Estaban allí, junto a ese viejo tocadiscos, en las cajas que él les hizo para guardarlos. Con sus tapas y envoltorios, impecables a pesar del paso del tiempo. Esbocé una sonrisa melancólica. Hace como unos 30, no, 40 años que no los escuchaba. Que época maravillosa, musicalmente hablando, fueron los ´80, pensé. Pase mis manos sobre ellos lentamente, leyendo sus portadas y tarareando bajito.
Mi mente se fue a navegar en un océano de recuerdos; uno tras otros, como gigantes olas aparecían y cada vez se ponía más tempestuoso.
Sacudí mi cabeza con fuerza, como perro recién bañado. Como si con eso pudiera quitarme todo ese mar.
Pero seguía allí, parada sobre una balsa hecha de “vinilos”, surfeando en las memorias de mi vida. Por momentos, el cielo era diáfano. El mar estaba sereno y el sol brillaba, reflejándose como pequeños diamantes sobre la superficie del agua.
Pero luego, durante tiempos más prolongados, el cielo se cierra: denso, gris, y el viento ruge tan fuerte que, aunque gritara a voz en cuello, nadie podría escuchar.
Pero sigo allí, parada sobre mi balsa de “vinilos” que parece frágil, pero me lleva.
El ruido de su llegada me salva de ahogarme en las profundidades de mis reminiscencias y divagaciones. Me pareció que hubiera pasado un momento eterno, pero solo fue eso, un momento. Qué paradójicamente incoherente es, toda una vida en un momento.
Lo que hizo me desconcertó. Sin decir palabra, le saco el polvo al viejo tocadiscos, lo enchufo, se cercioró que funcionara. Luego, hurgo entre los vinilos hasta que se decidió por uno. Lo saco con cuidado de su funda, lo miro y leyó su caratula. Con mucha suavidad lo coloca sobre el paño del giradiscos y con toda delicadeza baja el brazo y lo coloca en el surco. Al instante se escucha el sonido característico, como el crepitar del fuego.
Y luego de 30, no, 40 años vuelve a sonar “La parte que me corresponde, de Seals & Croft”.
Mi corazón comienza a latir rápidamente, porque al voltear hacia mí, veo esa mirada, esos ojos claros que me miran como “esa vez”. Me extiende la mano y no atino hacer nada, parada y aturdida. De fondo la canción, su mirada, su mano que sigue extendida como ofreciendo una segunda oportunidad.
Se acerca y me estrecha contra sí. Bailamos, como hace 30, no 40 años atrás. Y un bagaje de sensaciones y emociones se agolpan y salen por mis ojos. Una a una las lágrimas van cayendo a cuenta gotas, hasta que se abre paso una catarata; se abre paso todo un océano acumulado que se descarga en esos hombros.
Lo bueno, lo malo, lo triste y feliz. Los remordimientos, las esperanzas. Lo que fue y lo que no, lo que quise que fuera. Errores y aciertos, bendiciones y tormentas. Amores y traiciones. Risas, despedidas y llegadas. Fe y dudas. Cuantas cosas pueden pasar en 3 minutos, en un momento.
Y allí, envuelta en sus brazos, desagotada, como si le hubieran sacado el tapón al mar, comprendí en ese instante, que el AQUÍ y AHORA son “la parte que me corresponde”.
Que de nada sirve preocuparse por lo que vendrá o lo que pasó. Conscientes de la efímera naturaleza del tiempo, el presente es la experiencia y vale la pena vivirlo con intensidad.
_ Recojamos capullos de rosas mientras podamos_ CARPEN DIEM!
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