Después de la cena de Noche Buena en la que nos reunimos como de costumbre nietos nueras e hijos, llegó el día de Navidad, en cuya festividad y según la tradición nos volvimos a encontrar toda la familia en torno al árbol y belén.

Hoy día 26, segundo día de Pascua, llega por fin la tranquilidad y en los rincones de nuestro corazón se filtran las nostalgias del pasado al compás que las hojas de los árboles de nuestro parque se van desprendiendo por la fuerza del viento.

Siempre a nuestro parecer los tiempos pasados fueron mejores y se nos presentan las imágenes de nuestra niñez y juventud, y nos agarramos a ellas con toda nuestra alma.

En estas quietud, sueño, sueño despierta, en mis raíces, mi lugar de nacimiento, infancia y juventud, transportándome a mi casa de Laskorain. Comparaba mi árbol elegante y cuajado de detalles con mi arbolito natural de mi niñez, era para mí un arbolito muy especial, me lo traía Paquita la lechera, que lo acababa de arrancar de su casita la tierra. No disponía de bellos ornamentos para colgar en sus ramas pero me las arreglaba con las canicas de jugar, a las cuales les envolvía con papel de plata y celofán de diferentes colorees y las prendía con hilos multicolores sobre las púas del árbol. Las púas las salpicaba con bolitas de algodón muy blanco para que hiciera el efecto de estar cuajado de nieve. En realidad no hacía falta, porque el Monte Uzturre estaba enfrente y por estas fechas siempre estaba nevado y salpicaba a través de los ventanales del mirador toda su luz blanca, mientras el Río Oria atravesaba enfrente de mi calle, llenándose por la fuerza del viento de intensos copos de nieve. Me veía sentada en la mecedora de mimbre contemplando mi arbolito, el monte nevado y el río con sus aguas ondulantes blanquecinas corriendo veloz.

Cima nevada del Monte Uzturre

Pero lo que más añoraba, era el día de Noche Buena, cuando nuestro Olentzero bajaba de la montaña con su blusón negro, pantalón rayado y las albarcas sujetando sus calcetines de hartilla. Recordaba su pipa negra entre sus dientes y la linterna mágica en uno de sus ojos que la iba apagando y encendiendo a su antojo con gran picardía. Iba sentado en su burro blanco y negro y repartía con ilusión sus regalos a todos los niños del pueblo.

Canción del Olentzero

Horra! Horra!

Gure Olentzero!
Pipa hortzetan duela
arraultzatxuakin
bihar meriendatzeko
botila ardoakin. eserita dago

Tanto el Olentzero como todos los niños, jóvenes y adultos del pueblo entonábamos esta canción. La banda de música iba a continuación en peregrinación por las calles y plazas, entonando villancicos en vasco. Al llegar a la Plaza Nueva, niños y mayores se desbordaban de alegría, inundando el asfalto de la plaza con bailables. Todos nos felicitábamos Las Pascuas, mientras los bares se iban iluminando y llenando por las personas mayores para brindar con txakoli y unas tapas la venida del Redentor.

El ruido de la música se mezclaba en mi mente con el olor profundo del chicharro y coliflor inundando las calles de mi pueblo. Todas las ventanas de las cocinas permanecían abiertas para hacer de extractores que entonces no existían y al mismo tiempo las canciones de los villancicos penetraban a través de los ventanales para transmitir a las etxekoandres el sentimiento de la Navidad.

En la juventud era lo mismo, nada más que ya nuestros corazones tintineaban al ritmo de las canciones y los amores de nuestros chicos iban penetrando en nuestros corazones.

Al recordarlo, las nostalgias vuelven a mi cerebro y mi sueño despierto se llena de sinsabores, pensando que aquellos momentos no volverán para mí. Seguirán llenando los corazones de nuevos niños y adolescentes, impregnándoles en sus corazones las mismas sensaciones que yo experimenté.

F I N

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