––¿Llamada de la Nacional, para una apertura de puerta? ¿Y la información brillando por su ausencia? Ay, amigos, mala espina ––Fran mantiene sus expertas manos sobre el volante del camión.

––¡Ya te digo! ––responde Esteban girándose desde el asiento del acompañante para escucharlo en la parte trasera––. Joder, ¿recordáis aquélla chica, la que tuvimos que entrar por el balcón? ¿Que el novio parecía haberse chutado cafeína en vena y, luego resultó que la chavala dormía la resaca del fiestón que se marcó con sus amigas?

El habitáculo se inunda de carcajadas.

––Macho, menudo salto pegó del sofá ––dice Sebastián a mi lado entre risas––. Imagínate dormido y te despiertan apuntándote al jeto con una linterna y, que al abrir los ojos, te encuentras con tres tipos embutidos en trajes que les otorga un tercio más de corpulencia, proyectando desde el casco un cañón de luz que te ciega, emborronándonos… No sé a vosotros, a mí, me hubiera entrado un cague acojonante.

––No es para menos ––reprocho nervioso.

Por la emisora entra una voz.

––Chicos, informa el 112: Vecino del bloque quejándose de un fuerte olor.

––¡Mierda! ¡Ya estamos con los olores y los vecinos aburridos! ––increpa Esteban, el mando de la brigada––. Recibido, casi estamos.

––Os lo he dicho, mala espina ––recalca Fran con voz lúgubre.

Equipado, bajo del camión. El sol abrasa. Hace un calor monstruoso que me quema los pulmones al respirar. 40 grados a la sombra. El suelo regurgita una especie de vapor asfixiante. La ola de calor está haciendo estragos. Mi boca seca como el esparto clama agua. La opresiva humedad me hace sudar por todos los poros.

Un policía, en el umbral del portal, joven, amable, de aspecto pueril ––<<aún se mata a pajas>>, pienso––, se dirige a mí, observa la radiografía que llevo en la mano.

––Parece algo en mal estado, no responden.

Suspiro hondo, encaminándome con firmeza a una situación de éstas que nunca sabes qué vas a encontrar tras el maldito telón. Subo la escalera seguido de Esteban y Sebastián.

Introducimos la radiografía en el estrecho resquicio entre puerta y jamba, unos traqueteos y salta el resbalón. “Bien”.

––¡Jooooder! ¡Me cago… en mi puta suerte! ––impreca Esteban sudoroso. Se escuchan arcadas de la pareja de policías desde atrás––. ¡¿Por qué cojones no nos hemos puesto los equipos de respiración?! ––jadea asqueado.

––Porque somos unos cafres ––contesto, el antebrazo sobre las vías respiratorias, amortiguando el nauseabundo hedor a podrido.

Avanzamos por el pasillo principal.

––¡Dios, Marcos!

––Dime, Sebastián ––contesto con labios apretados, ojos entornados.

––Esperemos que sea un animal.

––Ojalá ––respondo escueto, con las vísceras revolviéndose como el magma que está a punto de vomitar un volcán.

Primera puerta. Derecha. Nada.

Siguiente. Izquierda. Más de lo mismo.

La cocina abierta. Ojeada rápida…

De repente, estoy a punto de caer al suelo. Algo me hace resbalar. Esteban, con sus fuertes brazos, me sujeta.

––¿Siempre tengo que salvarte el gordo culo?

––Es lo que te gusta ––bromeo.

Miro al suelo. Un charco. “Fluidos”, me digo. El reguero continúa… hasta perderse en el salón.

––Me estoy temiendo lo peor, ¡mala espina! ––augura Sebastián.

Mi cara está bañada en sudor, continúo, sorteando fluidos, el hedor aumenta su intensidad, ya es casi abrumador, el regusto pestilente y dulzón se ha instalado en mi paladar. Lo odio

Un sentimiento me asedia… Y, no sé… Sí que lo sé… ya lo he sentido otras veces… Joder, es el miedo, ese cabrón atenazante que actúa cuando no sé qué voy a encontrarme. Me paraliza. Pero el oficio tira de mí.

Me asalta la sensación de estrecharse las paredes… me agobian, rezuman fetidez.

Estrés y ansiedad reaparecen susurrándome…

Justo antes del umbral del salón, consigo escuchar un fuerte zumbido. Incesante…

No puedo tragar saliva…

Me quedo quieto, como una estatua…

––Otra… ––murmura Esteban.

Una bella mujer…, desnuda…, atada por los tobillos como cerdo en el gancho del matadero… Me llevo una mano a la boca, quizá sólo para reprimir una nausea. Sus ojos me miran, vacíos. Hay algo en su boca, ¿papel?

Las moscas zumban insoportables, frenéticas, mezclándose con el ruido de la tele… Retransmite imágenes carnales depravadas… Es ella. ¡Hijo de alguna perra! La estampa es perturbadora… y, morbosa al tiempo. Los fluidos del esbelto cuerpo ––con varias laceraciones –– deslizándose por su negro cabello, gotean rítmicos. Llevará varios días así y este decadente calor ha acelerado la descomposición.

Mi mente me obliga a reaccionar. Hay que descolgarla de ahí. Ése es el triste impulso ––enseñanza de la experiencia–– que siento al contemplarla meciéndose.

La conozco… Íbamos a volver a vernos este fin de semana…

Segunda víctima…

¿Por qué?

El vino sabe demasiado áspero…

Otro pitillo. Observo el cenicero con ojos calculadores, imposible contabilizar las colillas. Ya me importa todo una mierda. Lo enciendo, le doy una calada, larga, hasta que mi boca se inunda del malsano humo. Aspiro hasta sentirlo arremolinándose en los pulmones, es insuficiente. ¡Qué pollas! Necesito un petardo, preferible hachís…

Rápido experimento la expansión de mi mente. Ahora sé cómo acompañarlo. Y descorcho un buen whisky, escocés. Bebo un trago que hace arder mi interior. Pero sólo es al principio. Me doy el lujo de beber otro. Ya sabe mejor… Otro, otro y, otro más. <<¡¡Maldita sea!! ¡¡Puta mierda!!>>, grito. Empino la botella y bebo a grandes tragantadas. Noto como si mi estomago fuera a implosionar. Salto y corro bamboleante al fregadero. El torrente es sólo amargo líquido. Limpio mis comisuras con el dorso de la mano. Miro las pastillas desparramadas. ¡Me cago en esta miserable vida! Las lágrimas amontonadas en mis ojos al fin han decidido desprenderse. Sollozo. No puedo borrar la imagen de mi cabeza.

¿Por qué…?

La gente dice que tengo un trabajo bonito.

Y tal vez así sea.

He visto cosas suficientes para haber perdido el encanto por esta profesión.

Siempre, en estos momentos, vuelve a azotarme la mente… la maldita y egoísta pregunta, insidiosa, la misma…, siempre: ¿Por qué yo, si hay 69 más?

Después conozco la respuesta…

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