Falta un minuto para que den las seis de la tarde, la fila en el checador ya suman diez personas esperando que den las seis en punto para poder checar y salir de la oficina. No un minuto antes ni un minuto después. Yo soy el cuarto de la fila, me aflojo la corbata un poco, checo mi salida y tomo mi portafolio negro.

Soy Braulio López, un tipo común y corriente. Formo parte del grueso de la población trabajadora de la capital mexicana. Lo que antes conocíamos como un apellido común, igual que el mío: Godínez, actualmente es empleado como un adjetivo para describir en una sola palabra a los más de 35 millones de mexicanos asalariados que trabajan en una oficina con un sueldo promedio. Así que sí, soy un Godínez.

Los elevadores a esta hora vomitan personas a diestra y siniestra. Salimos todos en manada del enorme edificio de diez pisos con grandes ventanales color marrón. Los varones llevan trajes de colores oscuros y lisos; corbatas lisas baratas y corrientes. Algunos llevan un portafolio en la mano o una mochila al hombro y en la otra una lonchera de lona con los portaviandas ya vacíos.

Entre las mujeres “Godínez” puedes encontrar diversidad. Las que usan un traje sastre con diferentes camisas toda la semana; las que prefieren los vestidos escotados y cortos para cautivar las miradas del sexo opuesto o las que se ponen lo primero que encuentran en el armario.

-Ya es jueves Braulio, vámonos a echar unas chelas para ver el partido en la cantina-

-Ándale pues “Bodoque”vamos un rato-

-Además va a ir Marilú con otras dos chavas del departamento de compras, para cotorrear con ellas-

La cantina llamada “El Gallo de Oro” a estas horas ya está abarrotado de otros Godínez. Al fondo Marilú agita su mano invitándonos a su mesa.

-Pero que milagro Braulito que te dignas a acompañarnos siempre te vas derechito a tu casa y no hay quien te convenza, solo sales con el “bodoque” a tomar-

Marilú me planta un beso en la mejilla con sus labios pintados de rojo carmín que tendré que lavar con agua y jabón para que se me quite antes de llegar a mi casa o seguro habrá pleito con Lucrecia, mi santa esposa.

Pedimos unas botanas clásicas, fritangas de maíz con salsa, unos caldos de camarón para todos y una cubeta de doce cervezas para empezar. El partido está en el medio tiempo y ponen música para bailar. Enseguida varias parejas van a la pista. Suena una conocida canción de cumbia “Que Bello”. Marilú sin pena alguna canta a pleno pulmón.

-Y yo que te deseo a morir… que bello cuando me amas así- Marilú sin previo aviso me jala del brazo, casi derramo mi cerveza.

-Ándale Braulio vamos a bailar-

Siempre he tenido dos pies izquierdos, no me da pena bailar pero soy arrítmico por completo. Mientras yo luchaba con mis piernas y los compases de la canción, Marilú se me colgó del cuello.

-Braulito, sí sabes quetienes a varias muchachas de la oficina loquitas por ti, desde que entraste hace unos meses te echaron el ojo, con tanto viejo y gordo que hay en el piso siete, eres la novedad-

-Le agradezco señora Marilú…

-Cómo que señora Marilú, pues sí casi tenemos la misma edad, me puedes tutear Braulito- Suavizo un poco más la voz y se pegó contra mí.

La verdad es que para sus casi cincuenta años tiene un cuerpo antojable. Lleva puesto un vestido corto color rojo que le apretaba las carnes, la abertura pronunciada permitía que sus senos rebotaran una y otra vez al ritmo de la cumbia.

El “Bodoque” hacía lo suyo con una de las compañeras, aunque no con mucho éxito. Cada vez que intentaba bajar su mano por la espalda hacia la parte del cuerpo que hace bulto, la chica se la quitaba.

Marilú al contrario hizo un ademan con su brazo derecho para que bajara mi mano hacia sus glúteos. Me acorde de Lucrecia y quite la mano enseguida. Finalmente acabo la canción y el segundo tiempo comenzó.

Esta vez preferí sentarme entre el Bodoque y la pared. Las chicas se desaparecieron todas juntas al tocador de damas.

-Ten cuidado con Marilú, ya se acostó con medio piso siete. Creo que hace poco andaba saliendo con uno de los sugerentes del piso tres. Ahora que sí tú le quieres entrar pues eso ya es otra cosa mi Braulio.

Mientras miraba sin mirar la pantalla del televisor me acorde del día en que me case con Lucrecia. Fue hace cuatro años, se veía tan hermosa, tan feliz, tan llena de vida. Desde hace unos meses que el ginecólogo de la clínica del Seguro Social nos afirmó que Lucrecia era estéril su carácter se amargo, subió de peso, ya no se maquillaba ni para ir a trabajar, ella estudió como secretaría, trabaja de 8 a 15 pm y ahí se acaba su vida social.

Discutimos mucho, ya no salimos más que a las comidas familiares obligadas, nos despedimos de beso seco sin sabor, sin calor. Ya no me le puedo acercar ni para acariciarla.

-Bueno chicos vamos a ir a casa de mi amiga, ¿nos acompañan?- Marilú se inclinó hacia mí con el escote más ceñido que antes.

– Yo me tengo que ir, quede de ir a cenar con mi mujer- Le deje dinero al Bodoque para la cuenta y me salí de la cantina.

Deseaba llegar a mi hogar, abrazar a Lucrecia y besarla con ansías. Ahí estaba sentada en el sofá llorando con gran pesar.

-¿Qué pasa Lucrecia?

-Se acabó Braulio.Jorge Miguel no se quedó con la pobre de María Cristina, se fue con la millonaria heredera del rancho.

-¿Qué? ¿De qué hablas?.

-De mi telenovela, llego a su fin hoy- Siguió llorando.

Me acerque a su lado, la consolé, la abrace y deje que llorara en mi hombro.

-Ya mañana empieza otra telenovela, no te preocupes-

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