La radio estaba a todo volumen.
— ¡Pepillo quita esa canción! que me tienes de los nervios.
—Pero… —respondía el chaval.
—Ni pero ni nada, coño, me tienes aturullado con tanta canción.
—Jefe, no se entera, es música para enamorados.
—¿Enamorados? ¿Quién está enamorado? —decía Fermín, zapatero de toda la vida, encorvado, cosiendo la suela a un zapato con mucho tacón. Las gafas se le caían por las narices, con una calva enorme, pero tenía buen corazón y cosía los zapatos de maravilla, tan bién lo hacía que el negocio iba fenomenal a base de horas de trabajo.
—Ahora cantan así.
—Donde estén «Angelitos negros» que se quite lo demás, — continuaba murmurando Fermín.
Pepillo, era un chaval despierto, de dieciocho años que no quería estudiar, su madre convenció a Fermín para que aprendiera el oficio, eran vecinos. Había aprendido a extender las pieles y cortarlas. Las alpargatas las cosía bien, pero los tafiletes le costaban. Le gustaba enormemente la música y siempre la tenía a todo volumen.
“Si fuera más guapa y un poco más lista,
si fuera especial, si fuera de revista,”
Esa mañana entró Valentina, vecina del barrio, morena, ojos oscuros, delgada y muy simpática. Pepillo quería siempre atenderla, pues anhelaba ser su novio.
“Te sientas enfrente y ni te imaginas que llevo por ti mi falda más bonita,”
—Buenos días — saludo Valentina al entrar.
—Hola — contestó Pepillo. Poniéndose colorado como un tomate.
—Traigo estos zapatos de mi madre, para que le pongas unas suelas.
—Hola — Volvió a decir Pepillo, no sabía que decir, hasta que por fin habló. — Qué bonita estas,—dándose cuenta de lo que ha dicho, enseguida continúo — Mañana los tienes.
“De pronto me miras, te miro y suspiras, yo cierro los ojos tu apartas la vista,”
— ¿No será de “La Oreja De Van Gogh”? —dijo Valentina cerrando los ojos y suspirando.
—A mí me gusta muchísimo, pero me gustas tú más. —Esto último lo dijo Pepillo tartamudeando.
“Y entonces ocurre, despiertan mis labios, pronuncian tu nombre tartamudeando,”
—El año pasado estuve en su recital, son fantásticos, — Se lo dijo mirándole a los ojos. Pepillo estaba que se derretía. Se le había parado el corazón, en la zapatería solo había unos ojos que le estaban mirando y unos labios que le abrasaban.
“Pero el tiempo se para, te acercas diciendo, aún no te conozco y ya te echaba de menos,”
—Pepillo, deja de cascar y atiende a la señorita —decía el buen zapatero.
—Lo tendrás para mañana jueves, aún no te conozco y ya te echaba de menos — Se le escapo y se puso colorado.
— ¿Cuánto costará? —No sabía que decir, si por él fuera se lo regalaría, pero sabía que Fermín les estaban escuchando, incluso se lo cambiaría por un beso. —¡Tres euros!
“me tomas la mano, llegamos a un túnel que apaga la luz.”
—Toma, —dice Valentina.
En lugar de coger las monedas, Pepillo le toma la mano, y en un arranque de valentía le da un beso en los labios.
—La vuelta. —dice Pepillo.
«Te encuentro la cara gracias a mis manos, me vuelvo valiente y te beso en los labios, dices que me quieres y yo te regalo el ultimo soplo de mi corazón.»
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