reuniones tengo la sensación de ser la única a la que le pasan cosas fuera de lo normal: estar mal con tu marido, que tu hijo beba con trece años, que tus padres no paren de pelearse… pero aquí no, nosotras nos quitamos las máscaras sin problema y nos damos cuenta de lo sano que es hacerlo. Sí, nuestras vidas tienen taras, pero las superamos y aprendemos de ellas. Hoy además las hemos compartido, y cuando a las cuatro y pico de la mañana nos despedimos entre abrazos y promesas de volver a vernos pronto, me quedo en casa con una sonrisa que me invade la cara y pienso en que el Mundo es un maravilloso lugar donde pasamos la vida intentando dejar una huella bonita inmersos en nuestras particulares vidas de super-acción.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS