La libertad de los pueblos

La libertad de los pueblos

Recuerdo aquel día, gris pero con unos rayos de sol que se atrevían a romper la firmeza de las nubes. Hacía frío. Era una tarde de un julio plagado de resentimiento y oscuridad. Cuatro meses antes habían tomado el poder por las armas. Ahora, nos comandaba un gobierno militar.

Cursábamos el último año de secundaria. Durante la hora de Historia Latinoamericana, se confeccionaron los últimos detalles del plan que se venía forjando días atrás. Felipe debía distraer a la profesora mientras Juan y Nahuel correrían por la eterna galería que desembocaba en el lugar donde se desarrollaría el robo. La estrategia fue repetida una y otra vez hasta que cada uno la memorizó, ya que si salía mal nos encontraríamos en una peligrosa situación. De vida o muerte. De libertad o tortura. Marcaría nuestras vidas la conquista del plan o el fracaso de este.

La parte de Felipe venía saliendo a la perfección, Juan y Nahuel estaban llegando al lugar acordado. Yo, debía esperarlos en la puerta que daba al patio de atrás de la escuela. Luego íbamos a reunirnos, los cuatro, en el quinto árbol de la segunda fila, casi al límite del establecimiento. Era un punto estratégico, lo llamamos “el lugar muerto” en alusión a una película de espías que habíamos visto unas semanas atrás. Desde ahí, teníamos una vista panorámica para poder alertar, con anticipación, la posible presencia de intrusos. El tiempo estaba cronometrado, al instante en que los dos ladrones se encontrarían conmigo, sonaría el timbre del recreo, momento en que Felipe debía salir corriendo a toda velocidad y llegar antes que los preceptores dictatoriales. Todo iba según el plan, solo falló el maldito portero encargado de hacer sonar el timbre, tres minutos de demora fueron suficiente para que Clotilde, la profesora de Historia Latinoamericana, se diera cuenta que faltaban Juan y Nahuel. De mi ausencia no sospechó, el motivo estaba justificado por necesidades biológicas impostergables.

Se imaginarán como termino todo: Felipe, Juan y Nahuel fueron demorados en la escuela y luego puestos a disposición de la justicia. Los acusaron de falta grave de la conducta civil y le abrieron una causa penal por “incumplimiento de la normativa vigente”. Desde el baño pude escuchar sus voces y la de los militares que llegaron para llevárselos al eterno sufrimiento.

Hoy, veinte años después, nos encontramos los cuatro en “el lugar muerto”. Fuimos a la escuela por invitación de ésta. Realizaron un acto para conmemorar a los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar. El quinto árbol de la segunda fila ahora es un monumento a la valentía de unos alumnos que solo quisieron robar un libro prohibido y leerlo, ya saben, para sentirse más libres.

-Arrancá Felipe, este año te toca a vos- le dice Juan en tono neutro.

-Mariano Moreno: La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad…- comenzó Felipe.

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