El audio del televisor, que olvidamos apagar, se entromete en el silencio de la habitación. Echados en la cama, ninguno de los dos le prestamos atención; es sólo ruido blanco de fondo. Los últimos rayos de luz de la tarde hace rato se han esfumado, dando paso a la oscura noche. Tendida a mi lado, ella reposa en silencio, la cabeza contra mi pecho. De sus cabellos emana una fragancia que me embriaga. Paso la mano por ellos con la absurda idea de atrapar su magia; sólo la suave caricia del recuerdo queda entre mis dedos. Quisiera decir algo, pero por ahora no digo nada. Sin embargo, fluyen nostálgicos mis recuerdos. Trato de evadirme. Me llegan, entonces, imágenes que deseo. Afloran a mi boca las palabras y, sin poder contenerlas, la halago con imposibles promesas que susurro a su oído. Sin decir nada, me abraza resignada; siento su arrepentimiento detrás del silencio. La consuelo con mis besos, aunque de nada vale: cada uno se pierde en el pasado. Mañana será otro día; los dos nos levantaremos, nos daremos los buenos días, diremos algunas breves palabras de compromiso y seguiremos nuestros caminos: separados, como lo hemos estado desde hace tres años. Una noche de intimidad motivada por un momento de flaqueza y soledad.
Tan sólo un déjà vu que efímero se alejará en el tiempo.
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