Ángela nace hacia 1960 y es la primera hija de un matrimonio poco convencional, el padre es un hombre mayor que le lleva una diferencia de más de veinte años a la madre y es un ser autoritario, machista y agresivo. Ese panorama se complicaba, un poco más, con la situación económica, política y social que vivía Colombia, la cual se reflejaba en el ambiente familiar.

Ella va creciendo a la par que llegan más hermanos, la madre es una mujer sumisa y obediente, en casa se hace lo que diga el marido. Desde pequeña empieza a experimentar el miedo y a tratar de ocultar lo que ella piensa, ya que puede ser mal visto por su padre. Así que reprimiéndose y tratando de ser una niña ejemplar va creciendo, no sin ser objeto de muendas o golpizas que le da él y que son vistas con normalidad para esa época.

Sin embargo, Ángela, no estaba sola en su lucha silenciosa contra la represión patriarcal. En Colombia ya venía destacando María Currea Manrique, que desde muy joven inició el sueño de la defensa de la mujer y llegó a entrevistarse con el entonces presidente Olaya Herrera para apoyar la Ley 28 de 1932, que otorgaba los primeros derechos civiles a las mujeres.

En alguna ocasión le escuchó a su adorada tía Gladys, a la cual le fascinaba la historia, comentar sobre ella lo siguiente: María había sido representante de Colombia en la Comisión Interamericana de Mujeres de 1938 a 1948. Estudió enfermería en Estados Unidos y más tarde en Francia obtuvo el título de doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de la Sorbona en París. En 1954 fundó con Bertha Hernández de Ospina la Organización Nacional Femenina y fue incluida en la comisión para apoyar la importancia del sufragio femenino en la Asamblea Constituyente, durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. Trató de crear un partido femenino pero no tuvo apoyos suficientes, sin embargo recorrió el país impulsando la participación de la mujer que fue bastante notoria en el plebiscito de diciembre de 1957. En 1959 fue la primera mujer en llegar al cargo de concejal de Bogotá y en 1960 fue premiada por la Organización de Estados Americanos como “Mujer de las Américas”.

A pesar de los grandes esfuerzos por la igualdad y derechos de las mujeres, sigue viviendo un patriarcado déspota y violento, el padre tiene en casa un zurriago o látigo que utiliza cada vez que le da la gana, marcando el cuerpo de sus hijos. Se van sucediendo los años; ella estudia, empieza a trabajar y contrae matrimonio. Da con un hombre bueno, laborioso y comprensivo. Tienen dos hijos y todo marcha viento en popa.

La hija de Ángela, ya mayor de edad, trabaja y estudia. Un día sale de casa y cuando va en el autobús se da cuenta que ha dejado una carpeta, se devuelve y timbra: una, dos, varias veces, pero no abren la puerta. Entonces se le ocurre ingresar por el patio trasero, pasa por la cocina y llega a la sala; de repente encuentra a la madre con otra mujer teniendo relaciones sexuales. Esta chica se vuelve como loca y empieza a gritar, no hay forma de calmarla… se enteran los vecinos y preocupados llaman a la policía. Después de todo el jaleo, vienen las reuniones familiares y el tratar de explicar tan difícil situación.

Cuenta que desde pequeña le llamaban la atención ciertas actividades de chicos y se había inclinado más por el fútbol en el cual seguía participando, en campeonatos, como parte de un equipo. Sentía un cariño especial por las chicas y cierta atracción, pero era tal el miedo a su padre que nunca se le pasó por la mente comentarlo con nadie. Así que inició una vida clandestina ocultando sus gustos y necesidades, complaciendo a la familia y manteniendo una imagen social aceptada por el común de la gente.

Esperaba desde lo más profundo de su corazón mantener esa doble y difícil situación hasta la muerte, pero la vida le cambió el rumbo. Pidió disculpas a su compañero quien en un gesto magnánimo y lleno de tristeza le ofreció todo su apoyo. El hijo a regañadientes aceptó la nueva realidad y la hija más afectada duró un buen tiempo sin hablarle. En medio del tormento que sentía, tuvo el alivio de no enfrentar al ser que más temía: su padre… quien había muerto unos años atrás.

El tiempo que todo lo puede, permitió que Ángela se organizara con su nueva pareja, que los hijos aceptaran y que siempre tuviera el apoyo del esposo: ese hombre de noble temperamento, grandeza de espíritu y ejemplo de generosidad que la amaba incondicionalmente.

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