Tu ruca ya no tiene paredes,
no sé si sabes,
porque te fuiste extinguiendo
y dejaste un cuerpo vagando sin encuentros.
Te visité varias veces,
fui cobarde,
y te observé desde lejos
cómo dormías una tarde de verano,
entre retazos y restos como en receso.
Tu cabeza sobre una almohada
de bolsas de pan
que encontraste
en un tarro para desecho.
También una maleta roja
tirada cerca de tus pies,
como una caja que pedía que volvieras
para cruzar la calle
gritando fuerte por un deseo.
Tampoco sabías
lo que era un abrigo
o un montón de sacos
que anidaban a las ratas
que dormían contigo
después de comer el pan
bajo tu cuello cansado y doblado
como en un lamento.
Otro día te vi caminando,
llevabas tu pelo tomado,
un hombre te habló
como proponiendo un trato.
Tú mirada extraviada
no dio respuesta
y continuaste tus pasos
como si una repentina urgencia
te llamara a su presencia.
Llegaste al espacio de la maleta,
la almohada y los trastos viejos,
te acostaste entre unas bolsas
y vi que tenías otra plástica
entre tus manos
que parecían garras atrofiadas,
antiguas armas
de un duelo.
Mis ojos en tu cara sucia,
con uñas carcomidas
y dientes escasos
vieron como ponías la bolsa
entre tu nariz y tu boca
y aspirabas veneno con sarro
mientras más ratas habitaban
tu almohada de pan
que a ti te parecía cómoda.
Al lado de tu ruca,
bajo un árbol,
se quedó la maleta,
un canasto
y un par de zapatos.
Estuvieron todo el tiempo,
no pudiste verlos
porque ya no estabas
solo había un cuerpo,
el que exhaló en la bolsa,
esa tarde en que te observé
como una intrusa
en tu campo negro.
OPINIONES Y COMENTARIOS