Mi rutina iba de beso en beso, de hacer el amor de distintas maneras, de un “Te amo” a un “Ya no.” Me quedan espacios vacíos y rotos, donde la frustración es protagonista; de esta manera siento que se va la vida. Todo se pintan de neblina e infinita soledad. Ya no se quien soy.
No quiero ser objeto de nadie, esperando que un vector bidimensional me atraviese el corazón; las dimensiones que nos separan son irreconciliables, y no es mi imaginación. Las notas suenan agresivas, confundidas y desentonadas. No hay música en mi cabeza.
Me propongo recordar cómo empezó todo:
Yo era niña aun, cuando todos los medios de comunicación se inundaron con la noticia: “La manera de vivir el séptimo arte se transforma”, se podía leer en todos los titulares, las personas que asistían a las funciones quedaban completamente fascinadas con esta nueva tecnología.
Tan solo un par de años después, las nuevas salas de cine se encontraban en cualquier país del mundo. La primera película que vi, fue una de terror, entre al teatro a media luz, pero en lugar de una pantalla gigante y asientos cómodos, me encontré con cabinas individuales para acostarse. Nada más. Una vez te acomodabas en la cabina, te encontrabas dentro de la película, eras parte de ella, zombis venían detrás de mí y yo corría desesperadamente. Lo realmente impactante fue saber que cada cual vivía la película a su manera, el argumento, las imágenes y el escenario eran los mismos, pero el comportamiento que tuviéramos como parte de la película parecía ser diferente, de acuerdo a nuestra personalidad y nuestros actos, como un videojuego más realista y controlado, ya que el final siempre era el mismo. Sentí como si durmiera, y mis sueños fueran una proyección alienada.
Años después, esta tecnología fue perfeccionada. Ahora las personas viajaban por medio de las cabinas. Recreaban cualquier ciudad del mundo, de manera milimétrica, así podías ir a cualquier lugar del mundo, y ver decenas de sitios por día. Cada detalle se encontraba allí, con una exactitud alarmante.
No a todos nos gustó esta nueva manera de viajar, aunque las personas conocían hermosos paisajes, e incluso podían viajar virtualmente con otras personas, sin importar en que lugar del mundo estuvieran, muchos nos preguntábamos: ¿Dónde quedará la realidad? otros iban, incluso más allá, con temas más prácticos como las consecuencias en la economía y el turismo. Fue un tema controversial, pero las maquinas cada vez eran mejores, más reales, con más funciones. Tenían sensores que involucraban el tacto en todo el cuerpo, e incluso sutiles aromas.
El tema se volvió más crítico, cuando descubrieron una extraña enfermedad a la que denominaron “Ausencia”, los familiares de quienes la sufrían, afirmaban que era culpa de las cabinas. Sin embargo, estos juicios rápidamente eran acallados, concluyendo una enfermedad mental previa del enfermo. Aunque de manera sutil a todos les afectada el uso de las maquinas, las personas que sufrían de “Ausencia”, quedaban en un estado cognitivo deplorable, además parecían erradicar cualquier emoción de su ser, eran entes. Y lo peor, nadie se había recuperado de esto.
Por esta razón, en principio, tome una determinación: ¡Yo jamás viajaría de esa forma! Yo si sentiría el mundo real. Fue entonces cuando lo conocí a Él, ahora no puedo ni decir su nombre, solo era Él, por el que mi rutina iba de beso en beso; compartíamos la misma idea, que para aquella época sonaba loca y anticuada, de vivir el mundo real.
El evento desafortunado fue que tuvo que irse a otro continente, y yo tenía que quedarme. Me despedí con una angustia sorda, mientras el juraba un regreso del que yo dudaba.
La vida me enmarco en su rutina sin sentido mientras esperaba, transcurrió un mes sin que nos viéramos y en un arranque desesperado de amor, vimos la opción de aquellas cabinas de viaje como algo viable. Pensamos hacerlo unas cuantas controladas veces, no más.
Nos encontramos en Marsella. Fue fascinante, ¡Todo parecía real!, incluso Él. Podía admirar perfectamente sus gestos y el brillo de sus ojos. Cuando me tomaba de la mano, mientras caminábamos por esas hermosas calles, sentía un cosquilleo en mis dedos. En ese momento entendí, porque las personas a veces preferían vivir allí.
Perdimos el control, nos veíamos cada día sin falta, para recorrer lugares inciertos. Sus besos se sentían como un calor leve en los labios, y su voz cuando decía “Te amo”, era la misma que recordaba en la realidad, producía las mismas sensaciones.
Escapamos en estos viajes durante seis meses, que se hicieron más cortos en mi percepción, la rutina de vernos pronto fue necesidad, dejaba cualquier cosa por irme con Él a un mundo nuevo y aislado, donde cada vez parecía todo más real, fuerte e inquebrantable.
Sin embargo, todos esos buenos momentos prefabricados llegaron a su fin, cuando un día Él no llegó a nuestra cita en Tossa de Mar. Espere con ansiedad, casi con desespero, pero no apareció, ni llego al día siguiente, ni después. Tampoco contestaba mis llamadas y mensajes.
Una semana después, que se había representado en mi cabeza como un siglo, recibí una llamada, era su hermano. Sin querer entrar en detalles, me contó que Él había enfermado, lo trasladaron de inmediato a este, su país natal, para que se hicieran cargo. Confieso que me emocioné, pensando que curaría y estaría bien, pero ahora estaría conmigo. Sería más hermoso que caminar por ciudades desconocidas hechas de nada.
Mientras caminaba a su encuentro, imaginaba como sería tenerlo entre mis brazos de nuevo, mi corazón latía a un ritmo frenético, que tuvo que detenerse de golpe cuando lo vi. No necesite explicación alguna, la enfermedad se veía en el vacío de sus ojos, y en la falta de sus gestos de amor, deseo e incluso de tristeza. Estaba “Ausente”, solo era un caso más en que los médicos defenderían a las máquinas y sus efectos en la mente. No había ya nada entre los dos.
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