Creía estar preparado para la venganza. Después de todos estos años de planificación y elaboración de sus ideas y motivaciones, él pensó que por fin había llegado el momento de ejecutarlas. Ciertamente, había transcurrido mucho tiempo, momentos en los que había surgido la suficiente determinación para llevar a cabo todo ello. Por esa razón, se diría que todo estaba listo, que no había lugar a dudas ni a vacilaciones. Habían sido años de deseos y anhelos de resarcimiento. ¡Tenía que ser ahora!

Llevaba en sus manos el arma que lo había acompañado desde que la construyera de manera tan artesanal de niño. Ese arco y flecha de aquel árbol que le prestó su vieja madera. No solo constituía para él un recuerdo imborrable. Se trataba en realidad de un ritual casi mágico, de un sincero acto de fe y agradecimiento para un objeto defensivo que lo había protegido de los peligros y amenazas del bosque y que incluso lo había apartado del acecho de la muerte, siempre tan imprevisible y traicionera.

Pretendía acabar con su vida, con la existencia de aquel bastardo, de aquel cruel criminal, usando ese arco tan emblemático para él. La especial ocasión lo merecía. Meses atrás había conseguido ingresar en la guardia especial que lo protegía, a ese asesino, como un soldado más. Pero en realidad no era un simple militar más. En lo que realmente se había convertido era en Arjuic el vengador. Aunque eso solo él lo sabía. Un jovencísimo justiciero que esperaba resarcirse de la muerte de toda su familia, del vil asesinato de todo un poblado hasta aquellos momentos viviendo en paz y armonía, sin ser conocedor de su trágico destino.

Como soldado personal a sus órdenes no resultaba demasiado difícil para él aproximarse hasta donde hacía su vida, incluso hasta el lugar donde descansaba por la noche. Arjuic pudo convencer a los dos guardianes que custodiaban la puerta de su habitación de que su amo lo había llamado aquella noche para hablarle de un asunto importante y secreto y que por ello debían alejarse de allí. Una vez a solas, solo debía entrar en sus aposentos y, tras cerciorarse de que dormía, apuntarle con su arma fetiche. Pero, antes de matarlo, hablaría con aquel traidor. Sería una conversación clarificadora de sus intenciones hacia él. Sobre todo, le recordaría los trágicos hechos que había protagonizado, como verdugo de su pueblo y de su familia, quizá esperando que esbozara algún tipo de arrepentimiento. A pesar de que, en el fondo, no esperaba hallar nada de eso en aquel cruel animal.

Entró en la habitación. Sus pasos se dirigieron hacia el lecho donde dormitaba el asesino de sus seres queridos. Sus manos apretaron con fuerza el arco y flecha que lo estaban apuntando. Todo listo para desencadenarse el crimen. Ahora era el momento.

De pronto, una luz cegadora, poseedora de una poderosa energía, apareció en aquella habitación en la que el joven Arjuic estaba preparado para culminar su venganza. Pero no pasó demasiado tiempo cuando se dio cuenta de que una enigmática voz comenzó a hablarle. El muchacho dirigió sus ojos hacia aquella claridad diáfana y observó la extraña presencia que, como una hermosa y misteriosa mujer, también lo miraba. Y sus palabras resonaron con una profundidad que solo Arjuic podía sentir.

—Puedo percibir el dolor y el odio acumulado todos estos años en tu corazón herido. Pero, créeme, todo ese mundo de pena y oscuridad debería permanecer oculto, escondido en los lúgubres aposentos de la venganza y la muerte de los que nunca debió haber emergido. El odio solo conduce al odio. La violencia solo llama a la violencia. Piensa, Arjuic, piensa bien en aquello que pretendes hacer.

Aquellas certeras palabras parecieron desarmar las intenciones del joven, que ahora se mostraba sorprendido y confuso, como si le fallasen las fuerzas del odio que hasta esos momentos dominaban su vida. Pero ¿quién era aquella peculiar mujer que así le había hablado? —se preguntaba Arjuic, totalmente intrigado. Ella, como si realmente supiera lo que estaba pensando, le respondió con delicada, pero firme voz:

—Soy la Dama de la Sabiduría y la Conciencia, la que acompaña sin descanso los buenos y justos pensamientos de la humanidad. He sido conocedora a través de ti de tus equivocadas determinaciones, las de acabar con la vida de tu particular enemigo. Soy consciente de tus penurias y sufrimiento desde que eras solo un niño herido y humillado por la crueldad y la barbarie contra tu pueblo y tu familia. He sido testigo, también a través de ti, del largo tiempo de estancia y lucha en los bosques a los que te viste obligado a huir y a los que convertiste en tu hogar. Únicamente te pido que me escuches. A mí, a tu conciencia, a tu alma escondida que desea ser consolada.

La misteriosa dama hizo una pequeña pausa para mirar con tristeza el semblante del joven y continuó hablando, logrando que su discurso llegara al interior de su espíritu desesperanzado, como un suave y convincente poder de persuasión que lo desarmaba.

—Ahora quiero hacerte valedor de un pequeño don, el de ser capaz de volver a la aldea cercana al bosque en la que tú y tu familia vivíais en paz antes de desencadenarse la tragedia que envolvió vuestra vida. ¿Recuerdas, Arjuic, aquel lugar del bosque que solo tú y tu hermana conocíais, aquel lugar sagrado donde habitaban los árboles milenarios, criaturas vegetales sagradas, cual dioses de un mundo único e indescriptible, donde las almas hallan el descanso y la paz de espíritu? Pues allí es donde ahora reposan los restos de tu pueblo y tu familia, presencias inmortales que viven felices para siempre.

La mente del muchacho veía ante sí aquellos parajes forestales y observaba a sus seres queridos habitar en paz y armonía. Y también se vio repentinamente a sí mismo en aquel mismo lugar, como transportado misteriosamente en un viaje mágico donde podía sentir esa misma sensación de felicidad que invadía a aquellas almas. Entonces fue cuando vio el rostro y la silueta de su querida hermana, fallecida junto con toda su familia, en el ruin ataque del asesino al que hacía solo unos momentos había pretendido matar como represalia nacida de un corazón herido.

Ambos hermanos se sonreían el uno al otro y con sus manos entrelazadas mostraban todo el amor que se habían tenido en vida y que continuaba en aquel mundo sobrenatural. No necesitaban hablar para comunicarse, solo sus pensamientos actuaban como una unión sin palabras de la que no querían escapar.

Solo instantes después reconoció a sus padres y al resto de su familia, amigos y habitantes que habían convivido felizmente con él en el poblado. Todos se habían reunido ante él para compartir sus profundos lazos de cariño y afecto. Era como si nunca se hubiese desatado ninguna desdicha sobre ellos. Su felicidad era también la felicidad de Arjuic. Fue entonces cuando ya no tuvo ningún deseo de acabar con la vida de ninguna otra alma humana, por muy oscura y maléfica que aquella alma fuese. Fue entonces también cuando una gran paz y un hondo sentimiento de amor al prójimo surgió de su acongojado corazón, transformando unos deseos de revancha y violencia en la magia del perdón y la reconciliación con el mundo.

La habitación en la que el tirano dormía quedaba ya lejos. La Dama de la Sabiduría y la Conciencia también se hallaba en aquellos parajes forestales. Y con su sabia voz preguntó al joven Arjuic:

—¿Todavía deseas la muerte de tu mayor enemigo ahora que has conocido la dicha y la paz que reconcilia tu alma atormentada con la verdadera vida? —le preguntó la enigmática dama.

—En verdad, ya no. Es como si mi espíritu herido se hubiese apaciguado y se alejase del oscuro odio y los deseos de cruel venganza que hasta estos momentos me dominaban —le respondió el joven desde la calma y la tranquilidad.

—Has elegido sabiamente. Tu acertada elección te permitirá reunirte con tus seres queridos cuando tu vida se halle pronta a terminar. Y vivirás con ellos en completa felicidad y armonía. Ciertamente, tal cosa no lo hubieras conseguido con la muerte de aquel que te hizo daño. El perdón redime a los seres humanos y los convierte en ángeles —dijo con dulzura la misteriosa dama.

El joven Arjuic se vio a sí mismo depositando su emblemático arco fetiche, aquel que tantas veces lo había protegido de los peligros y amenazas, junto a uno de los árboles sagrados del bosque, de aquellos árboles que arrastraban a cuestas cientos de años, árboles casi milenarios que parecían ahora mirar al muchacho con compasión, envolviéndolo con su cálido abrazo de amor maternal. El arco, arma de crueldad y violencia, pertenecía ahora al bosque que lo vio nacer como un recuerdo de aquello que nunca fue, como un vestigio de muerte ahora enterrado en el suelo del bosque, presa de la conciencia en el bosque profundo.

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