Abrió el balcón para que entrase la fresca, y junto a una brisa remolona penetró a su vez la música de una mandolina. Ella abarcó con la mirada el entorno de la plaza la cual, salvo unos niños que jugaban y unas cuantas mujeres que se dirigían a misa, se hallaba prácticamente vacía. El pueblo estaba en fiestas.
La música seguía sonando mientras la brisa, ya más intensa, revolvía juguetona las cortinas. La mujer volvió a mirar hacia la plaza por si la encontraba: parecía salir del ayuntamiento, justo por la ventana del calabozo, y dejó de preocuparse.
– Angustias, ¿quieres venir a la becerrada?, ayer fue muy divertida -dijo María, la cocinera.
– ¿Qué pasó ayer que te divirtió tanto?
– El señorito de los López de los Ríos se echó al ruedo, como un maletilla más y casi le pilla la becerra; lo tiró al suelo y la Guardia Civil consiguió pillarlo. Ahora está en el cuartelillo del Ayuntamiento.
– ¡No me digas! ¿El hijo cura de los marqueses, quiere ser torero?
– No ese no, el heredero; no sé cómo se llama, pero está muy bien plantao.
– Yo llevo en el pueblo dos meses y sólo he visto al niño de los marqueses que se está preparando pa cura.
– Pues tienen otro pero nunca para en casa, está siempre por ahí. ¡Ay, Angustias, quién lo pillara! rico, guapo y encima torero, lástima que seamos sirvientas; él debe mirar más alto que pa eso le han parío, pa casarse con una señoritinga tan sosa como las nuestras.
– ¡No digas eso que te van a oír! ¡Que serán sosas, pero no sordas!
– Bueno, chiquilla, quítate ese trapo y ponte un vestío bonico, el que te dió la señorita Elvira que te hace mu guapa, que en una hora empieza la becerrada y tenemos que dejarnos ver, los muchachos son mu recios por aquí.
– Calla, calla, picarona.
– Hazme caso, mujer, hay que aprovechar que los señores están en Lanjarón y las señoricas preparándose pal baile de gala que hace el Alcalde en el Torreón.
– Quita, quita, que no estoy yo pa novios.
– Anda, vete arreglando y nos vamos al Corralón de la Gloria.
Salieron de la casa en el mismo momento en que Manuel, a quien habían puesto ya en libertad tras pagar su padre la multa, pasaba junto a ellas. Angustias lo miró y se agarró del brazo de María, fuertemente.
– ¡Con Dios, señoritas! ¡Qué mujeres tan guapas no deben ser gabirras!.
Se tocó el ala de su sombrero y siguió su camino hacia la casa familiar, con lentitud, sin dejar de girarse a mirar a las doncellas de los Blanco.
– Con Dios,y tenga cuidao la próxima vez, que no le pille… la Guardia Civil -dijo María con sorna.
– Si van ustedes a la plaza esta tarde les puedo asegurar que no me pillará ni La Benemérita ni una sola de las vaquillas.
– Delo usted por hecho, señorito, que aquí mi amiga y yo estaremos esperando su salto al ruedo -repuso casi gritando y riendo María.
Manuel entró en la casa, no sin antes dirigir una última mirada a las muchachas y tocarse el sombrero.
Mientras, en la plaza del Fuerte habian instalado ya la fuente del vino; allí, bajo un sol de justicia, se encontraban los más valientes bebiendo el vino que cada siete años emanaba de la misma.
– Angusticas, mira, que está puesta la fuente del vino; ¿nos tomamos un vasico? -propuso María.
– El vino es muy peligroso, separa familias, rompe vidas y amarga personas…
– ¡Lavín, niña!, que un vasico de ná no te va a cambiar la vida.
– Bueno, sólo un vasito y nos vamos a acabar los mandaos.
– Así me gusta, que te me animes; después de las compras, nos arreglamos y vamos a ver cómo salta el señorito al ruedo.
– Anda María, ¿tú crees que va a volver a saltar ?
– No niña, no lo creo, lo sé, que este señorito es el mal sueño de los marqueses, que quiere ser mataor y acabará consiguiéndolo.
Llegaron a la calle del Horno, compraron harina, pan, y tortas de aceite para ellas. Tomaron luego el camino de vuelta a casa a paso ligero.
Cuando llegaron al Corralón resultó que el señorito les tenía dos sillas reservadas cerca del coso. Una vez sentadas, María le susurró que lo verían saltar y que la mañana siguiente les despertaría su música por el ventanuco del calabozo.
Salió la becerra y el adelantado José Españó hizo dos verónicas, tres pases de pecho y decidió entrar a matar; el público gritaba y pedía que “ Tostones “ saltase: reclamaba más y mejor toreo.
-“ ¡¡Tostones, Tostones no tienes Cojones!! “, coreaban.
Angustias miró hacia Toriles, allí estaba él con una chaquetilla negra, un viejo estoque y un trozo de tela roja que se asemejaba a un capote. Se dispuso a saltar, la gente seguía coreando la cantinela.
El novillero miraba al público sin entender nada y, de repente, estaba Manuel en el albero quitándole todo protagonismo al sevillano. El público estalló en aplausos, la Guardia civil saltaba al ruedo para detener al espontáneo; después de tres manoletinas, pillaron de nuevo a Don Manuel, más conocido como “Tostones”
Salió por la puerta grande y, al pasar donde estaba ella, le guiñó un ojo, sin intercambiar palabra ella entendió que lo vería por la mañana.
– ¿Que te dije?, -Este hombre va a matar antes a los señores Marqueses que a su primer toro.
– Fíjate, que teniendo como tiene la vida resuelta y ahí estaba otra vez, arriesgando la vida, y encima pasará en el calabozo otra noche más.
El domingo amanece caluroso. Angustias abre el balcón como cada mañana, esperando impaciente que la mandolina comience a desgranar sus notas, pero la plaza permanece muda y no ve más que un borracho tambaleándose camino a casa.
Pl. Ayuntamiento/Las Gabias/Granada.
(fotos familiares)
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