Vamos en el bus a nuestro destino. Todo parece marchar con normalidad, todo menos Pedro. Un viajero de aproximadamente 58 años, de tez arrugada, de cabello teñido de un gris plata, de mirada apagada.
Él parece algo ansioso, quizás hasta nervioso.
Mientras esperábamos el bus en la estación lo ví por primera vez, llegó con una chica de unos 30 y pico de años. Ella cargaba un bebé de meses en una de las mochilas delanteras, al parecer ella se quedaría.
Al momento de subir, lo hizo Pedro solamente, que se ubicó al otro lado del pasillo de dónde yo y mi hermano íbamos.
Él llevaba una bolsa con bastantes alimentos para soportar las 8hs de viajes. Nosotros inexpertos, creyendo que habría paradas intermedias del otro lado, sólo teníamos agua y dos croissant.
El paisaje de Berna con su verde primaveral nos despedía, la tranquilidad de ese lugar en el mundo parecía perderse mientras el bus parecía alejarse cada vez más y más. Decidí disfrutar lo que restaba, mover un poco mi cuello y descansar lo que restaba.
No pude descansar, me llamó mucho la atención Pedro, quién comenzó a comer, primero unas tostadas, luego tomaba agua como agitado, respiraba profundamente y en los 5 minutos que el bus se detenía para que bajen o suban nuevos pasajeros, él bajaba se fumaba dos pitadas de cigarro, respiraba profundamente otra vez, lo tiraba al suelo, lo pisaba, se subía al bus y otra vez buscaba algo para comer, quizás fueron hasta 3 sándwich y unas 4 botellas de bebidas y alguna que otra fruta. ¡Parecía que nunca se quedaría quieto!
La situación me comenzó a preocupar, Pedro no parecía ser una persona cualquiera. Llevaba además de todas su provisiones, anillos de oro amarillo y dos relojes, uno en cada muñeca, tal vez en ellos tenía diferentes horas. Lo que nunca utilzó porque tal vez no tenía fue un teléfono móvil, tan común hoy en día.
En eso, mi corazón comenzó a latir más rápidamente, las manos me transpiraban, justamente cuando el bus se paró. Él preparó sus cosas, caminó un par de pasos y antes de llegar a la estación anterior a la que nosotros debíamos bajar fue cuando el chofer con tono italiano dijo:
– Estación de Milano.
Él acomodó su ropa y bajó, cuando miré por la ventanita a dónde se dirigía, ya se había ido. No pude ni siquiera observar si alguien lo esperaba, si estaba ansioso por un reencuentro, si sus nervios eran por tener que viajar, si de pronto debía resolver algo al llegar a Milano, si tantas cosas le podrían haber pasado a Pedro, Juan, Manuel o quizás Roberto.
Lo que sí pude saber es que la misma situación observó mi hermano, quién pudo percibir lo mismo que yo, con la diferencia de que él creía que en cualquier momento de aquella bolsa no sacaría un nuevo alimento, sino algo muuucho más trágico y ahí estaría nuestro final.
Cuando Pedro bajó y se perdió entre la gente no solo mi hermano volvió a disfrutar las dos horas de viaje que nos quedaban sino también yo. ¿Cuántas veces no habremos sido Pedro? ¿Cuántas tantas no habremos querido con comida tapar nuestros sentimientos? ¿Cuántos viajes no habrán sido el refugio para no sentir?
Todos en algún podremos haber sido Pedro…
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