Nacida de la tierra, sus pies…

…eran del barro que la envolvía, arcilla que se deshacía entre sus dedos, polvo rojo que alzaba el vuelo entre los cálidos vientos de la sabana para fundirse en cada poro de su piel, mezcla del sol y el pueblo que la bañan.

Hija del sol, custodiaba en su mirada…

… la enérgica llama, viva, apasionada e incansable de quien aún no cuenta los amaneceres que ha llegado a ver. Su menudo cuerpo era el arca que escoltaba y abrigaba el bravío fuego que la mecía. ¿En qué pensará? Me preguntaba. Su mundo era ¡tan diferente al mío! ¡tan salvaje! ¡tan veraz! ¡tan presente! que yo hija del ancla precipitada siempre al futuro volaba a su alrededor como un ente que jamás pisaría su suelo, el de aquel momento,el de aquel día, el de aquel seco y fértil olor.

Ella, fruto de la noche más oscura, se sumergía en los sinuosos brillos de la luna para beber de ella sus curvas, su sensualidad, su ternura y delicadeza. Ella, con sus dedos hundidos en la tierra, movía su grácil cuerpo convirtiendo sus hombros…

… en el reflejo de la femineidad, en el espejo del astro que la veía brillar, en el frágil sonido de las estrellas que la miraban. Convertida ya en mujer y leona por naturaleza, era la sutil fiera que, conocedora de su fuerza y su poder, hechizaba a cuantos la rodeaban bajo la delgada cortina de la timidez. Ellos rebosantes de lascivia saltaban implorando ser vistos mientras sus carnales cánticos se elevaban hacia el cielo como aullidos suplicantes para que aquel fulgor que ella emanaba fuera real y suyo.

Madre…

…Madre y esposa de la tierra. Esposa del hombre que la amó desde el momento en que ella le miró. Ella, era ahora vientre, valiosa y apreciada cuna de vida donde germinaba la semilla que bajo su sombra cuidaría. Madre de los pequeños que correteaban, jugaban y reían sobre el mismo polvo, fuego y lujuria que los creó. Madre de la vida que allí habitaba. Ella era presente y futuro, era fuerza y respeto, era la representación de la imperiosa sabana bajo el regio sol del mediodía.

Hija, esposa y madre, lo había sido todo. Había vivido todo cuanto sus mayores le habían vaticinado. Había dejado su fuego arder, su leona correr, su luna seducir y su alma volar entre el humo de las llamas. Era hora de volver…

…Y mientras anclaba sus pies de nuevo a la tierra que la vio nacer, dejó que su sombra abrigase al pueblo que ella había amamantado. Era árbol, tronco firme, raíces profundas y frondosas hojas. Era historia, crecimiento y pasado. Su piel, ya rasgada, mostraba los surcos que las fuertes lluvias habían ido dejando a su paso. Sabia como ella era, susurraba con el viento los secretos de aquella existencia a los oídos más jóvenes y ansiosos por vivir.

Y cuando todos se hubieron ido a dormir, ella dejó de contar los amaneceres que había llegado a ver y sopló apagando la última ascua que albergaba tras su mirada. Yo, mera espectadora, casi furtiva de su paso, intenté, en vano, atrapar una brizna de aquel humo, sin darme cuenta de que hace ya mucho tiempo que había dejado de estar a su lado. Ella era hoy y yo… un constante mañana. Ella era tierra y yo… un incansable vendaval. Ya no estaba.

Ella, era ahora polvo, fuego y humo. Ella era árbol, sombra y tierra…

…Ella volvía a ser la sabana que, aquel primer día, sus pies había concebido.

LUGAR: Aldea Masai, río Kilombero, Ifakara, TANZANIA.

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