MADELMAN, GEYPERMAN Y SOLDADOS MONTAPLEX

MADELMAN, GEYPERMAN Y SOLDADOS MONTAPLEX

Juan Gnav

04/06/2018

“Está preparado el cadalso y pende del poste la cuerda gruesa con el cabo enlazado en nudo de ahorque. El tablado con trampilla a la altura precisa. En ceremoniosa procesión ya se acerca el reo acompañado y un cura leyendo salmos.

Madel es un madelman rubio, soldado alemán prisionero tomado por espía, juzgado por Geyper, el geyperman moreno y barbudo, jefe de comandos americano.

El verdugo es un veterano que pertenece a la tropa verde de soldados yanquis de plástico de un sobre de “Montaplex”, a sus espaldas carga con varias batallas contra los alemanes azules, también de sobre. Normandía es la parte más alejada a la entrada del comedor, todo él, zona de guerra. Verdes americanos y beiges británicos al asalto contra el azul alemán de casco hasta la nuca.

Sube al patíbulo Madel, el pater ya dijo, ante el crucifijo colgado por cuadro, que su alma alemana pronazi sería custodiada y Dios decidiría. Es un acto anómalo, en plena guerra, el que un cura del bando enemigo te venga con letanías cuando has sido condenado por espía.

Ya patea las tablas el verdugo, enfrente, en silencio, están los verdes suyos. Geyper observa desde la lejanía cercana del comando que brega, con sus prismáticos colgados. Está a una voz de distancia. Se acerca el verdugo a la cuerda para agarrar el cabo con su nudo; su mando inmediato le ordena que proceda a encorbatarla sobre el cuello del reo.

Madel apenas dice nada, y si lo dice, lo hace con palabras que no somos capaces de interpretarlas, es alemán y ese idioma nadie verde lo habla, Me vuelvo mirando a Geyper que ya ordena con voz jerarca al oficial inmediato y éste me traslada que mueva la palanca que abre la trampilla entablada.

Cae a plomo Madel con sus pies rígidos enjaulados en sus botas de plástico, complemento necesario que, junto al casco, el traje alemán con su cinto, la Luger y su alemana metralleta, fueron los elementos que se vendían en un pack en la respectiva tienda.

Ejecutado, me levanté y me hice la merienda.”

Sopla endiablada mi memoria con sirocos, y me doy a la pastilla de paracetamol con codeína mientras verifico los patrones de costura en la pantalla del ordenador que dirige el corte que ejecuta la máquina.

Estoy al cargo de dos máquinas cortadoras en todo el proceso, aparte soy personal del equipo de diseño de patrones, todo agendado en un no parar.

Rehúyo el corte a mano, el de toda la vida, ese de tijera y máquina neumática. Aquí todavía se usa para cortar patrones -piezas- en piel. La tijera pierde filo y acaba mordiendo, más que cortando unas veces, y otras, revolviéndose contra tu voluntad, se recuesta de forma lateral y acaricia la finura de la piel “vista” y contraría a la áspera piel “vuelta” donde, falcada una de las dos cuchillas, no patina y con ello toda la tijera se inclina.

Es entonces cuando se cansan los dedos con la palma y se encallecen los tirantes pellejos irritados y escocidos que abarcan, todo epidermis, cualquier mano que se precie de formar parte de un humano, sin calma.

La máquina Humantec tiene una viga móvil perpendicular al operador que se desplaza longitudinalmente sobre dos rieles. En esa viga se monta el artificio de corte eléctrico -poco más grande que el neumático de toda la vida-, a éste se asocia una cuchilla recambiable eneagonal; el artefacto ejerce su función en modo corte radial o de disco. El conjunto englobado funciona como una impresora cualquiera, donde en vez de papel hay tela y sin escribir ni dibujar, corta de igual manera.

La otra funciona, en esencia, igual, pero, por rebelde, hace el corte pendular y busca ser perfecta de más.

¡Qué más da!, los días se hacen semanas para trabajar y encerrado entre paredes haciendo lo mismo tantas veces, pierdes la noción de lo que haces, y está fuera de allí todo cuanto sientes.

Y lo peor es que si pierdes ese laboro te arrepientes, ¿cuántas chapas van ya, Pepito Grillo?, ya me lo has dicho muchas veces y me has dejado siempre silente.

Son las cinco de la tarde, retrasados en la remesa a entregar, el asunto está que arde. Pero yo no me voy a inmutar, sigo a lo que estoy, pero no soy y sigo. Lo mío es el tiempo de atrás, aquel que de mí ha huido y así me pongo a pensar:

“Levantado del suelo me acerqué a la cocina y abrí la nevera, saqué la leche y el fiambre acordando con el frigorífico que esa sería su primera entrega. Busqué en la panera y caté un pan de medio cuarto, anduve hacia la pared de mi izquierda en busca de las galletas y abrí la alacena. Cogí las Rio cuadradas para emparedar la mortadela.

Y el chorizo del Revilla, que Revilla era todo chorizo rojo a lonchas comprado en la parada del mercado, vendido por la propietaria del puesto y a la que no llamaban charcutera. Ese chorizo, para mis galletas, una delicia, era.

En botella de vidrio venía la leche Cervera, sí, en botella de a litro. Leche entera embotellada porque yo de “vaca” no la quería, a tragos y a morro el litro de una, lo bebía. Mi padre siempre la quiso de vaquería, para él la suya; para mí la mía.

La blanca nevera me ofreció, en segunda entrega, un blanco huevo. Preparé la sartén con aceite al fuego para mi tortilla. El pan de medio cuarto sacado de la panera lo emparedaría y ambos me darían una alegría.

Que he ejecutado a un soldado alemán espía por orden de Geyper, y eso se ha de celebrar.”

Es la mente troquelada de un niño, un sueño guiado por el azar de vivir mentiras por verdades, un decir que es Justicia todo, incluso la crueldad, porque así se le ha venido a programar.

Es el pasado algo que contar, callado, pero lo disfrutarás -o no- al evocarlo…¡Ah!

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