Un largo viaje subterráneo

Un largo viaje subterráneo

Cerró la puerta de entrada de su edificio y se encaminó hacia la estación del metro con pereza. Se había acostado muy tarde y como había bebido algo más de lo habitual le había costado mucho salir de la cama. La fiesta había estado muy bien, pero ahora había que afrontar las consecuencias. Además, hacía mucho frío esa mañana en Madrid, y una llovizna molesta estaba comenzando a mojarle la cabeza descubierta; ya era tarde para volver a por un paraguas. Mal día para ir a trabajar, con mal tiempo, cansado y con resaca. Pero no había opción posible, debía cuidar su empleo y por lo tanto tenía que concurrir.

Todavía adormilado, caminó por su calle hasta llegar a la Gran Vía, y una vez allí se dirigió hacia la entrada de la estación Callao del metro y bajó rápidamente los escalones para protegerse de la lluvia incipiente. Caminó como de costumbre por los pasillos subterráneos del metro hasta la zona de las boleterías y entonces advirtió que el lugar se encontraba extrañamente oscuro. La escasa luz que surgía de las luminarias era muy inferior a la habitual, y mirando a uno y otro lado le sorprendió que no hubiese nadie más que él. ¡Qué raro! De golpe sintió que se había despertado completamente, se olvidó de la resaca, sus sentidos ahora estaban muy atentos… ¿qué estaba pasando? Caminó casi a tientas en la penumbra creciente hacia donde intuía que se encontraban los molinetes que trasponía cada jornada. No los encontró. Se volvió sobre sus pasos, confundido y buscando la escalera recién descendida. Tampoco estaba. Trató de hallar algo familiar a su alrededor. Pudo adivinar, más que constatar, que se encontraba solo, en un espacio vacío, sin ningún sonido, y que la escasa luz había desaparecido casi por completo. Angustiado, giró nuevamente y percibió a lo lejos un pequeño rectángulo iluminado, algo así como la posibilidad de una salida de un largo túnel. Primero caminó con precaución, y luego corrió hacia allí, aterrado. Tardó menos de un minuto en llegar, tiempo en el que solo le fue posible oír el sonido de sus propios pies corriendo sobre el piso. Una vez llegado a la promisoria luz, se encontró con una escalera. Subió los peldaños de a dos, buscando con desesperación la claridad que se veía al final, arriba. En cuanto salió a la superficie, se encontró con mucha gente que, muy al contrario que él, caminaba despreocupadamente. Esa evidente normalidad le produjo cierta precaria tranquilidad. Observó perplejo que no llovía, que el sol estaba brillando y que la temperatura era muy agradable. Miró rápidamente a su desconocido alrededor. Se encontraba en una de las aceras del cruce de dos transitadas avenidas, una placa en la pared informaba a quien quisiera saberlo los datos de una de ellas: Av. Corrientes, 1700-1800. Instintivamente buscó el cartel de la salida del metro que acababa de trasponer, antes de caer desvanecido leyó: Estación Callao, Subte de Buenos Aires.

Ha transcurrido casi un año, y la burocracia aún no le permitió obtener un pasaporte que le permita regresar a su país.

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